Hoy tenemos un Evangelio estupendo, cada vez que Jesús habla, dice tesoros: cada palabra del Evangelio, cada gesto de Jesús, sana y libera.
Este Evangelio es breve y hermoso. Pensaba predicarlo con cinco palabras, como los cinco dedos de la mano: “vengan”; “ están afligidos ”; “ alivio”; “yugo”; “corazón humilde”.
“Vengan a mí”. Es extraordinaria esta palabra de Jesús, es la Palabra que todos nosotros estamos recibiendo en estos días. No llegamos hasta aquí sólo para hacer fiesta entre nosotros: hay un centro de esta Fiesta que es Jesús. Durante estos veintisiete años realizó sanciones, alivió tanto cansancio a través de la Comunidad, a través de Madre Elvira, a través de todos ustedes.
No olvidemos que el centro de la Fiesta siempre es Él: donde está Jesús está la fiesta; donde falta Jesús, podremos hacer las cosas más extraordinarias, pero siempre falta la fiesta del hombre.
“Vengan” es una invitación de la compasión de Jesús. ¿Por qué Jesús insiste tanto en “ir a Él”? Porque en la vida corremos el riesgo de correr hacia muchos lugares. Muchas veces nos dispersamos, algunas veces nos perdemos y no recordamos que necesitamos una roca segura que le de estabilidad y equilibrio a nuestra vida. Jesús es la roca, Su Palabra y la Eucaristía son la roca.
¿Cómo se “va a Jesús”? Pidámoselo concretamente: no hace falta ir muy lejos ni correr. Paradójicamente, para “ir a Jesús” hay que quedarse quieto, arrodillarse. A Jesús no se llega en el orgullo, se llega de rodillas, en la humildad y al arrodillarnos nos damos cuenta que Él viene a nosotros primero.
La oración. Todos rezamos de alguna manera, pero es muy fácil distraerse, aun en la Santa Misa. Cada año durante los cuarenta días de desierto me toca este hecho: en esas largas horas de adoración me digo “¡Qué poco estoy con Jesús!” Es simple rezar, pero nuestra mente es capaz de huir de Jesús continuamente; no va hacia Él sino que se pone a reflexionar, a organizar, a veces huye en las fantasías más extrañas. Jesús sigue repitiendo con mucha paciencia “Vengan a mí”, pues yendo a Jesús encontramos el alivio.
Quisiera que en estos días todos pidamos el don de una oración sencilla y seria: el don más grande que podemos recibir, el don de estar con Jesús.
Quienes todavía no rezan, pidan en estos días el don de detenerse por lo menos media hora, un cuarto de hora para escuchar a Jesús que los llama: “Ven a mí”.
“Afligidos”. Jesús llama a todos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados.” En este “todos” estamos cada uno de nosotros. Me hago con ustedes esta pregunta: ¿Qué es lo que más me aflige en la vida? Quizá son muchas cosas, el trabajo, ciertos dolores que solo Dios conoce. . . todo es cierto. Pero más profundamente, a todos, jóvenes y adultos, lo que más nos cansa es caer siempre en el mal. El egoísmo aflige, el pecado aflige. Cuando somos ambiguos, cuando nos ponemos máscaras, cuando somos falsos, cuando tenemos mucho orgullo. . . esto, porque es mentira, aflige el corazón. No es el trabajo ni las preocupaciones lo que cansa y aflige sino el mal, el arreglo con el mal.
Los santos, en cambio, nunca parecen afligidos o cansados porque el bien no aflige, el bien le da alas a nuestra vida. Los santos no son personas distintas de nosotros, no son héroes sino personas que eligieron el bien radicalmente aferrándose a Dios; las fuerzas se multiplican porque el bien no cansa nunca.
La segunda cosa que aflige la vida de los jóvenes es no tomar la decisión, ver el bien pero no decidirse a hacerlo, ver la elección pero estar siempre más acá de esa elección. Esto es desgastante, es una de las cosas que más aflige y oprime.
Pidámosle a Jesús que podamos ir a Él, nos espera a todos con Su perdón, con Su claridad. Quizá después de estos cuatro días alguno de ustedes regrese a casa consolado porque ha recibido un perdón que nunca había recibido y experimente por primera vez en su vida sentirse limpio, liviano, con el corazón límpido ¡por ese caso valió la pena esta Fiesta! O quizá algún chico o chica esté pensando qué hacer de su vida y hoy, mañana o el domingo, lo alcanza en el corazón la Luz de Jesús, no como un entusiasmo pasajero sino como una gracia: “Adelante, no temas, este es tu camino.” ¡Vale la pena esta Fiesta si un joven o una chica dice que sí! Todos los años en la Fiesta ocurren milagros que solo Dios conoce: son los “misterios” de Dios. Nos parece imposible pero en realidad los milagros son el trabajo ordinario de Dios.
“Aliviaré”. Jesús promete dos veces el alivio al que va a ÉL. Jesús es fiel, cuando promete algo jamás engaña. Se puede tomar cualquier Palabra del Evangelio y descansar en ella. Jesús es confiable.
¿Cuál es el alivio que promete Jesús? No es algo etéreo o vago es algo que todos nosotros hemos experimentado cuando verdaderamente vamos a Jesús. Este alivio es Su perdón, Su Amor, el sentirse amado: reposa nuestro corazón, vence nuestro agobio. No sólo necesitamos comer y dormir, cierto que el descanso de la noche, poder comer, tener un comedor, nos alivia y nos nutre, pero no basta porque el corazón humano necesita algo más, necesita un sentido, necesita comunión, necesita amor: es lo que alivia y nutre.
En efecto, cuando nos sentimos profundamente amados nuestro corazón reposa, aunque haya sufrimiento, aún lágrimas, pero el consuelo del Amor de Dios es más grande.
“Yugo”. Jesús dice claramente “carguen sobre ustedes mi yugo”, al que llama “suave y liviano”. ¿Qué es el yugo de Jesús? Pues seguirlo a Él y su camino de Amor. Es un yugo porque hay que empeñarse para amar, se elige, no es algo espontáneo, espontáneamente somos bastante egoístas. El amor se elige pero está tan profundamente grabado en nuestras fibras que cuando amamos nuestra vida tiene alas. Por eso es un yugo ligero y les digo algo que todos hemos experimentado: el pecado es un yugo pesado que nos aplasta, el amor es un yugo ligero que nos hace volar. Quien más estuvo en las tinieblas sabe bien que llega un momento en que el mal te demuele, es una prisión, te sofoca, quizá no se quiere admitir, pero el mal nos aplasta porque estamos hechos para el bien.. Cuando cargamos el yugo de Jesús, el amor, hay vida, hay resurrección, hay libertad, porque amar nunca cansa. Santa Teresa de Ávila hablando del Amor y del Perdón de Dios decía:”Nos cansamos primero nosotros de pecar que Dios de perdonar.” Es verdad porque el pecado cansa, pero Dios no se cansa nunca de perdonar, perdona con alegría. Pidámosle que nos cansemos rápido de pecar, aún de los pequeños egoísmos, para que nos podamos arrojar en los brazos de Dios y encontrar alivio. Una vez que encontramos alivio, el Señor nos llama a ser junto a Él, alivio para los demás. Cada uno de nosotros está llamado a transformarse en Amor, a ensanchar el corazón, a devolver lo que Dios nos dio para encontrar la alegría.
“Humilde”. Jesús dice con simplicidad: “aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” La humildad verdaderamente es el clima de Dios, el clima del Corazón de Jesús. Dios es humilde, tan humilde que con frecuencia es el protagonista de de la vida y no lo vemos.
Dios, a través de su Hijo, a través del Espíritu, está aquí en medio nuestro con Su palabra, luego se comunica en el pan y el vino, nos alivia: todo con humildad ¿Qué hay más humilde que un pedazo de pan, un trago de vino y una palabra? Dios es así ¡qué abismo respecto a nuestro orgullo!
Pero Jesús dice: “vengan a mí para aprender la humildad” también hoy. En la humildad Dios realiza grandes cosas, empezando por la Virgen María Santísima : “Grandes cosas hizo en mí el Omnipotente, porque miró a mi pequeñez.”
Les voy a decir algo que ustedes ya saben: en estos veintisiete años de la Comunidad Cenacolo, aquí y en todas las fraternidades del mundo pasaron muchísimos chicos y chicas. Si a todos estos jóvenes que volvieron a encontrar la vida, que encontraron la resurrección, se les preguntara cómo hicieron para resistir las tentaciones cuando era difícil, en los momentos duros. . . Yo les respondo: por los gestos de humildad. La humildad los retuvo en la Comunidad. Quien supo poner el orgullo a sus pies encontró la salvación; el orgulloso, se fue de la Comunidad y regresó a las tinieblas.
Si queremos perseverar en la vida de la oración, en el bien, aún en nuestra fragilidad, porque nuestra fragilidad nos acompañará hasta el último respiro, tenemos un arma: la humildad, ir a Jesús, sentir necesidad de Jesús, gritarle a Jesús.
Cuidado si nos sentimos autosuficientes, cuidado si nos sentimos fuertes, estamos cerca del derrumbe. Si tenemos un poquito de humildad podemos tener esperanza, porque Jesús nos toma y nos hace estar de pie.
Les deseo que la humildad sea vuestra alegría, porque cuando hay humildad hay alegría. La humildad y la alegría son hermanas gemelas, se parecen, están siempre juntas; no busquen la alegría entre los orgullosos, búsquenla entre los humildes. En estos días habrá humildad y alegría. El Espíritu Santo realizará grandes cosas en sus corazones, les deseo que la humildad y la alegría sean dos flores que los acompañen en estos días.
¡Alabado sea el Señor!