Album Fotográfico... Pasé un solo día en Roma con ellos, pero fue suficiente. El 16 de octubre la Comunidad Cenacolo recibió de la máxima autoridad de la Iglesia el reconocimiento de su carisma a nivel universal. El Cardenal Rylko, Prefecto del Pontificio Consejo de los Laicos, recibió a Madre Elvira y le entregó el valioso documento de aprobación que la Iglesia le reconoce.
Ese gesto me bastó para sentir qué grandes son las maravillas del Señor. Sorpresa y asombro, gratitud y empeño, generosidad, servicio, amor a los pobres, entrega generosa de sí mismos al Amor: esta es la vida del Cenacolo, es su música.
Hace apenas 26 años que nació esta obra, en la colina de Saluzzo, y su misma fundadora nunca imaginó que iba a crecer y desarrollarse tanto.
Justamente el Obispo de Saluzzo, Monseñor Guerrini comentó el acontecimiento citando el Salmo 79 (80), donde dice, hablando de la historia de Israel y de su renacer: “…les preparaste el terreno, echó raíces y llenó toda la región.(…) extendió sus sarmientos hasta el mar y sus retoños hasta el río.” En efecto, partiendo de los pocos jóvenes que en julio de 1983 golpearon a la puerta de la vieja Villa de los Huérfanos, para pedir un pedazo de pan y un poco de comprensión, hoy , la vida del Cenacolo extiende sus sarmientos de Europa hasta América.
En la lista de las nuevas obras generadas por el Espíritu dentro de la Iglesia y reconocidas por ella, ocupa el número ciento treinta. Es un signo de la fecundidad de la Iglesia que, con los carismas del Espíritu Santo, extiende sus retoños para alcanzar toda forma de necesidad y de pobreza.
Y para entender bien la identidad del Cenacolo, necesitamos una sola palabra, que Madre Elvira muy emocionada, repitió varias veces el viernes 16 de octubre, una sola verdad: el amor de Cristo por la humanidad herida. Solo el amor sana al hombre. No hay análisis, técnicas , estrategias, mecanismos, organizaciones, instituciones que respondan a la gran pregunta del corazón humano. El hombre busca el amor y se cura sólo donde lo encuentra sincero y auténtico.
En la tarde del viernes, una gran celebración en el altar de las Confesiones en la Basílica de San Pedro, presidida por el Cardenal Comastri, rezada y cantada por los casi ochocientos participantes del Cenacolo confirmó la belleza de la experiencia de la Iglesia, la certeza de la fe de Pedro que continua en los siglos, el milagro de un continuo Pentecostés que es la auténtica fuente del amor.
En general toda verdad se recibe solo abstractamente, intelectualmente, queda la duda, no hay certeza y no se hace vida lo que se escucha. En el Cenacolo, en cambio, la verdad se hace carne, se hace experiencia vivida cotidianamente. Por eso con ellos se respira la certeza de la fe, la alegría del amor entregado y recibido, la frescura y la libertad de las vidas que se renuevan . Este es el camino justo, es lo que deseo para mí y para todos: que lo que siempre nos enseñó la Iglesia se llene con el contenido de la vida, de fuerza determinante y arrolladora, del afecto y la razón suprema de cada gesto, de cada elección.
Hace unos años leí que el filósofo francés Emmanuel Mounier decía: “Hace falta sufrir para que la verdad no se cristalice en ideología sino que se haga carne.” Esto se toca con la mano en la Comunidad Cenacolo. Pues es en los muchos límites y debilidades humanas, que el Señor no le ahorra a nadie, que la verdad se hace carne y da vida. Un asombro y una maravilla que tienen una sola razón, una sola voz, un solo ímpetu: el amor de Cristo, mendigo del corazón del hombre y el amor del hombre, mendigo (aunque no lo sepa) del Corazón de Cristo.
P. Alberto Girello
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