“¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza!” (Sal 39,5)
Me llamo Natasha, soy de Croacia y con mucha alegría quiero contarles la historia de mi vida . Dónde encontré la fuerza y la voluntad para salir del mundo de la droga. Hoy me siento plenamente realizada porque aprendí a amar, a aceptar mis límites y mi pobreza. Finalmente descubrí el verdadero valor de la vida, mi decisión de perseverar en este camino de luz crece cada día, junto con la alegría que habita en mi corazón. Me crié en una familia simple pero era una muchacha sin fe. Mis padres me educaron en los valores importantes de la vida como la obediencia, el respeto, la ayuda a los más necesitados. Entre nosotros, sin embargo, nunca hubo diálogo lo que nos llevó a la división. Mi padre era alcohólico, desde pequeña luchaba mucho con él. Mi madre trabajaba todo el día y cuando por la noche volvía a casa estaba muy cansada, viéndola así no quería darle más preocupaciones y por eso no le hablaba.
Tanto mis sufrimientos como la falta de unión en la familia trataba de superarlos a través de caminos equivocados. Era una persona muy sensible y tímida y por eso no me aceptaba, quería ser distinta, como las otras chicas que eran más “libres” que yo.
Era buena en el deporte, mi pasión era el handball y jugaba desde hacía muchos años, amaba las cosas que hacía, pero sentía dentro que me faltaba una “pieza”, algo que no sabía encontrar sola. En la búsqueda continua de ese “algo” me volvía cada vez más rebelde, con rabia, falsa, escapando en todos los vicios equivocados del mundo. No lograba afrontar sola mis dificultades y empecé a frecuentar y elegir amistades falsas. Usando cocaína me creía que drogándome era más fuerte y que lograba enfrentar todos mis problemas. El mal quería destruirme y por eso caí también en la heroína que me quitó la alegría y las ganas de vivir. Mis padres, desilusionados, ya no confiaban en mí.
Hoy quiero agradecerles por el don de la vida que me dieron, porque siempre me han perdonado y amado. Fui “traída” a esta familia de la Comunidad Cenacolo por la Virgen de Medjugorje, que con su ternura me ayudó a abrir el corazón y a dejarme ayudar.
Desde el primer día, me sentí en seguida en la casa de Dios Padre y en su obra. Entendí que este era mi lugar. No sabía rezar pero sentía que yo también, tan cansada y herida, estaba llamada a sanar mi corazón. El amor de las chicas me enseñó a tener confianza y se derrumbaron mis defensas. Me querían con discreción y respeto y su silencio poco a poco, convirtió mi corazón. Me enseñaron a rezar, a mirarme por dentro, a aceptarme y a decidir cambiar. Jamás me sentí juzgada sino que me aceptaron como era. Comprendí que lo que mi corazón buscaba desde siempre era Jesús de Nazaret, mi amistad con Él fue creciendo a través de la oración cotidiana que hoy nutre mi vida. Él me da la seguridad y la fuerza para afrontar todo, perdonar siempre y amar a cualquier costo. ¡Encontré la fe! Contemplando la Eucaristía me siento amada desde siempre por Dios Padre, y este bien que recibo de Él quiero devolverlo entregándome en el amor y en el servicio a las hermanas y hermanos.
Agradezco a Madre Elvira porque tuvo confianza en mí; a nuestros sacerdotes, por su fidelidad y sensibilidad hacia nuestros corazones heridos, a todas las chicas que me ayudaron y que hoy todavía sostienen mi camino.
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