Me llamo Georg, tengo cuarenta y un años y vivo en la fraternidad de Austria. Estoy muy feliz de vivir la belleza de la vida cristiana en el camino de la consagración en la Comunidad. Fui criado en una familia numerosa, de simples campesinos donde había mucha vida: todos participábamos en la casa con el trabajo y la oración. Todos los domingos íbamos a Misa y aunque no teníamos dinero, a menudo el ejemplo de mis padres me enseñó la bondad y la caridad a través de gestos concretos. Claro que la vida de la familia muchas veces pasaba por momentos difíciles, de sufrimiento. Me di cuenta de que mi papá y mis hermanos mayores al no poder superar los problemas, bebían mucho, lo que generó desarmonía, rabia, juicios: cada uno se encerró en su mundo. Mi mamá era la única que creía que pasaría la cruz y no cesaba de encomendarse al Señor y a la Virgen, rezando y entregándose de corazón todos los días. Si bien el Señor la llamó pronto al cielo, en mi corazón permanece: le agradezco al Señor haber tenido una madre “santa”. Esto hoy lo entiendogracias a la Comunidad, pues durante mucho tiempo estuve ciego, perdido en el alcohol y en la vida equivocada, buscando algo pero encontrando sólo tristeza y desilusión. En cierto momento dejé todo lo que me había enseñado mi familia y la vida cristiana, estaba “preso del mundo”; me avergonzaba de los verdaderos valores, juzgaba a todos y escapaba de la voz de mi conciencia. Me transformé en un hombre sin objetivos, solo y triste con mis heridas, golpeado por el mal, incapaz de amarme a mi mismo, a Dios ni a los demás. Estaba metido en una vida que no era más ni don ni vida. Sin embargo, siempre permaneció en mi corazón una nostalgia, un deseo de algo bello, de un mundo distinto, más bueno, pero no podía responder a esta voz de mi corazón que hoy sé que era la voz de Dios. Creo que no me perdí totalmente por haber recibido la fe, por haber sido bautizado y educado en una familia creyente: era mi protección, el mal podía entrar, pero tenía una defensa. Agradezco a muchas personas que rezaron y sufrieron por mí porque fue la fuerza de Dios la que me llevó a la Comunidad, donde finalmente encontré “mi casa” y la vida verdadera. Hacer este cambio radical en el bien no fue fácil al principio, pero también esa dificultad me fascinó. Veía una realidad limpia y entonces tenía sentido la lucha. La Comunidad supo guiarme hasta ahora con mucha paciencia, amistad y amor y enseñarme las cosas esenciales de la vida: las estoy aprendiendo de rodillas frente a la Eucaristía y gracias al testimonio de los jóvenes. Siento que la Comunidad tiene confianza en mí por las responsabilidades que me encomienda. Esto me hace sentir un hombre nuevo y valioso; es como un bálsamo sobre mis heridas ya que por muchos años creía que era un inútil, me sentía fracasado. Ahora sé que si quiero cambiar algo en este mundo, a veces tan turbio, primero tengo que cambiar yo mismo en el encuentro con Jesús Sacramentado. También siento la importancia de estar en comunión con la Iglesia en la oración. Después de años de camino sentí que el Señor me impulsaba a entregar toda mi vida en servicio, y fui madurando cada vez más el deseo de responderle con un paso decisivo que le dio estabilidad y alegría a mi vida interior. Las cosas más bellas que viví en mi vida me pasaron en esta familia fantástica donde finalmente me siento en mi lugar. Sé muy bien que mis pobres palabras no alcanzan a explicar cuánto Dios me amó, pero soy muy feliz de formar parte de esta obra. También sé que no es mérito mío si hoy estoy aquí y soy conciente de mi pobreza, pero estoy seguro que el Señor que me ama así como soy, me hizo encontrar por la intercesión de la Virgen y por la Iglesia que reza, la Comunidad Cenacolo. Dios me eligió para vivir una vida activa, colorida y llena de alegrías y regalos. Rezo para que con mi vida donada por completo, también yo pueda llevar un poco de luz al mundo y alcanzar a cumplir la Voluntad de Dios en mí.
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