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Gianluca

            Me llamo Gianluca y tengo treinta y cuatro años. Antes que nada quiero agradecer a la Comunidad por haberme recibido y amado, porque hoy puedo testimoniar mi resurrecciòn y el infinito amor de Jesús y María.
Crecí en una familia que ha tratado de guiarme hacia el camino del cristianismo, recuerdo que mamá y papá me llevaban siempre a Misa,  seguí asistiendo  hasta la Confirmaciòn tratando de escuchar lo que me decían. Pero desde entonces me dieron  mucha “libertad” y poco a poco  comencé a aprovecharme. Mi padre era muy cerrado, vivía para su trabajo y en los momentos libres estaba siempre en el bar, así que entre nosotros nunca hubo diálogo. Cuando me metía en líos, lograba “manipular” la verdad contándole un montón de mentiras. Cuando tenía quince años mi hermano murió a causa de la droga, pero en lugar de entender que ese camino sólo llevaba a la muerte,  yo también hacía lo mismo,  culpando a Dios de su muerte y perdiéndome en el mal.

         En casa hacìa el doble juego, aprovechandome de la fragilidad de mis padres luego de la tragedia de mi hermano; ellos pensaban que era un buen chico porque trabajaba. Pero de noche me transformaba, iba a la búsqueda de una vida de diversión en la falsedad y tras los ídolos de la droga, del sexo y del dinero. Este mundo del mal me atraía mucho y así de la mariguana pasè a otros tipos de droga: cocaína, éxtasis...Tenía sólo dieciseis años, confundía el mal con el bien, y aunque en el fondo sentía que me estaba destruyendo, no lograba a salir; a este punto era ya prisionero y esclavo.

          A medida  que pasaba el tiempo, las cosas se enredaban cada vez más, yo cada vez necesitaba  más  droga, el dinero que ganaba no me bastaba y contraje muchas deudas. Las primeras veces mis padres me ayudaron, les contaba siempre la típica fábula de que dejaría de hacerlo, pero un día me encontré en la cárcel, acusado de atraco. Ni siquiera la prisión me hizo cambiar de vida,  seguí engañando a mis padres diciendoles que finalmente había entendido y prometiéndoles que  cambiaría de vida. Cuando salí de la cárcel encontré una buena chica que me quería,  me apoyé en ella, pensando que eso bastaría para hacerme cambiar de mentalidad, pero duró poco porque era esclavo del mal y me perdí en la ilusiòn del dinero. Enseguida me encontré solo y abandonado, con todos mis proyectos desvanecidos, nadie más creía en mí. Hoy puedo decir que bendigo ese  momento de fracaso total, porque ha sido para mí un bien: tocar fondo me obligó a levantar el tubo del teléfono y pedirle ayuda a un amigo de la familia que conocía la Comunidad. Era una persona destruída, había tratado de quitarme la vida ¡pero aquel día era el domingo de Pentecostés!  Pienso que el Esprítu Santo me salvó por las oraciones de mi madre y de mi abuela, que tantas veces se lo imploraban  a la Virgen rezando el Rosario.
           
           Cuando entré en la Comunidad, a pesar de las dificultades de los primeros meses me sentía lleno de entusiasmo. El problema más grande era que todavía era falso, sobretodo al contar las “historias” sobre mi pasado: pensaba que “inflándolas” los chicos me respetarían y estimarían  más.
Después me dí cuenta que a ellos no les interesaba lo que había hecho sino lo que vivía hoy, y me querían  por lo que soy, aún con todos mis miedos y mis límites. Un día tomé coraje y dije a todos que estaba contando un montón de mentiras, la fuerza para hacer este gesto de libertad y de verdad  la encontré  de rodillas delante del Santísimo Sacramento.  Entonces descubrí que la vida de oración me interesaba y me atraía; no comprendía bien para qué era “llamado” pero sentía que algo nuevo nacía dentro mío.

            Haciendo el camino descubrí que Dios me había dado muchos dones que yo había enterrado o que usaba para hacer el mal a mí y a quienes me rodeaban. Comprendí también que la muerte de mi hermano no era culpa de Dios,  que por muchos años se lo había hecho “pagar” a mis familiares, rechazándolos, aprovechándome de ellos e hiriéndolos.
Hoy he reencontrado la vida y también a mi familia, es más, familias tengo dos: la natural con mi papá, mi mamá y mi hermana, y la de los hijos de Dios, que para mí es la Comunidad en la cual Jesús me está ayudando día tras día a mejorar y a robustecerme en las elecciones de vida cristiana, a pesar de toda mi pobreza.
La Comunidad me ha enseñado a no detenerme frente a los problemas, sino a meterme de rodillas y pedir ayuda a Dios: allí descubrí que el pobre no es el que no tiene dinero, sino que soy yo, pobre de corazón, cada vez que pienso sólo en  mí mismo. Por esto los hermanos me han educado para entregarme sin esperar nada a cambio, sabiendo que hacer el bien fortifica mi espíritu y sana muchas heridas mías. Hoy estoy feliz porque estoy aprendiendo a llevar mi cruz y gracias a ella conocí el amor de Dios.

            Agradezco a Madre Elvira y a todos los jóvenes por la confianza que tuvieron en mí. Deseo restituír al menos un poco de todo lo que he recibido  permaneciendo en la Comunidad, tratando de dar el amor con que Dios llenó mi corazón a los que Dios me confíe. ¡Gracias por todo!

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