Soy Ivana, con alegría les comparto mi vida. Vengo de una familia cristiana que se preocupaba de darme siempre todo lo que necesitaba y de señalarme cuál era el camino correcto, pero yo creía que sabía todo. Así elegí un camino equivocado que me llevó a la tristeza, a sentirme vacía y con mucho sufrimiento. Gracias a Dios, en mi desesperación encontré a la Comunidad, que me volvió a proponer los verdaderos valores de la vida y la experiencia de la amistad sincera. Las hermanas que estaban a mi lado me ayudaban día a día a sacarme las máscaras y a aceptarme como soy. Cuando me descubrí débil y herida comprendí que necesitaba ayuda, la que encontré en el Señor, que está junto a mí y que me da la fuerza para luchar y para seguir adelante. Antes de la Comunidad me escondía de mi misma, no quería ver mis pobrezas; aquí aprendí, paso a paso, que solo enfrentándome sinceramente conmigo estoy bien con mi vida. Aprendí a llevar mi cruz con una sonrisa porque tengo la certeza de que detrás de cada cruz está la resurrección. En mi camino descubrí los verdaderos valores de la vida que me hacen feliz: servir siempre, ser un ejemplo concreto, amar, perdonar, vivir sencillamente, no tener miedo de mostrarme como soy. A menudo parece difícil vivir así, pero con la ayuda de Dios y de las hermanas todo es posible. Aprendí a aceptar mis errores y ya no me conformo más con cosas materiales, sé que busco algo más en la vida que aquí lo encontré. La Comunidad me regaló la experiencia de vivir en una fraternidad mixta, donde viven chicos, chicas y familias con niños; me ayudó mucho porque pude sanar las relaciones heridas que tenía con los muchachos. Comprendí que con ellos puedo tener una amistad limpia y una relación sana. En mi vida me costaba creer que esto era posible, muchas veces no me aceptaba, pero hoy aprendí a vivir en libertad quién soy. También tuve el gran regalo de dedicarme a los niños por un tiempo, aprendí qué bello y precioso es ser mujer y madre. Los niños me enseñaron a escuchar, a no creerme más que ellos, a darles el ejemplo con lo que hago y digo; y sobretodo a olvidarme de mí misma y dedicarme de lleno a ellos. Al principio era muy egoísta y me costaba mucho dar lo que el Señor me pedía. Poco a poco, en la oración diaria encontré la fuerza para no rendirme frente a las pequeñas y grandes dificultades. Los niños me abrieron el corazón a la oración y me empujaron a realizar lo que yo creía. Hasta ese momento me veía como una persona inmadura, infantil, que escapaba del sufrimiento, pero con ellos elegí cambiar. Las experiencias variadas que viví en la Comunidad y la oración constante me sanaron las heridas del pasado. Hace varios años que estoy en Comunidad y quiero devolver el bien que recibí porque es lo que me hace estar bien: es la “mejor medicina” para mi pasado herido. Hoy me cuesta menos bajar mi orgullo y pedir disculpas cuando me equivoco. Nunca más quiero esconderme ni ponerme máscaras, no deseo avergonzarme de lo que soy ¡quiero ser libre! Soy feliz porque cada día es un nuevo comienzo y una nueva oportunidad de elegir el bien. Agradezco al Señor porque me mostró la vida verdadera en el camino de la Comunidad: la vida que siempre había deseado vivir. Agradezco de todo corazón a Madre Elvira por todo el bien que nos hace a los jóvenes. Admiro la alegría con que enfrenta la vida, la fuerza y la voluntad que transmite, cómo nos enseña a confiar en la Providencia de Dios. Agradezco a Dios que miró el sufrimiento de los jóvenes de hoy y nos dio la Comunidad para encontrarLo, para vivir y renacer junto a Él.
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