Soy Tomislav y provengo de Zara, Croacia. Soy el hijo mayor en mi familia. Desde niño era muy vivaz y abierto. Mi infancia transcurrió en una atmósfera familiar bella y armoniosa, rodeado de amor. Mis problemas comenzaron a los trece años. Con mis amigos, después de la escuela, por primera vez probamos el alcohol y la marihuana: así fue como el mal entró en mi vida. Escondí lo que hacía, mintiendo primero a la familia y después a todos. Estaba convencido de haber descubierto la verdadera vida y pasaba de una fiesta a otra: la diversión no terminaba jamás. Había decidido: “Fumaré marihuana toda la vida y basta. No consumiré nada más, nunca. No seré jamás un drogadicto tirado en la calle”. El tiempo pasó y durante la diversión nocturna probé por primera vez las drogas sintéticas y después llegó la heroína. Creía que podía manejar el mal que estaba engañándome, pero poco a poco, casi sin darme cuenta, me volví esclavo del mal. Al principio pude esconderlo de mis padres, después se dieron cuenta que tenían un hijo drogadicto. Comenzaron profundas discordias entre ellos: uno quería ayudarme de un modo, el otro de otro modo. Yo me aprovechaba de la situación y muchas veces me quedaba con mi padre que confiaba en mí y creía que podría salvarme. Pero con el tiempo la situación empeoraba. Los días eran siempre iguales, poco a poco perdía la confianza de todos y mi dignidad estaba perdida. Nadie quería tener nada que ver con un drogadicto. Lo único que me importaba era obtener la droga: mentía y le robaba a todos los que podía y empezaron los problemas con la ley. Cuando toqué fondo, mis padres, sin saber qué hacer, me propusieron la Comunidad. Me costó mucho hacer los coloquios y entré. Los primeros meses no entendía ni siquiera dónde estaba, dentro de mí tenía una gran confusión y lucha. En este momento era muy difícil ver la luz. Después de un tiempo gracias a los chicos que ya estaban en la Comunidad, me di cuenta que había una atmósfera particular y familiar, que me envolvía y me estimulaba a seguir adelante. Todos me querían mucho y trataban de ayudarme. Era como si poco a poco me fuera despertando de un profundo sueño: por primera vez vi la luz aunque todavía al final de un túnel. El paso más difícil fue arrancar la mentira y la malicia de mi corazón, aceptándome con todos mis defectos. Me sentía superior a todos, pensaba que no necesitaba a nadie, ilusionado por mis razones. Pero siempre me quedaba solo. Por suerte encontré algunos chicos en la Comunidad que rezando eran felices y estaban tranquilos. Entendí que el único camino era ponerme de rodillas y pedir ayuda a Dios: empecé a rezar. Al principio fue difícil, no quería ver la verdad en mí, escapaba de Dios y de todos. Soy uno de los que necesitó mucho tiempo para aceptar el amor de Dios, reconocer que Dios me ama como soy. No me quería a mí mismo, y pensaba que ni Dios podía amar a alguien como yo. Hoy siento que abrí un nuevo capítulo en mi vida. Nació mucha esperanza en el corazón viviendo los auténticos valores de la vida. Deseo agradecer a la Comunidad por abrirme el camino hacia el Señor, porque me ha aceptado así como soy y me ha dado la posibilidad de cambiar mi vida. Agradezco a los hermanos que me han recibido por el don de la verdadera amistad que me ha hecho quedarme en la Comunidad. ¡Hoy ya no vivo solo para mí sino para los demás y quiero entregarme cada vez más!
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