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Luca G.

 Me llamo Luca, tengo treinta y cuatro años y vivo con alegría en la Comunidad. Mis padres nunca me hicieron faltar nada desde el punto de vista material ni afectivo, sin embargo  rápidamente elegí un camino equivocado. Desde niño me gustaba aparentar, para mí era importante destacarme y mostrarme delante de  todos para esconder la inferioridad que sentía. Era muy sensible y malcriado; cuando alguien me hacía mimos delante de otros me sentía muy avergonzado y nervioso. Entonces empecé a hacerme el “duro” y a frecuentar a los malos  del pueblo; con ellos, a los catorce años llegué a la mariguana y al alcohol. Pasaba el tiempo pero yo me quedé como un eterno niño, no tenía carácter y cada elección de mi vida era influenciada por otros que me aconsejaban, yo vivía en la inseguridad. En la adolescencia, tuve una relación equivocada con el sufrimiento: siempre lo evitaba, pensando que la vida cómoda y egoísta me  daría la alegría. Sólo vivía para las cosas materiales, el auto, la ropa, los boliches, mujeres  hermosas…sin embargo, no estaba contento, me sentía vacío e incompleto. Cuando terminé el secundario, comencé Derecho. No me interesaba, pero lo hice para  Contentar  a mi familia, para no tener que trabajar y porque era un buen camino para lograr una posición  holgada y   tranquila en la vida. También fallé  en esto: el ambiente universitario era un mundo jactancioso que me proponía ídolos que yo aceptaba hiriendo mi sensibilidad. En ese momento, a los diecinueve años conocí la heroína y rápidamente  subí al tren del  mal, pensando que resolvía mis problemas porque con esa mercancía me parecía que no sufría más. No fue así y mi vida se transformó en un infierno: me hice más egoísta, mentiroso con todos, le robaba a mi familia y  tenía problemas con la justicia. A los veintiséis años dejé los estudios, me fui de casa  y me puse de novio  ilusionándome  que estaría mejor, pero  también fue un fracaso. Estaba  basado en la falsedad y herido por muchas  discusiones. Hubiera querido una mujer simple, con los valores de la casa y de la familia, pero  en primer lugar, yo ya no pertenecía a esa vida, era esclavo de los malos hábitos del mundo, ilusionado  en que se podría construir algo sin sacrificio ni renuncias.  En esos largos años de  adicto, muchas veces  traté de dejar, con la ayuda de personas que me querían, pero siempre recaía.

Tuve que entrar al Cenacolo para reconstruir mi vida  totalmente,  sin medias tintas. Al principio sufrí muchísimo. Estaba destruido físicamente, pero mucho más por adentro, me conmovía por todo y no aceptaba el fracaso de mi vida. Los hermanos me decían la verdad, me mostraban mis límites, mi pobreza, mi orgullo desmesurado…pero en todo me sentí tratado como un ser humano, con mis historias, mi carácter y mis heridas. Lo que más me ayudó fue la oración personal: luego de un tiempo, comencé a levantarme a las dos de la mañana a pedirle ayuda a ese Jesús que apenas conocía.. Repasé delante del Santísimo mi historia desde que era un niño, mi timidez, mis miedos y descubrí una oración concreta hecha de verdad, de amistad sincera, de trabajo, de servicio a los demás. En la fe estoy reconstruyendo mi carácter y mi voluntad que la dependencia de las drogas había herido y aniquilado.  Gracias al Sacramento del perdón me siento  limpio de todo el mal que hice y también nació en mí la esperanza de tener una vida feliz, en el bien, tratando de ser un buen padre y marido.

Gracias Señor Jesús porque mi familia siempre estuvo cerca y porque en los momentos más feos de mi vida, me tomaste  de la mano y me hiciste entender que no estaba solo, sino que siempre estás Tú a mi lado listo para levantarme luego de cada caída.

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