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Una confesión bien hecha

Muchas veces experimenté que en el momento de la caída en el pecado, el mal me decía: “Mira lo que hiciste, qué incoherente  eres…” dentro  de mí nacía mucha rabia y un gran sufrimiento por haberme ensuciado yo y también  herido a los otros. En esos momentos sentía la necesidad de decir mi pecado, de confesarme bien, de vivir ese momento que es como una ducha interior, una liberación, que me confirma que Dios me ama no por lo que hago de bueno sino porque que soy su hijo. Hace unos meses tuve un gran peso en el corazón que no me permitía avanzar; entonces la Providencia  nos hizo el regalo de ir a un convento  que conocemos muy bien. Cuando regresé, luego de la confesión, hubiera podido “derribar un muro” ¡me parecía volar, cantaba y me parecía como si estuviera  bailando con la Virgen sobre las nubes!

        Esa es la belleza de la vida cristiana: que uno siempre tiene la posibilidad de recomenzar, de hacer una confesión seria y verdadera, de resurgir. Los frutos que da  me hacen feliz: cada vez me vuelvo más fuerte, maduro, autentico. . . todo lo que quería ser y que Dios quiere para mí.

 Georg

 

La Vigilia de Pascua

        En la Cuaresma acompañamos a Jesús en su sufrimiento hasta el sepulcro. Desciende en mí un  profundo silencio en el que veo cuánto lo hice sufrir también yo. Si todo terminara allí, en el frío de una tumba, su vida y su muerte no hubieran tenido sentido: sería una gran tristeza para todos. En la Vigilia Pascual, la noche más misteriosa se vuelve la más intensa y luminosa: ¡Es la espera de la victoria!

        Nos reunimos primero alrededor del fuego y luego dentro de la Iglesia para esperar y vivir juntos el momento de  la explosión de alegría, cuando con la secuencia Pascual y el Aleluya se anuncia su Resurrección;  que Él está vivo aquí con nosotros, que la muerte no lo pudo retener, que su amor triunfó y que somos hijos de esa victoria.

        En mi corazón la alegría es doble porque veo mi vida y la de los hermanos y hermanas que están a mi alrededor: de la tristeza en que estábamos, también nosotros resucitamos. Su resurrección se transforma en la nuestra, ya pasó el tiempo del sufrimiento. ¡Jesús venció en nosotros!  ¡¡Aleluya!!

 

                                                                                      Gabriela

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