Me llamo Daniele, tengo cuarenta y un años y vengo de Lombardía. El motivo que me trajo a golpear a la puerta del Cenacolo fue una vida vivida sin valores sólidos y sanos . Condicionado por timideces y miedos, me aferré a cosas equivocadas, cómodas, inmediatas, materiales. Esta vida rápidamente me llevó al mundo del placer, esto es, de la droga, el sexo y el alcohol.
Dentro mío siempre tuve un corazón que gritaba por ayuda, pero también la incapacidad de entender y admitir que solo con mis fuerzas humanas no llegaría nunca a ninguna conclusión.Viví muchos años poniendo mi persona en primer lugar, sólo y exclusivamente para mis intereses personales: chicas, trabajo, deporte, auto... Traté de encontrar la “llave” mágica también en las medicinas, pero sólo ahora me doy cuenta que eran todas formas equivocadas de afrontar el problema: ¡ninguna pastilla me daba la verdadera alegría de vivir, tenía que aprender a pedir ayuda! Conocí a Madre Elvira y a su Comunidad gracias a un sacerdote al que me dirigí ya en límite de mis fuerzas. Él primero me aconsejó ¡y después casi me obligó, a contactar al Cenacolo! La voz y la mirada de este padre me dieron la fuerza de decir “sí” y de dejarme ayudar; la misma voz y los mismos ojos los veo hoy cuando miro y escucho a Madre Elvira.
La acogida y la hospitalidad que recibí al comienzo del camino me sirvieron para superar las primeras dificultades: fue difícil pero al mismo tiempo hermoso e indescriptible comenzar una vida nueva en el verde de la naturaleza, en comunión entre nosotros, sin intereses, “sobre los hombros” de Jesús y de María. Ya desde los primeros días sentí una fuerza y algo nuevo que se movía dentro de mí: llegaba de la oración, del bien, de compartir, de la confrontación, de la verdad que se me anunciaba. La coherencia, el ejemplo y la amistad de los hermanos me sirvieron para desbloquearme en confianza y en verdad, y como consecuencia encontré libertad y alegría. Hoy estoy en la casa de Medjugorje: la presencia viva de María me está ayudando a ser cada vez más un hombre “de corazón”, a vivir en el servicio y a saber donarme a mis hermanos.
Vivir esta parte de la vida en el Cenacolo es para mí una gracia porque me permite ponerme a prueba y hacer la experiencia personal de otra forma de vida, radicalmente opuesta a la que llevaba antes. La vida en Comunidad me enseña a seguir a Jesús con su Palabra y a dejarme abrazar, guiar y proteger por María. Acoger a los peregrinos y “superarme” para darles testimonio de mi vida me está enseñando a ir más allá de mí mismo, haciéndome sentir útil para los demás, como un pequeño instrumento en las manos de Dios.
Todo esto me está dando alegría y fuerza para afrontar el presente, y esperanza para un futuro rico en bien y en luz.
Agradezco a Madre Elvira, los padres y todos los hermanos con los que viví momentos de resurrección, personas como yo: un tiempo muertas y ahora resucitadas. ¡Gracias!
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