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Corazón de la Comunidad

El ayuno  |  El silencio  |  El Via Crucis  |  Una confesión bien hecha  | 

 Cada año se abre un nuevo camino: un tiempo de gracia, de conversión, de sanación. Es la Cuaresma que nos prepara para la Pascua, el “corazón” de la historia de Jesús, el momento más importante de sui vida. Este tiempo especialmente “fuerte”, de cuarenta días retoma el camino del  pueblo de Israel para arribar a la tierra prometida. Esa fue la primera Pascua, que Jesús viviría tantas veces con su pueblo: la fiesta del paso de la esclavitud de Egipto a la libertad de la tierra prometida. Una libertad finalmente encontrada, era la fiesta más importante , el pueblo no podía olvidar ese momento.

Jesús entra en esa Pascua antigua y nos hace una nueva. No está más el faraón, el pueblo tiene su tierra pero sigue  habiendo una esclavitud a través de todos los períodos de la historia: el pecado. Es la verdadera esclavitud. El mal, que nos hiere, nos encadena, nos atemoriza, nos destruye. Jesús hace una  Pascua nueva: libera al hombre de todas  las cadenas que tiene adentro. Es la verdadera Pascua, la Pascua que nosotros, al igual que el pueblo de Israel, celebramos. Es una Pascua nueva para todos, hay una alianza nueva y eterna cuyo “precio” es Jesús en la cruz. Él  abre sus brazos y da su vida para nosotros; es el amor más grande: dar la vida por los amigos, y para Dios cada hombre es su amigo. Él da la vida por todos: la da por ti, por mí , por cada uno de nosotros.

  Recorrer este éxodo pascual nos dice una verdad: la Pascua es un camino. No se puede resurgir en un minuto, se necesita el paso de cada día: hay que  meterse en el camino,  hacer lo que nos cuesta mucho, pero también vivir la alegría del camino que es un lugar de lucha, de tentaciones, de “lamentaciones”. . .pero también es el  lugar donde Dios se hace Providencia. La Cuaresma es el momento en el que  en la lucha contra el pecado se experimenta  la acción de Dios. Comencemos entonces este camino que nos lleva hacia la Pascua que es el retorno a “casa”. ¿Y nuestra casa dónde está? "Rasguen sus corazones y no sus vestiduras” dice la Escritura. 

  La Pascua será  aquel a quien le lacerarán el corazón y las vestiduras, un corazón que roto y lacerado por amor, es nuestra casa, a la que debemos arribar. Nuestra casa está en el corazón de Cristo, es el lugar en el que al arribar  finalmente nos sentimos en casa. Tenemos una sola cosa para decirle al mundo, a los amigos, a los hermanos, a los que están en la Comunidad con nosotros: “Por favor, deja que Dios pueda amarte, permite que te perdone, déjate reconciliar por Dios, deja que el amor de Dios  tome tu corazón, que te lo reconstruya. Ese corazón lacerado  por el pecado, sin amor, deja que Dios lo recupere, que lo reconstruya en su corazón, lacerado por amor,  para que tu corazón también sea capaz de amar.” El camino de la Cuaresma, entonces es ir hacia el corazón de Cristo, para que nuestro corazón se transforme en un corazón “de carne”, que late y sabe  amar.

  La Cuaresma también es un tiempo de la verdad. En la Comunidad todos   rezamos con frecuencia, hacemos ayuno una vez por semana y la limosna la realizamos en el compartir, en la caridad. Podríamos decir entonces que llevamos la vida de un buen cristiano, de un buen hebreo que reza, ayuna y da limosna. Pero Jesús también aquí pone una novedad: sean auténticos en la oración, en el ayuno y en la limosna, no para hacerse ver. La ambición, el hacerse ver es un cáncer que arruina todas las cosas. Jesús dice: “Busca a tu Padre en lo secreto.”. Pensemos que de la vida de los santos sólo conocemos una parte, pero que hay otra parte secreta  que es la verdadera riqueza. En lo secreto se juega la verdadera vida que tenemos adentro, la comunicación íntima, personal, única, que no se revela a los otros pero que vive y los demás lo ven aunque no lo conozcan. Entonces la Cuaresma es el tiempo del amor secreto, del amor bello, que no es falso, que custodia lo más puro y precioso que llevamos adentro, para transformarse en don para todos.

    El camino cuaresmal también nos pide esfuerzo, renuncias concretas y ayuno. Con estos gestos, Dios nos da un fuerte mensaje, nos dice que lo más importante no es que recemos, que hagamos ayuno o nos levantemos de noche. . . ¡lo que a Él le interesa es que nuestra oración se transforme en caridad, se transforme en vida! Cuando Dios mira al hombre no lo ve solo sino  que lo ve  entre los  demás, con los otros hermanos. La oración debe hacerse vida; el ayuno hecho con el corazón  acerca a Dios y dulcifica,  enseña a amar al hermano que  está al lado, se transforma en pasión por el otro.  La Comunidad nos enseña que  puedo rezar cuanto quiera, pero que si en mi vida cotidiana hablo de cosas sucias, superficiales, engaño a los jóvenes y vivo sólo para mí, e3ntonces, esa oración no vale nada.

    El mensaje para el inicio de la Cuaresma es que la oración, el ayuno, la renuncia y los sacrificios se deben transformar en vida nueva, dulzura, un corazón capaz de perdonar, un corazón abierto, una caridad encarnada durante el día.
         
    La Cuaresma es  nte todo, la potencia de la confesión, de un Dios que  suelta nuestras cadenas y rompe  todo yugo en su misericordia.

    Pero hay algo más y es nuestra parte: fuimos llamados a “compartir el pan con el hambriento”, es decir, a compartir lo que nos enseñaron, el “pan” de la Comunidad, con los que llegan después. Lo que aprendimos con Madre Elvira es hora de compartirlo para “ganar” alguno a Cristo, para que su corazón se abra a la confianza y se enamore de la verdad, el bien, la caridad. El primer amor que podemos regalar es el coraje de pedir perdón a los que con nuestras miserias, falsedades y caídas hemos engañado, a los que hemos ilusionado o desilusionado: reconciliarnos entre nosotros reconstruye la comunión, el amor, la unidad.

     ¿De qué resurrección hablamos, de qué alegría de Pascua, si resucito yo solo? Es bello ver que Jesús resucitado se muestra a los suyos, se les aparece, desea que también ellos resuciten de la tristeza, de la traición, del miedo. ¡Qué regalo cuando la verdadera resurrección de uno se transforma en mano abierta para la del hermano! 
               ¡Entonces es Pascua!

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