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Viernes

Testimonio de Mariapia Bonanate  |  De la homilía del Card. Christoph Schönborn  | 

«¡Dejar noventa y nueve ovejas para ir a buscar una! A veces me digo: “¡Esta actitud del Buen Pastor es irresponsable!” Pero esto tiene un efecto estupendo. Si yo estoy, gracias a Dios, entre las noventa y nueve y veo que el Buen Pastor va a buscar la centésima oveja perdida, hasta encontrarla y traerla de nuevo al rebaño, puedo decirme a mí mismo: “Si un día también yo soy una oveja perdida, estoy seguro que este Pastor vendrá a buscarme y a salvarme también a mí”. Ésta es la buena noticia, es el Evangelio»
                                                                      Card. Cristoph Schönborn

Catequesis de S.E.R Card. Cristoph Schönborn
Arzobispo di Viena 


¡Sea alabado Jesucristo!

Querida Madre Elvira, queridos hermanos y hermanas, tengo  en el corazón  tanto  para decirles sobre la misericordia de Dios, sobre “Misericordia y verdad se encontrarán” que no se si tres horas me alcanzarán. Quisiera comenzar con dos escenas del Evangelio.  Siempre  me impresiona  mucho el contraste entre la misericordia de Jesús y la misericordia de los discípulos. Me encuentro a menudo en la misericordia de los discípulos y me descubro así escandalizado delante a la misericordia fuerte, exigente, pero verdaderamente misericordia de Jesús. Tomo dos ejemplos del Evangelio: el primero está en el mismo capítulo del Evangelio de Marcos, cuando los discípulos fueron enviados por Jesús de dos en dos a la primera misión. Nunca solos: ésta es una de las reglas fundamentales del Evangelio. Nadie puede andar solo anunciando el Evangelio.  Siempre de a dos, porque, como dice San Gregorio Magno, no se puede practicar la caridad de a uno; siempre hay necesidad de otro con el cual vivir la caridad, y por eso Jesús los envía de dos en dos. Cuando vuelven a casa de esta primera  misión, Jesús les dice: “Vengan, vamos a un lugar solitario, donde puedan descansar un poco”, porque había tanta gente que no tenían tiempo ni de comer. Entonces partieron con una barca sobre el lago de Galilea para ir a un lugar solitario, pero la gente vio que partían y caminó rodeando el lago,  y llegaron  antes que Jesús.   Se encontraban probablemente en Tabga, el lugar de la multiplicación de los panes. Cuando Jesús vio aquella multitud se conmovió, lleno de compasión porque “eran como ovejas sin pastor”.

 

El término griego es “splanchna”, que son las vísceras, en hebreo es “rahamim”, “rechem”, que es el vientre materno; Jesús se conmovió hasta lo más profundo de su vida, de su ser, como una madre se conmueve en su vientre por su niño. Viendo la multitud, estaba lleno de compasión y misericordia porque eran como ovejas sin pastor, y Marcos agrega: “Y comenzó a enseñarles muchas cosas”; enseñó todo el día.

Me impresiona mucho que la primera misericordia de Jesús sea dar la Palabra de vida, enseñar muchas cosas; y todo el día estas cinco mil personas, sin contar mujeres y niños, escuchaban a Jesús que enseñaba. Enseñaba el camino de la vida.

Ahora viene la misericordia de los discípulos: “Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: éste es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”. Mateo dice que dijeron a Jesús: “¡Echa a la gente!”. Yo tengo la sospecha que al final de esta larga jornada sentían un cierto vacío, un vacío que se llama hambre, y querían finalmente estar en paz. Vinieron a este lugar desierto para tener un poco de paz, de reposo, de vacaciones, para estar solos con Jesús y viene toda esta multitud; por esto dicen: “¡Echa a la gente!”. Ésta es la misericordia de los discípulos. La multitud viene para ver a Jesús y los discípulos la echan: cuando hago mi examen de conciencia de Obispo, de sacerdote, medito a menudo sobre esto. Pero Jesús les da una respuesta imposible: “¡Dénles de comer ustedes mismos!”. Entonces se perciben en el Evangelio las reacciones de los apóstoles: “¡Pero estás loco!”; no dicen así en el Evangelio, pero seguramente lo han pensado. “¡Estás loco, debemos ir nosotros a comprar doscientos denarios de pan y darles de comer!”. Doscientos denarios era el salario anual de un trabajador. Pero ellos no tienen dinero, no tienen nada. Y Jesús les dice: “¡Dénles de comer ustedes mismos!”. Jesús pide cosas imposibles, la misericordia de Jesús nos parece a menudo excesiva, imposible. ¿Cómo hace? Lo que Él espera de sus discípulos es realmente imposible, mientras lo que ellos desean y dicen es más que comprensible: “Queremos tener paz, ¡echa a esta gente!”.

La Misericordia que Jesús enseña es difícil, pero es la única verdadera. Y les ofrezco un segundo ejemplo, donde la misericordia de Jesús se nos aparece durísima. En el capítulo quince de Mateo, Jesús una vez más se retira con los apóstoles: éste es un movimiento importante en la vida de Jesús, se retira sobre todo para la oración. Santa Teresa de Ávila decía: “Deja todo, pero no dejes la oración”. Jesús después de partir de allí se retira a la región de Tiro y Sidón, una zona pagana, entre paganos, y una mujer cananea, una pagana originaria de aquella región, gritaba: “¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David, mi hija está terriblemente atormentada por un demonio!”. Cuántos padres aquí hoy pueden comprender este grito de la pobre mujer pagana: “Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”; pero Jesús no responde nada, ni una palabra. ¿Pero cómo es posible? ¿Jesús no se conmueve por el sufrimiento de esta mujer? ¿Por qué no responde? Entonces veamos a los Apóstoles cómo parecen misericordiosos: “Sus discípulos se acercaron y le pidieron: Señor, atiéndela”, ellos ven la pena de esta madre, y le suplican a Jesús: “Dale lo que pide, atiéndela” y agregan inmediatamente la razón por la que son tan misericordiosos: “Atiéndela, porque nos persigue con sus gritos,  viene  gritando detrás nuestro”. Ésta es la misericordia de los discípulos; no era la respuesta a la miseria de la mujer, de la madre que suplicaba a Jesús por su hija, sino era: “Esta mujer que grita tanto detrás nuestro, ¡que se calle!”. Yo pienso mucho en nosotros los Obispos: tenemos miedo de este grito de la prensa, de los medios que gritan detrás nuestro, y entonces queremos que Jesús resuelva todos los problemas para tener nuestra paz, para estar tranquilos, ¡pero ésa no es la misericordia de Jesús!

 

La misericordia de Jesús va mucho más allá de esto; Jesús responde: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Jesús le dice: “Yo vine para los hebreos, soy hebreo, soy el Mesías de Israel, no vine para ustedes paganos, no es mi trabajo, ¡no me interesan!”. ¡Qué dureza! ¿Entonces qué hace esta mujer? Se postra delante de Jesús y dice: “¡Señor, socórreme!”. Continúa gritando su miseria, su compasión por su hija. ¿Y Jesús qué responde, qué dice? “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”, a los perros. Es el desprecio completo. La dureza de Jesús es terrible, ¿cómo pudo actuar así? Pero esta señora no se deja impresionar por la aparente dureza de Jesús, y dice: “Sí, Señor, tienes razón, es verdad; nosotros los paganos, yo, pobre pagana, no tengo ningún derecho al pan que es para los hijos, pero también los cachorros se alimentan de las migas que caen de la mesa de sus dueños”. Y ahora Jesús no puede rebatir más, ella se lo ganó: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Desde ese momento su hija quedó curada. ¿Qué es esta misericordia de Jesús? Él solo parece duro, pero en su misericordia divina, verdaderamente divina, condujo a esta mujer a un acto de fe fantástico, una fe total, no dio todo inmediatamente como estamos tentados a hacer nosotros: resolver de inmediato todos los problemas; ¡ésta no es misericordia! Jesús hace caminar en la fe, hace caminar a esta madre en el sufrimiento hasta que entiende: “Yo no tengo ningún derecho a que tú, Jesús, vengas en mi ayuda y cures a mi hija”. Pero ella tiene un deseo que no desiste ante las dificultades, ante el aparente fracaso de sus peticiones. Ésta es la misericordia de Jesús.

 

Los invito a dar algunos pasos, para entrar más en la comprensión de la misericordia de Dios a través de la Palabra de Dios y la experiencia humana de la cual ustedes son ricos.

¿Qué es realmente la misericordia? ¿Dónde está el límite entre misericordia y ligereza, entre misericordia e injusticia? A veces la severidad es misericordia, más que el dejar pasar todo; “everything goes” se dice hoy; todo es posible, todo se puede hacer: eso no es misericordia. Los padres que permiten todo a sus hijos no son misericordiosos, tienen la misericordia de los discípulos, no quieren que los niños les griten detrás. Y por eso les dan dinero, la computadora, los ponen delante del televisor... pero eso no es misericordia. El amor soporta mucho, pero exige también mucho.

Hoy vivimos en una época de darwinismo social. Estudié mucho esta cuestión e hice debates públicos: ¿es verdad lo que dijo Darwin? ¿Que sobrevive el más fuerte, que ésta es la ley de la naturaleza, la supervivencia del más fuerte? ¡Ay, de los débiles, ay, de los pobres! Si este es el modelo de la sociedad, ¡ay de nosotros! La psicología  a menudo dice: te debes hacer valer, te debes imponer, tienes que realizarte. La misericordia es considerada como debilidad, como algo que no sirve para el éxito, para la propia vida, para el yo.

Friedrich Nietzsche, este pobre gran filósofo, dijo que el cristianismo es la religión de los débiles, y que la misericordia para él es un Dios miserable, que los cristianos son hombres inferiores, porque la misericordia debilita al hombre, lo vuelve impotente. Y además está la sospecha de que la misericordia puede humillar a los demás. Si eres misericordioso, estás por sobre mí. Pero por otra parte escucho muchas veces la queja de que la Iglesia no tiene misericordia. ¡Cuántas veces tuve que escuchar esto! Por ejemplo, no tiene misericordia con los divorciados vueltos a casar. Entonces yo digo siempre: miren lo que hizo Jesús cuando le dijeron: “Pero Moisés permitió repudiar la mujer, dar un acta de divorcio”. ¿Qué responde Jesús? “Por la dureza de su corazón Moisés les dio permiso de repudiar a sus mujeres” ¡Por la dureza del corazón! Cuando escucho decir que la Iglesia no tiene misericordia, yo pregunto: “¿Pero ustedes, padres que se han divorciado, fueron misericordiosos con sus hijos? ¿Quién hizo sufrir a los hijos? ¿Por qué hicieron cargar el yugo de sus conflictos sobre las espaldas de sus hijos? ¿A quién le falta misericordia?” Y a menudo sigue un momento de silencio. ¡La Iglesia es la única, la única en nuestra sociedad que defiende el matrimonio! Que defiende a los débiles, que son los niños, que necesitan de sus padres. Y lo digo porque también el matrimonio de mis padres fracasó, viví el divorcio de mis padres. Uno de los momentos más hermosos de mi vida y quizás también el más duro fue cuando los jóvenes, en una escuela, me preguntaron: “Cardenal, ¿cuál fue el momento más duro de su vida?” Me quedé un poco sorprendido por la pregunta, y espontáneamente –no lo pensé- espontáneamente del corazón respondí: “El momento en que supe que mis padres se divorciarían”. Fue un silencio total y todos estos jóvenes escuchaban. Y después agregué: “Pero vean, yo tuve también la experiencia de la belleza de la reconciliación. Mis padres no se volvieron a unir, pero se reconciliaron. Y papá, antes de morir –tenía cáncer- vino a casa para celebrar la última Navidad de su vida en familia”.

 

Si hacemos la experiencia de la misericordia de Jesús, de Dios, de su perdón, es cierto que las heridas permanecen, las cicatrices de las heridas permanecen, pero hay sanación verdadera, hay algo más que es la novedad del perdón. Por esto tal vez el Señor permite que pasemos a través de muchos sufrimientos, para hacernos conocer la grandeza de su misericordia. Sí, la Iglesia es misericordiosa. ¿Pero en qué consiste la misericordia? Antes que nada la misericordia es el corazón más íntimo de Dios mismo. La misericordia de Jesús no viene de las ideas, de los sentimientos, sino que surge directamente del corazón del Padre. Jesús nos dice: “Yo les digo lo que he oído, lo que he visto de mi Padre”. Es la traducción, en gestos y palabras humanas, de la misericordia del Padre mismo. Y por eso Jesús dijo: “El que me ve a mí, ve al Padre”. Cuando vemos la misericordia de Jesús en actos concretos vemos al Padre, vemos a Dios. Pero para decir  “ misericordia”  en hebreo hay dos términos, y esto es muy interesante. El Papa Juan Pablo II hizo una lindísima meditación sobre esto en la Encíclica “Dives in Misericordia”. Hay dos palabras, “khesed” y “rehem”. “Khesed” es la fidelidad, “rehem” es el vientre materno. Y el Papa Juan Pablo explica que estos dos aspectos son como la fidelidad de un padre y la ternura de una madre. Ambos son parte de la misericordia de Dios: son el aspecto masculino y el femenino. Queridos amigos, ¡Cuánto necesitamos padres hoy! Padres. Hay necesidad de khesed, de solidez, de fidelidad del padre. Y me parece que ésta es  la gran carencia en nuestra sociedad de hoy  y de la que  tenemos mucha necesidad.

Recuerdo cuando murió el Papa Juan Pablo II: había una inmensa multitud, decían que eran cuatro millones de personas que quisieron ver cuerpo del Santo Padre en San Pedro. Esperaban en una larguísima fila en la plaza de San Pedro y más de hasta quince, dieciséis horas para pasar un momento delante del cuerpo del Papa. Yo, como Cardenal, pude pasar de inmediato. No esperé horas, lo admito: el solideo rojo es el “pasaporte” en Roma. Pero pregunté a muchos jóvenes: “¿Pero por qué hacen esto, todo este esfuerzo de esperar?”, y todos respondieron: “Él era un padre, perdimos un padre, queremos agradecerle”. Esta paternidad del Papa Juan Pablo, y en un  modo más escondido y reservado hoy la del Papa Benedicto: ¡la necesitamos  mucho! Yo lo conozco muy bien al Papa Benedicto, hace treinta y siete años: fui estudiante y su alumno en Ratisbona, cuando era profesor, y después pude estar cerca suyo muchos años cuando se trabajaba para el nuevo Catecismo. Puedo decir y testimoniar que es un hombre de gran humildad, de gran simplicidad. Una vez le pregunté a la portera del palacio de la Congregación cuando llegó él como nuevo prefecto: “¿Cómo es este Cardenal alemán?” Ella me respondió: “Es un verdadero cristiano”. Qué buen testimonio : “¡Es un verdadero cristiano!”.

 

Si no están demasiado cansados peguntémonos ahora un poco más de cerca, también filosóficamente, pensando un poco, moviendo el cerebro: “¿Qué es la misericordia? ¿Es una actitud natural o sobrenatural? ¿Es algo humano o es sólo una actitud cristiana?”. Nietzsche, filósofo alemán que luchó toda su vida con Dios y contra Dios, dijo una frase terrible: “¡Los débiles y los malogrados deben perecer!  Es el primer principio de nuestro amor por los hombres.  Debemos ayudarlos  para hacerlos desaparecer. ¿Qué es más nocivo que cualquier vicio? ¡La compasión, el cristianismo!”. Estas palabras nos parecen exageradas, pero cuando se ve la tendencia en favor de la eutanasia es justamente la religión del más fuerte que se afirma: hacer desaparecer a los débiles. El pedido de la eutanasia es la actuación exacta de lo que Nietzsche llama –en protesta contra el cristianismo- “el primer principio de nuestro amor por los hombres”. La lucha por la eutanasia se convirtió, por lo menos en Europa, en la lucha ejemplar de esta falsa misericordia que no soporta ver el sufrimiento. Un colega mío de la escuela, que hoy es médico, me decía: “A veces vienen  los nietos a pedir: doctor nuestra abuela sufre mucho, está muy enferma, con cáncer, tiene muchos  dolores, ¿doctor usted no puede... ayudarla para que termine este sufrimiento?”. Entonces él responde: “¡Asesinen a su abuela ustedes mismos!”. De inmediato está claro lo que es la eutanasia: ¡asesinar!

Se desea una excusa, que lo haga el médico “humanamente”. “¡Asesinen ustedes a su abuela!”, ¡ésta es la verdad! Otro ejemplo terrible: el síndrome de Down. Hoy se puede hacer el diagnóstico ya en el vientre materno no con certeza, pero con probabilidad. Entonces el médico dice a la mamá: “Tu niño tal vez tiene el síndrome de Down”. ¿Qué quiere decir? ¡Pueden matarlo si quieren, abórtenlo! Y la pobre mamá está bajo una presión terrible. Eliminaron de nuestra sociedad dos tercios de niños con síndrome de Down. Dos tercios de esos concebidos desaparecieron. ¿Por qué? No porque fueran curados, sino porque fueron asesinados en el vientre materno. Ésta es la triste misericordia de nuestra sociedad: asesinar a un enfermo incurable.

La misericordia de Jesús tiene otro fundamento. Existe un fundamento natural a la misericordia; todos tenemos una actitud natural a tener compasión de los que sufren. Una mamá cuando ve a su hijo enfermo tiene compasión, es natural. Y decimos espontáneamente que es inhumano no tener compasión del propio hijo. Pero por otra parte esta compasión hoy ya no alcanza. Porque hay mucha presión de otro tipo de compasión, de falsa misericordia. Tanta presión que tenemos necesidad de una fuerte ayuda de lo alto. Porque el enemigo, el diablo, se esconde detrás de una falsa misericordia. No por misericordia, sino por odio hacia el hombre. Y por esto necesitamos de la fuerza de Cristo. No basta la fuerza natural para abrazar, como hacía Jesús, al leproso.

Abrazar a un leproso es imposible. No apartar la mirada delante de la miseria de muchos jóvenes que sufren la lepra de la droga, del alcohol, es difícil. Necesitamos una fuerza más grande que la sola fuerza natural porque la naturaleza rechaza y se niega a ver tanto mal. Ahora veamos, ¿la cuestión de la misericordia es para todos o sólo para algunos? Hay una palabra escandalosa de Jesús, cuando estaba en Nazaret, su pueblo natal, donde había crecido, y muchos de sus conciudadanos esperaban que hiciera un milagro. Y Jesús dice: “Había muchos leprosos en Israel en tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naaman el sirio, el pagano”. ¿La misericordia es para todos, o sólo para algunos? Jesús no curó a todos, muchas veces curó a uno, a otro. Es un dilema evidente. Pero hay una respuesta, y la vemos aquí. La misericordia no es abstracta, Jesús no nos pide amar a la humanidad, sino amar al prójimo. Y el Evangelio más evidente sobre esto es el del Buen Samaritano. Jesús no nos pidió que hagamos lo imposible, no podemos sanar todas las heridas del mundo, pero podemos ver al prójimo que cayó entre manos de los ladrones. Podemos hacer como los dos clérigos, el sacerdote y el levita, que siguieron de largo, o podemos hacer como el buen samaritano. ¿Qué quiere decir?  Cierto que   la Comunidad Cenacolo no puede resolver todos los problemas de la droga en el mundo. ¿Quiere decir entonces que dejemos caer todo, que no hay nada más que hacer?

 

No, la misericordia es concreta. Los padres con sus hijos, con la cruz, el sufrimiento, la paciencia, la oración, pueden resurgir. No seguir de largo frente a ese herido en el camino: ésta es la respuesta de Jesús. Y esta respuesta tiene un efecto muy concreto, es contagiosa, porque, lo veo aquí concretamente con mis ojos, es posible renacer, recomenzar a vivir. Entonces es esta misericordia que todos ustedes han visto, experimentado: es la misericordia de Jesús. Y, última pregunta, ¿pero qué será de los que yo no puedo ayudar? Nuestra respuesta es: ¡está el Señor! ¡Está el Señor! Y podemos tener confianza que si nosotros hemos sido objeto de la misericordia de Jesús, no faltará la misericordia de Jesús también para los demás.

Termino con las noventa y nueve ovejas que el Buen Pastor deja en el desierto, para ir a buscar la centésima perdida. A veces me digo: “¡Esta actitud del Buen Pastor es irresponsable! Dejar noventa y nueve ovejas para ir a buscar una”. Pero esto tiene un efecto estupendo. Si yo estoy, gracias a Dios, entre las noventa y nueve y veo que el Buen Pastor va a buscar la centésima oveja perdida, hasta encontrarla y traerla de nuevo al rebaño, puedo decirme a mí mismo: “Si un día también yo soy una oveja perdida, estoy seguro que este Pastor vendrá a buscarme y a salvarme también a mí”. Ésta es la buena noticia, es el Evangelio. ¡Gracias por la paciencia de haberme escuchado!

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