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Card.Schonborn, Homilía

Jueves 16 de julio

 

Cardenal Cristoph  Schönborn

Homilía Ex  3,13-20;  Mt  11, 28-30

 

¡Alabado sea Jesucristo!

            Queridos hermanas y  hermanos, queridísima Madre Elvira, estoy profundamente asombrado y conmovido por esta gran reunión.  Cuando me invitaron no sabía nada de lo que me esperaba. Con mucha alegría vine en la fiesta  de la Virgen del Carmen, al  26º  aniversario de la Comunidad:  ¡Entonces, feliz cumpleaños a todo el Cenacolo!

            Pero el programa de Dios siempre es maravilloso y nos sorprende: por ejemplo hoy,  en la fiesta de la Virgen  del Carmen, las lecturas del día son  tan apropiadas para la Comunidad que sólo puedo decir, “!El Señor hace maravillas con las cosas más pequeñas!”

            Recibimos la Palabra del libro del Éxodo, que es un anuncio de liberación. El anuncio de un Dios que dice de sí mismo:  “Yo estoy con ustedes, soy el que siempre está con ustedes.”  Un Dios que se revela:  “Yo los he visitado y he visto cómo los maltrataban los egipcios. Por eso decidí liberarlos de la opresión que sufren en Egipto.” He visto la miseria, el sufrimiento de mi pueblo, por eso descendí para liberarlos  de la esclavitud de Egipto, de este gran faraón, imagen de príncipe del mundo y los llevaré a la montaña santa donde me ofrecerán un sacrificio.  El anuncio de la liberación, entonces es lo más  bello para el cumpleaños de la Comunidad, que a tantos nos hizo ver que  Dios es El que ha visto la miseria de su pueblo, que no cerró los ojos ni los oídos frente al grito de sufrimiento de su pueblo; descendió para sacarlo de las manos del faraón, que no quiere dejar libres a sus esclavos. Pero además, Dios tiene otro proyecto para  su  pueblo. Veamos estas hermosas palabras que Moisés dice al pueblo:  “El Señor, el Dios de sus padres  , es el que me envía.”  ¿Y cuál es el nombre de este Dios?  “Yo soy el que soy.”  “Yo soy me envió a ustedes,”

            El nombre de Dios: Dios es el que es. ¡Qué consuelo saber que Dios es!  Todos nosotros recibimos la vida, entonces, todos nosotros corremos el peligro de  desorientarnos. Entonces Dios nos dice: “Yo Soy El que soy”.  Nos asegura que Él es, lo que es un gran consuelo.  ¡En un mundo en que todo cambia, en que todo pasa, hay Alguien que es!

            Hoy Dios nos dice: “EL Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac…”  Haciendo este largo viaje desde Ginebra hasta aquí, sobre esta montaña, vi muchas Iglesias, testimonios de nuestros padres y madres en la fe. Quizá ustedes se hayan olvidado de la fe de sus padres, de sus madres…”  recuerdo que un día sor Elvira me contó la historia de su mamá, la fe de nuestros padres, de nuestras madres, de nuestros ancianos. El Dios de nuestros padres no nos olvidó, es el Dios que está hoy  con nosotros, que ve el sufrimiento de su pueblo, que observa, que desciende, que se hace humilde, se hace hombre para estar con nosotros y darnos la libertad, la liberación, la redención.

            Por  esto, no debemos tener miedo del faraón. Moisés tenía miedo del faraón. A menudo, yo  también tengo miedo del faraón, del príncipe de este mundo, de la fuerza, de la violencia de este mundo.  Porque qué somos nosotros:  pobres, indefensos, delante del poder de este mundo, de sus tentaciones, de esta inmensa máquina del mundo. Moisés tenía miedo del faraón, se entiende, el gran rey de Egipto: “ ¿Quién soy yo para hablarle al faraón?” Y Dios  le responde: “Irás  delante del rey de Egipto y le dirás : el Señor, el Dios de los Hebreos, se nos apareció y nos permitió ir al desierto, a tres días de camino de aquí, para hacerle un sacrificio al Señor,  nuestro Dios.”  Pero el faraón no lo permitirá, no quiere que  salgamos de la esclavitud,   el faraón  quiere que siempre seamos esclavos y por eso Dios debe dar señales fuertes: diez signos le da al faraón de Egipto  hasta que deja partir al pueblo.  ¡Cuántos signos que dio el Señor  en veintiséis años en esta Comunidad!  Signos de que Él es el Señor y de que da la libertad.

            El Evangelio  elegido por la Iglesia en el día de hoy es justo el que nos dice a todos nosotros y a muchos de nuestros amigos, hermanos, hermanas, que están sufriendo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.”

            El Señor Jesús nos dará alivio pero nos dice : “Carguen sobre ustedes mi yugo.”  Hicimos la experiencia de cuán pesado es el yugo del mundo, del pecado, de la esclavitud. El yugo de Jesús es liviano.   ¿Por qué liviano? Porque Él es  “manso y humilde  de corazón”,  esto vuelve al hombre libre, liviano, y en Jesús también nosotros encontramos descanso para nuestra vida.

            Finalmente, la fiesta de la Virgen del Carmen: para mí y para todos ustedes es una fecha muy importante y hay muchas razones para amar esta fiesta. Un pequeño recuerdo es que fue el último día que se le apareció la Virgen a Bernardita  en Lourdes. Hace ciento cincuenta y un años, un día como hoy, la Inmaculada Concepción se le aparece por última vez a una pobre y humilde  jovencita; también es el día de la fiesta de la Comunidad del Cordero, de la que soy el Obispo responsable: son un poco más viejos que ustedes, tienen treinta años, pero son una comunidad joven y hoy celebran su cumpleaños, así que nos unimos a ellos.

            Ustedes en el Cenacolo hicieron la experiencia de que para  encontrar a Jesús, manso y humilde de corazón,   ¡no hay ningún camino más seguro, más simple, más luminoso, que su Madre!  Es la fe de nuestra Madre: “Feliz de ti que has creído.”

            Encomiendo en esta Misa a toda la Comunidad a la Virgen, a María:  a todos ustedes y  a todos los que llevan en el corazón y que están sufriendo, a la espera de encontrarse con el Dios de nuestros padres, Jesús, el Liberador, y su Madre, María.  Amén.

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