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Karim

Me llamo Karim, tengo veintiún años y con alegría me siento parte de la gran familia de la Comunidad Cenacolo. Repensando mi vida, todavía me es difícil creer cómo Dios nos salvó a mí y a mi familia de las tinieblas que nos envolvían. Yo también tuve problemas de drogadicción. A la edad de doce años inicié a usar las primeras drogas, pero pienso que antes de todo esto mi problema fundamental era la falsedad que desde pequeño se  había instalado en mí. Mi familia siempre trató de educarme con valores cristianos, pero como en muchas otras familias se hacía más por “tradición” que por fe verdadera;  apenas pude  viví un gran rechazo hacia la Iglesia. Cuando  cumplí doce años nació mi hermano y en esos años comenzó mi caída. Mis padres me imponían reglas  justamente, pero yo  no las aceptaba. Nunca me di cuenta de todos los sacrificios que  hacían por mí: vivía ciego en mis pretensiones. Cuando me sentía débil la droga me ayudaba a sofocar esa debilidad, pero paralelamente aumentaban los rencores hacia mi madre y mi padre que desde el principio se dieron cuenta de mis problemas. A los trece años comencé a usar  cocaína. Mi vida era una loca búsqueda de la droga que más me satisfacía. A los  diecisiete años  me encontré sin nada: ni la escuela, ni trabajo, ni familia, estaba solo y desesperado. Los que yo consideraba mis amigos , ni se acordaban de mi nombre.  En ese doloroso momento para mi familia llegó a los oídos de mi madre la Comunidad. Así fue como después de haberme encontrado una vez más robando en casa y vendiendo droga en la calle,  me  hicieron tomar  una decisión: ¡La Comunidad o la calle! Enceguecido de orgullo escogí la vía más fácil, es decir, irme de casa, pero esto duró poco.  Volví a casa y encontré a mis padres unidos y determinados como nunca los había visto: me estaban guiando a un sólo camino, la Comunidad. Lograron llevarme a Medjugorje y ahí, sin darme cuenta, entré en la vida nueva.  ¡Dios apareció de nuevo! Las dificultades no faltaron porque era muy  joven  y “soñaba” todavía  con la libertad del mundo, pero con el tiempo logré entender el verdadero valor de muchas cosas. Pude saborear el sacrificio que siempre había evitado, descubrí el don del trabajo que desde el primer momento me daba curiosidad y entusiasmo hasta llegar a apasionarme,  aprendí a rezar y la luz del perdón de Dios me dio la fuerza para pedir disculpas a mi hermano por el mal ejemplo que le había dado. Doy gracias a Dios porque en estos años nunca me detuve, siempre seguí caminando sin importar la dificultad y he aprendido a confiar. Ahora  estoy en la fraternidad de Loreto, bajo la protección de María, que  siempre guió mi camino. En esta casa he vivido los desafíos más grandes gracias a la ayuda de los hermanos; aquí he podido ver concretamente los cambios en mi carácter y  pude seguir trabajando seriamente en mi interior. La ayuda más grande la encontré en la adoración personal, también en la oración realizada en la “Casa Santa”, donde María vivió, venerada aquí en el Santuario de Loreto. A la Virgen María le he confiado mis heridas profundas y los deseos más bellos y puros que llevo dentro de mí. Otro momento de gracia fue cuando tuve una experiencia comunitaria con mi papá. He visto concretamente cómo Dios escuchó mi oración, nunca había visto a mi padre llorar. En los días que pasamos juntos reconstruimos nuestra relación en un modo totalmente nuevo: ¡un verdadero milagro! Nunca imaginé encontrarme como estoy ahora: contento, satisfecho y con ganas de continuar este camino sin ponerme límites, con muchos buenos deseos que nacieron en mi corazón y que quiero realizar. Agradezco de corazón a María por salvarme la vida tan joven. Agradezco a mi padre y a mi madre por el valor que han tenido de proponerme en modo firme la Comunidad, porque sin su decisión nunca hubiera podido descubrir qué hermosa es  la vida en la fe. 

 

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