Palabras de Rita Petrozzi (Madre Elvira)
Presidente de la Comunidad Cenacolo
Consejo Pontificio de los Laicos – Roma, 16 de octubre de 2009
Eminencia Reverendísima,
Excelentísimos Obispos aquí presentes, queridos amigos.
Las palabras no alcanzan para abarcar el asombro, la sincera emoción y la profunda alegría de todos nosotros de la Comunidad Cenacolo en este momento.
Soy una mujer pobre y simple a quien la Misericordia de Dios llamó a inclinarse sobre las heridas de los jóvenes de hoy.
No tengo la instrucción ni la cultura para discursos profundo, pero tengo la gran alegría de poder testimoniar con la verdad que soy la primera en asombrarme al ver hasta dónde llegó, paso a paso, la vida de la Comunidad. ¿Cómo podría haber inventado algo aSí?
Soy la primera en contemplarlo maravillada y con la alegría de ser parte viva. Como decía el amado Papa Juan Pablo II: “…cuando interviene, el Espíritu nos deja maravillados. Suscita hechos de una novedad pasmosa, cambia radicalmente la persona y la historia.” La compasión de Dios por el hombre me atrapó para servir a los jóvenes que yacen tirados en las calles y en las plazas de las ciudades con la muerte en el corazón, tristes, desilusionados, engañados por el mal y la droga.
Su sufrimiento entró en mi corazón; frente a la Eucaristía me parecía que escuchaba su grito de dolor que me interpelaba. Los veía “sin pastor”, sin un punto de referencia, derrotados, con tantas cosas, plata en el bolsillo, auto, cultura, cosas materiales…sin embargo, solos y tristes por dentro, perdidos en una vida vacía.
Sentía un impulso que crecía.
No era idea mía ni un proyecto propio, no sabía ni entendía lo que me estaba sucediendo, pero sentía el deber de darle a los jóvenes algo que Dios me había puesto dentro mío para ellos.
Renové mi sí al señor esperando con paciencia sus tiempos.
El 16 de julio de 1983, fiesta de la Virgen del Carmen, recibí de la Divina Providencia las llaves de la primera casa en la colina de Saluzzo.
Pensaba abrir una casa…pero las cosas con Dios fueron distintas. Los jóvenes seguían llegando, pidiendo para renacer. Entonces, abrimos otra casa, luegfo otra; primero en Italia, luego en Europa, luego nacieron las misiones en América Latina…ahora, ya no las cuento.
Desde el principio, lo que deseaba para los jóvenes, no era un lugar de recuperación y de asistencia, sino que les quería proponer una “escuela de vida” donde pudieran redescubrir la vida como un don de Dios para vivir en toda su belleza.
Les propuse el camino que tantas veces me ayudó a mí, dándome confianza y esperanza: la bondad de la Misericordia de Dios, que jamás desilusiona.
Al pasar los años, algunos jóvenes decidieron donar su vida a Dios, para compartir la fe en el servicio gratuito al prójimo: se multiplicaron los brazos y los corazones de los que se entregan totalmente en esta obra. ¡Se abrió de este modo, un horizonte misionero jamás programado!
Luego se unieron las familias de los jóvenes, muy a menudo heridas muy profundamente. Pero la Misericordia de Dios transformó su fracaso y su desesperación en oportunidad de conversión, de una vida nueva, cristiana, abierta al perdón y al servicio.
También muchos amigos, al contemplar el milagro de la “resurrección” de nuestros jóvenes, le encontraron el gusto a la fe, a la pertenencia a la Iglesia, a ser fieles en la oración como la fuerza para vivir cristianamente las diversas responsabilidades de la vida.
Se formó así una “gran familia” de personas regeneradas por la Misericordia de Dios que están en camino “de las tinieblas a la luz”: ¡hoy vivimos el gran don de ver esta familia acogida, abrazada y bendecida por la Iglesia!
Con el salmista podemos proclamar que verdaderamente: “Él levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles, entre los nobles de su pueblo.” Sal 112, 7-8
Con profunda gratitud agradezco a los Obispos de la Diócesis de Saluzzo, donde la Providencia de Dios hizo nacer a la Comunidad Cenacolo, que surante estos años fueron una guía amorosa sobre nuestra realidad.
Un gracias especial a Su Excelencia Monseñor Diego Bona que tuvo “la mirada de Dios” sobre nuestra obra, acogiéndonos en la Iglesia con la primera aprobación diocesana el día de la solemnidad de Pentecostés de 1998. Significativamente, el mismo día que el entonces Papa Juan Pablo II se encontraba por primera vez, en la Plaza san Pedro, con todos los movimientos y las nuevas comunidades.
Un sincero gracias después a Su excelencia Mons. Guerrini, que siempre sostuvo, desde que ingresó en la Diócesis, nuestra realidad, dándole la aprobación diocesana definitiva. Él apoyó y bendijo plenamente, desde los primeros pasos, el camino que hoy nos trae a recibir este reconocimiento como asociación internacional.
Un gracias inmenso al Santo Padre, quien a través de su ministerio, Su Eminencia Reverendísima Cardenal Rylko, nos acoge en el “corazón” de la Iglesia Universal.
El corazón de Pedro se hace el Buen Samaritano recibiendo una comunidad de pobres, de personas que experimentaron la fragilidad, la debilidad de la condición humana, pero que hoy están felices de de poder testimoniar a todos que la experiencia de la Misericordia de Dios es más fuerte que cualquier pecado, que la Resurrección de Cristo es la verdadera victoria sobre la muerte, que la vida cristiana es el camino para dar dignidad y sentido a la vida del hombre.
Que el gesto de Amor grande que hoy recibimos con este Decreto de reconocimiento de nuestra Madre y Maestra, la Iglesia, nos empeñe para ser hijos cada vez más dignos y responsables de este don y de esta pertenencia; nos ayude a madurar una fe convencida y robusta y fortalezca nuestros lazos en la oración, en el testimonio vivo, en el servicio y en la obediencia al Santo Padre y Sus colaboradores.
Termino recordando unas palabras del Santo Padre Benedicto XVI, dirigidas a los Movimientos y a las nuevas Comunidades en Pentecostés de 2006, porque las siento particularmente “nuestras”:
“En este mundo lleno de libertad falsa que destruye el ambiente y al hombre, queremos, con la fuerza del Espíritu Santo, aprender juntos la verdadera libertad, construir escuelas de libertad; demostrar con nuestra vida a los demás que somos libres, y qué bello que es ser verdaderamente libre en la verdadera libertad de los hijos de Dios.” Que la Comunidad Cenacolo sea siempre testimonio de esta verdadera libertad de los hijos de Dios y expresión del Amor materno de la Iglesia que se inclina sobre las heridas del hombre, cuidándolo, haciéndolo capaz de reencontrar el camino a casa, el camino de la Verdad que hace libres.
Con la alegría de María en el corazón, la alegría del Magnificat, encomendando totalmente a Ella este nuevo camino nuestro, experimentamos hacia ustedes profunda y conmovida gratitud.
¡Gracias, gracias de corazón por habernos recibido y escuchado!!
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