Me llamo Bilijana, soy de Zagreb, estoy contenta porque les puedo testimoniar mi regreso a la luz. Desde hace unos años vivo en la familia del Cenacolo y aquí he encontrado la verdadera alegría. Meditando sobre mi pasado puedo decir que el amor hecho de cosas nunca faltó en mi familia. El amor se expresaba con el dinero y yo aprovechaba este modo equivocado de amar. Comencé a mentir, a esconderme y a construir “mi” mundo. Crecí junto con mis mentiras y así, a la edad de trece años, comencé a fumar los primero cigarrillos de marihuana. Me gustaba porque me sentía otra y me parecía que era importante. En casa lograba esconder todo esto porque mis padres trabajaban todo el día y no estaban nunca. Mi hermana mayor tenía sus amistades y yo hacía lo que quería. Pensaba que nadie se parecía a mí y a los que no eran como yo los humillaba en público. Mientras más crecía, más gente “extraña” conocía, quería imitarlos en lo malo; así que la marihuana ya no era suficiente. Durante la secundaria comencé a usar drogas más pesadas; necesitaba cada vez más dinero y me hundí cada vez más en el vacío de la falsedad. Me convertí en una mentirosa “profesional” y así lograba el dinero necesario de mis familiares. Después de un tiempo no sabía ni quién era, ni qué quería: tenía mil máscaras y mi única preocupación era dónde y cómo encontrar la dosis diaria. Mi madre viendo que yo comenzaba a deteriorarme físicamente se dio cuenta que algo no estaba bien. Me sentía acabada, mis fuerzas se estaban agotando, pero insistía en no admitir la verdad de lo que estaba viviendo. En casa todo se había vuelto insoportable, ya no podía esconderme más y mi familia comenzó a controlarme. Así que a los veinte años decidí marcharme de casa con la ilusión de liberarme de la presión de mis padres, encontré un chico que también era drogadicto y además vendedor de droga. Pronto me di cuenta que la tan deseada “libertad” me estaba encadenando y arrastrando hacia la destrucción. Las tinieblas eran cada vez más oscuras: en el barrio donde vivía tenía que esconderme continuamente de la policía, la vida se me había convertido en un infierno, no tenía más voluntad ni fuerzas para vivir, ya nada tenía sentido. Estaba con mucho miedo y mucha vergüenza, sentía el vacío de mi pecado; ya no podía más: recuerdo que una noche le grité a Dios que me ayude y decidí regresar a casa. Todavía tengo fijo en mi memoria el rostro de mi madre cuando nos encontramos. Ella estaba confundida y asustada, y me preguntó si regresaba a casa para siempre. Yo lloraba, y sin palabras, con un nudo en la garganta, asentí con la cabeza, entonces ella me abrazó fuerte. Recomenzar fue muy difícil porque el mal estaba dentro de mí. Cuando me dijeron que tenía que entrar en la Comunidad me rebelé, pensaba que se querían liberar de mí. Me encontraba sin alternativas: o la Comunidad o la vida de antes. Así que entré en la Comunidad triste y desilusionada, convencida de que había llegado mi final, pensando que me encerraban en una institución donde me tratarían como a cualquier “drogadicta”. Pero no fue así: en Comunidad sentí algo diferente, percibí la sensación de un bien particular. Apenas las chicas me vieron llegar inmediatamente me vinieron a recibir sonriendo. Era algo que hacía mucho tiempo no veía: alguien que me recibía sonriendo. Me acogieron con amor y con muchas atenciones; para mí era extraño que alguien me quisiera, además gratuitamente, sin ni siquiera conocerme. Poco a poco me iba sintiendo mejor y siguiendo el ejemplo de las chicas comencé yo también a rezar: en la oración he encontrado consuelo y fuerza para cambiar. Cuando Dios entró en mi corazón, lentamente empecé a tener más confianza en mí. Dios me liberó del egoísmo, me enseñó a no humillar más a los demás y a amarlos sin interés. ¡En estos años de camino he recibidos muchos dones, especialmente en los últimos meses que tengo la oportunidad de servir a los niños que me han enseñado a amar más! Agradezco a Dios de corazón y a María porque aquí he encontrado la misericordia: me siento perdonada y feliz de vivir. Agradezco también a mi madre porque no escapó frente al mal, sino que luchó con todas sus fuerzas para hacerme cambiar de vida.
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