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Padre Francesco Peyron

Padre Francesco Peyron
Catechesi

         Es muy lindo que hayamos invocado al Espíritu Santo, pues estos días, además de ser momentos preciosos de amistad, de encuentro, de fiesta, son días en los que el Espíritu quiere obrar cosas grandes en los corazones. Hay dones preparados por  el Espíritu Santo que la Virgen desea  hacer descender en los corazones, pero ustedes saben que en la Biblia dice que nosotros debemos decir nuestro “eccomi”, nuestro “sí”.

         Hay dones de sanación de algunos miedos que uno lleva adentro, de ciertas heridas del pasado que a veces pesan hasta encorvar nuestra espalda. Hay dones para que uno pueda descubrir más el amor del Señor, sentirse más amado, recuperar quizá un pasado de desamor, de poca estima por uno mismo. Hay dones para que alguien dentro suyo diga “eccomi”, “sí”, al Señor.  Hay dones para el que piensa en irse de la Comunidad comprenda que aquí, en esta “posada”, está  la verdadera sanación, el crecimiento, el camino.

         En estos días tenemos que estar atentos para recibir estos dones, tomarlos, desenvolverlos, abrirlos, hacerlos nuestros, dejarlos entrar.

         Es muy bello que este año  se pusieron las puertas, los arcos de piedra que delimitan el lugar, dándole un sentido más fuerte de Iglesia, de casa de Dios, de venida del Espíritu Santo. Cuando entramos por estos arcos, en este lugar que llamaría “lugar santo”, invocamos al Señor, al Espíritu Santo, a la Virgen: “Señor,  aquí estoy, vengo, estoy aquí, abre mi corazón que todavía muchas veces está cerrado, libérame, sáname,  hazme comprender.” Esto sucede si lo pides con fe; miren cuántos que somos y que ya rezamos el Rosario,  invocamos el Espíritu Santo: ¿Quieren que el Señor y la Virgen sean sordos a este grito? No. Me parece ver las manos de la Virgen abiertas como las vio  Santa Catalina Labouré con  los rayos que salen; o a Jesús Misericordioso, en el ícono de Santa Faustina  Kowalska, con los dos rayos azul y blanco que  fluyen del corazón de Jesús y se extienden bajando hacia nosotros. ¡Estemos abiertos!

 

         Quiero partir de un pequeño pasaje de  San Pablo en la carta a los Colosenses que dice: “Cristo Jesús es la imagen  del Dios invisible.” Y también del Evangelio de Juan, cuando Felipe le  dice a Jesús : “Muéstranos al Padre y  nos basta.” Y Jesús le responde: “Felipe,  el que me ha visto a mí ha visto al Padre.”  ¿Ustedes saben qué piensa Dios? ¿Cómo es el corazón de Dios? ¿Qué piensa Dios de ti?  Mira a Jesús. Miremos hoy esta bellísima parábola del “Buen Samaritano” que es el  lema para caminar  estos días y podemos conocer, encontrar el rostro de Dios, entender quién es Dios para mí. La Palabra de Dios de hoy lo explica, lo hace entender y nos abre los ojos a una misión. No es casualidad que al principio, cuando el doctor de la  ley le pregunta a jesús: “¿Qué debo hacer para  heredar la vida eterna?”, Jesús le responde: “Haz esto y vivirás.”  ¿Quieres vivir? ¿Realmente quieres que tu vida se desarrolle  junto al Evangelio? ¿Qué sea una vida luminosa, abierta,  entregada?  Encuentra al Señor, déjate sanar adentro.

         El otro día en un encuentro con  chicos le pregunté: “¿Qué es para ti la vida?” Me impresionó que un muchacho de quince años, robusto, me contestó: “Nacer, vivir, morir.”. . ¿.y después? Basta. ¿Y después? Basta.  ¡Qué triste!! Es un chico que frecuenta la Iglesia, pero su corazón no se abrió para comprender que la vida es un regalo, una misión, una llamada para encontrar para la eternidad, para siempre, la alegría de Dios.

         En la parábola dice: “Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó.” En las Escrituras, Jerusalén siempre fue considerado como el lugar donde habita Dios; cuando Jesús se les pierde a María y José, a los 12 años, lo encuentran en el templo y le dicen: “Te buscábamos angustiados.”  Él les responde  ”¿No sabían que debo habitar donde habita mi Padre?”   Jerusalén se consideraba el lugar donde habitaba Dios, de la presencia de Dios. Cuando  Jesús  muera   en la cruz y rompa  el velo del templo, la nueva  habitación será Jesús, Él estará en el corazón de cada uno de nosotros.

Este hombre que desciende desde Jerusalén, lugar donde habita Dios a Jericó, considerada en la Biblia una ciudad pagana, ciudad del mal, de la tentación; este hombre es Adán, el hombre de hoy, es cualquiera de nosotros. Descender de Jerusalén  e ir a Jericó   significa dejar la luz, dejar la vida, dejar lo bello para ir al encuentro del mal, dejarse seducir por el mal, por las tentaciones , por todo lo que lo puede herir, y cae en manos de los bandidos  “que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto”. Lo despojaron de su alegría de ser hijo de Dios, de estar vivo, de tener  esperanza  en el corazón  y lo dejaron medio muerto.

Cuántos de ustedes podrían testimoniar: “También yo  fui despojado por los bandidos.”  El primer gran bandido es el diablo, “Fui dejado medio muerto”… ¿acaso muchos de ustedes no lo podrían decir?  Esta parábola está viva, es la historia  de cada uno de nosotros. . .en efecto, Dios dice a Adán: “¿Adán, dónde estás?  Yo te he creado por amor, te di la vida, la esperanza, deseo darte la herencia de una alegría sin fin: donde fuiste, rebelándote, rechazándome, creyéndote  Dios?  ¿Por qué caíste en la tentación, en el mal?  ¿Dónde estás?” Creo que este es el grito de Dios también en el mundo de hoy. Nuestro querido Papa Benito XVI habló de “el eclipse de Dios en occidente” y creó un  dicasterio para la nueva evangelización.

Esta nueva evangelización parte de gente que tenga los ojos luminosos, el corazón abierto, que invoquen a la Virgen y  que miren a Jesús. De personas que sientan y perciban la verdad, la alegría, el don de la propia vida y estén listas para la osadía, a arriesgarse, a  zambullirse.

¡Qué bello!  Sepamos que estamos llamados a la nueva evangelización. Pregunta más sutil: ¿Lo deseamos?  Porque saberlo, hasta  satanás lo sabe, pero no es  que responda mucho. . .Entonces ¿Lo quieren? ¿Lo desean? Es un gran esfuerzo. Estamos llamados a la nueva evangelización porque este hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, tentado por la cultura de la muerte, con  la experiencia del mal, con vida solo biológica, pero muerto por dentro. . . . este hombre de hoy necesita encontrar la Resurrección, pero no en la abstracción de un concepto, sino en las caras , en los corazones de quienes tienen a Dios adentro, los que aman a Jesús, que están listos para decir “sí” y  empezar a caminar.

Recuerdo un joven que decía: “Yo no vivo, vegeto.” ¡Qué absurdo! Hace poco estuve con un grupo de animadores, luego de hablar de la importancia de testimoniar esta vida con Dios dentro de nosotros, ellos hicieron preguntas.  “¿Cómo hago, en el mundo de hoy, en medio de los jóvenes de hoy, con tantas tentaciones, para seguir a Jesús?”  Es una pregunta seria, importante. San Pablo diría: “Ten la mirada fija en Jesús.” Hazte ayudar por la Comunidad, piensa que eres  un elegido, que tu vida es un don. ¡Cuántas veces la oyeron a Madre Elvira decirles esto,  pero qué verdad, qué  enraizadas en la Biblia están!

El samaritano, en cambio viaja en sentido contrario. Este hombre herido, que soy yo, que somos cualquiera de nosotros, que a veces se tropieza con los bandidos, con la desilusión, con la falta de sentido de la vida, con la fatiga, que se deja afligir por el pecado, que se cierra por el rencor, por los celos, por el miedo, se cruza con otro caminante que va  de Jericó a Jerusalén, uno que no desciende sino que sube. Sube para hacer subir. Miren los verbos “Lo vio, tuvo compasión, se acercó, vendó sus heridas, las cubrió con aceite y vino, lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue  y se encargó de cuidarlo. . . paga y dice  ‘Cuando  vuelva’. . .”  ¡Es un crescendo de amor, de ternura, de atención: esto es Jesús, es Dios! El Dios  para nosotros, para ti.

El profeta Oseas dice: “Cuando Israel era niño yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. . . ¡Y yo le  había enseñado a caminar, lo tomaba por los brazos. . .Yo los atraía con  ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer!”  No es una fábula, no es un lindo cuentito que “nos  gusta”, es  quién  es  Dios  para mí.

Este samaritano que se acercó, vendó sus heridas, las cubrió con aceite y vino, lo puso sobre su montura, lo lleva al albergue, paga. . . tiene el rostro de Jesús. ¿Acaso no   derramó vino sobre nuestras heridas cuando derramó toda su sangre? ¿Acaso no  cubrió nuestro corazón con aceite cuando nos mandó el Espíritu Santo?  ¿Acaso no cargó todos nuestros pecados naciendo en Nazareth, sufriendo la flagelación, la coronación de espinas y asumiendo toda nuestra humanidad? Escupido, escarnecido, golpeado, vendido, para que todos nuestros pecados fueran absorbidos por Él y nosotros estemos lindos, limpios. Esto es “cargado sobre su montura”, Él cargó todos nuestros pecados. En latín se dice  qui tollis peccata mundi, que significa. . .”que quitas el pecado del mundo”, el mío, el tuyo, y nos libera, nos sana nos deja nuevos y limpios.

Tengo la experiencia de ciertas confesiones bien hechas , es bello ver que  aquí hay tantos sacerdotes  confesando. Ver a la persona que después de la confesión se levanta y dice: “Gracias, me siento liviano, me siento libre.” Es una experiencia que  quita el pecado del mundo, que lo carga sobre Su montura, sobre Él y lo hace en serio : ¡Jesús nos perdona!  No hay que tener la mirada en el pasado, en  aquel pecado, aunque haya sido el peor, pensando si Dios  me habrá perdonado, si me habrá sanado. ¡Sí, estás sanado! Jesús derramó  el aceite y el vino, te escuchó. Tuve la experiencia con una chica que vino y que, fuera de la confesión, me habló de un aborto realizado. Ciertamente es un peso enorme, pero luego de hablar del perdón, de decirle que la criatura está viva en el Reino, que ama a su madre a pesar de todo, que puede ser “bautizada”, recibir un nombre, fue bello ver el llanto de la mujer, su alegría al ser perdonada.

 

¡Qué importante que es la presencia de Jesús Eucaristía en sus casas! Cuántos testimonios escuché de chicos y chicas que decían: “Mi corazón se libera durante la adoración, le cuento a Jesús mis dificultades, quizá me  sale el mal del pasado, pero siento que viene sanado.” ¡Qué bello, qué gracia, qué resurrección  sucede en ese momento!

 

Jesús en la Parábola nos pregunta: “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”  “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve y procede tú de la misma manera.”

Es un mandato. Levántate, camina, anda.  Cuántas veces en el Evangelio, Jesús dice: “Levántate, álzate.” Esta es nuestra misión, levantarnos, andar. Es el mandato que recibimos, pero antes de este mandato, necesitamos, cada uno de nosotros, encontrar el rostro del Buen Samaritano y sentirnos amados. ¡De amor se vive! Les pregunto –no les pido la respuesta en voz alta sino personal, en el corazón-  “¿De verdad crees que Jesús te ama, que te ama personalmente? Hay que tener presente que Dios no  está quieto, detenido, sentado; en Dios hay crecimiento, como estas flores que hace veinte días estaban cerradas y hoy están abiertas. El amor de Dios, el sentirse amados por Jesús, no es algo estático sino que puede y debe crecer y cuanto más crezca  más paz percibiremos, mayor sanación, mayor libertad interior, una mayor experiencia de sentirse bien  que   hace comprender a fondo el “anda”, el mandato. Hacer lo mismo, es llevar a otros al amor, hacer  comprender a otros que la vida es un don, ustedes lo saben mejor que yo, cuántas cosas podrían contar, cuántas vidas son arrojadas al barro y necesitan apóstoles, misioneros, misioneras, matrimonios  “de fuego”, que se amen y sean fieles, de vocaciones que  digan un “sí “ para siempre, de personas que pasen en medio de la gente dejando “un buen perfume a Cristo”.

         “Ve y procede tú de la misma manera”: es tu llamada, tu mandato, lo que eres. “Pero todavía no sé si debo casarme o debo consagrarme. . .qué debo hacer.” ¡No importa! Ese será el camino de maduración, pero mientras tanto, porque estás bautizado, recibiste la llamada de testimoniar, de anunciar, de gritar el Evangelio con la vida, como decía Charles de Foucauld. Cuanto más te dones, aumenta la alegría, aumenta la paz. Cuanto más te abras, más florece la alegría, el color, el perfume. Recuerdo un episodio del Beato Piergiorgio Frassati: se enferma gravemente, su familia no comprende que la enfermedad es grave y lo descuida. Él está en la cama, gravemente enfermo, pocos días después morirá, y en vez de pensar en sí mismo, llama a su amigo y le dice: “Mira, yo no me puedo levantar más para llevarle los remedios a ese pobre de la buhardilla, por favor, ve tú.” Está por morir y piensa en los otros; esta por morir y no piensa en su medicina sino en el pobre de la  buhardilla. Es un pequeño episodio, pero cuánto dice de un corazón que encontró a Jesús, que entendió que era amado y acepto el mensaje de ir y amar hasta el final, pensando en los otros; yo veo que este es el camino de la Comunidad ¡cuántos gestos generosos!  Siempre me dio buena impresión cuando  nos sentamos a comer con alguno del Canacolo y lo primero que hace es servirte el  agua: es un bello gesto de pensar primero en el otro, antes que en uno mismo. Esto hace Jesús, con las manos  clavadas, abiertas, mira por nosotros.

         En la parábola, Jesús dice :”Te lo pagaré al volver”. ¿Ustedes saben que Jesús volverá? Sí, volverá,  de verdad, en la plenitud de su gloria. En palabras  difíciles se dice “parusía”. Vendrá en la plenitud de su gloria y dirá: “Ven, siervo bueno y fiel, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, estaba enfermo y me curaste, estaba preso y viniste a visitarme.”  No es que hacemos el bien porque Él nos paga. . .más  hacemos, más  aumenta el pago. . .sería mezquino; pero sepamos que todo está escrito en el libro de la vida.

         En el Apocalipsis, que es el último libro de la Biblia, el libro de la esperanza, de la consolación, está escrito: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva […] vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: ‘Esta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte ni pena, ni queja ni dolor, porque todo lo de antes pasó.’” El momento del encuentro, del regreso de Jesús, será el de nuestra plenitud. No lo  vivamos con indiferencia sino con  una fuerza y alegría que nos dice: “Juégate bien tu vida, levántate, ve,”  a ser Buen Samaritano.

         Termino pidiéndoles  a cada uno y también a mí, que nos sintamos llamados, que comprendamos que somos amados; no hay herida , por grande que sea, y pienso en las misiones, en las que yo también estuve: cuántas heridas, cuánta hambre,  qué herida es tener  la panza vacía, hinchada, con gusanos que salen de la nariz y de la boca.  No hay herida que Dios no pueda y quiera sanar: tanto las materiales como las más profundas del corazón.  Crece en esta esperanza, liberate del miedo, el Buen Samaritano se inclina sobre ti, dentro de poco pasará en el Santísimo  Sacramento, y  derramará aceite , vino, te cargará para decirte que te quiere comunicar Su Paz, llenarte de luz y de esperanza. Jesús, sin  alardes, de rodillas, como cuando lavó los pies de sus discípulos haciéndose siervo humilde, manso; con este corazón humilde, de rodillas Jesús te suplica y te dice ”anda” ¿no ves cómo el mundo tiene hambre y sed de esperanza, de luz , de alegría, no ves cuánto mal, cuánta turbación, cuánta desorientación hay en el mundo? Levantate, vamos.

         Es Jesús que nos invita y nos  envía, pero también nos dice :”Yo estaré siempre contigo, todos los días, hasta el fin de los tiempos.”

         Entonces el “pandocheion”, la posada donde lleva al hombre herido, que en griego significa “ que recibe a todos” es la Iglesia, es la Comunidad. Lo dijo el propio Cardenal Rylko cuando entregó el decreto, los llamo “ posada que acoge”, ustedes están en la parábola y no se los digo para alabarlos, sino para que se den cuenta de la gracia, del don de estar en la Comunidad y de la misión que el Señor les confía para los que llegan. Pienso en los que son “ángel custodio” y están cercanos a quien  necesita de una manera especial.. La posada es la Comunidad y somos nosotros los que recibimos al que llega.

         Hoy justo le pedimos a la Virgen de Fátima este don grande de entender que Dios me ama no importa cuál haya sido  mi pasado, aunque haya hecho mucho mal. Digamos: “Señor, quiero creer, entender mejor, más profundamente, que tu amor no es broma, que sufriste en la cruz para limpiarme, para quitarme el pecado, para volverme nuevo, luminoso.”  Hoy tendremos Bautismos, Confirmaciones, Primeras Comuniones; luego de años de estar lejos de Dios, alguno  encontrará Su Misericordia en la Confesión y recibirá el Cuerpo de Cristo. Repitamos dentro nuestro: “¡Soy amado, soy amado, mi vida es un don, no la puedo desperdiciar!” “Ve y procede tú de la misma manera.” Llena este mundo de tinieblas con esta luz, “Ustedes son la luz del mundo”, yo, con mis pecados, con mi fragilidad, puedo ser luz del mundo.

         “Yo te redimí”, dice Jesús, “yo te salvé, te sané, te liberé”. Una vez Jesús se le apareció a una santa coronado de espinas, sangrante, con el rostro sufriente y golpeado como el de la Santa Sindone y le dijo: “No te amé en broma.” Jesús nos amó en serio y sigue amándonos con ese rostro lleno de luminosidad y alegría.  Fuimos creados por amor, bautizados,  redimidos por amor y ahora somos mandados: “Voy Señor”.

         María comprendió estas cosas tan profundamente que en una palabra resumió todas: “Aquí estoy”. “Sí, aquí estoy, soy, vengo.” Pidámosle a la Virgen que este “sí” siga cuando el camino  es cuesta arriba, cuando encontramos piedras, cuando alguna espina nos hiere, cuando una rama  golpea, en el peligro, en el temporal, en la lluvia. Cuando la vida se hace difícil, pidamos saber mirar  a la Reina de la Paz y decir: “Virgen María, ayúdame a continuar diciendo “sí”, a no aflojar.

         Recuerdo cuando estaba en la misión, la misión es bella pero también tiene sus pruebas, me había enfermado de malaria y estaba muy débil: me quedé solo en la casa porque el otro Padre había tenido que salir, y me pregunté: “Qué hago aquí, solo?” En ese momento percibí fuerte la presencia de la Virgen Consoladora que me decía: “No temas, no temas, hijo mío, estoy contigo.”  ¡Qué bello, se pasó hasta la malaria!

 

 

Señor Jesús te pedimos: ayúdame, ayúdanos a comprender  de manera verdadera Tu Amor por nosotros.

Sé que me amas y no es un sentimiento sino algo más profundo.

Ayúdame a entender Jesús, que no me juzgas, que  me ves bello, luminoso, limpio, porque Tú, con la Confesión, la Eucaristía y la oración me haces nuevo.

Señor Jesús, ayúdame  a comprender que mi vida es un don y que no puedo perder el tiempo, robarle tiempo al amor, como dice Madre Elvira.

Jesús, creo que me llamas  también a mí y me dices “Anda”.

Gracias, Señor, por esta llamada y haz que  me transforme en la estrella luminosa de la mañana, que yo sea la nueva evangelización en medio a los demás.

Entonces el mundo cambiará, por Tu potencia, por Tu esperanza, por Tu alegría, por Tu paz.

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