Bernadette y Franco Somos Bernardette y Franco y desde hace algunos años vivimos como familia en la fraternidad de Lourdes. Nuestras historias comenzaron de manera distinta, muy lejanas una de otra. La primera de la drogadependencia y la otra, de una profunda búsqueda de la verdad de Dios. El camino de cada uno nos ha llevado a encontrarnos en Adé, muy cerca de Lourdes, donde hay una fraternidad de nuestra Comunidad. Allí nos conocimos, nos hicimos amigos y nos enamoramos. Luego de haber hablado con Madre Elvira y después de que nos puso la verdad de nuestras vidas por delante decidimos casarnos y permanecer como familia en la Comunidad. Cada vez tomamos más conciencia que el Sacramento del Matrimonio es verdaderamente un encuentro de tres: nosotros con Jesús. Casarnos no ha sido solo decirnos “sí” recíprocamente, sino sobretodo decírselo cada día juntos al Señor. Algunas veces nos gusta preparar la mesa para tres e invitar a Jesús a la cena y dialogar entre nosotros y con Él. Es extraordinario poner las bases de nuestra familia en un lugar donde tenemos la capilla con el Santísimo siempre a disposición para la adoración, donde podemos recibir la Eucaristía todos los días, rezar el rosario juntos y no ir en auto a trabajar. En esta fraternidad donde estamos, en Lourdes, vivimos nuestra fecundidad de familia ocupándonos de los Coloquios con los chicos que encuentran la comunidad por primera vez, acompañándolos en su ingreso, confiándolos a su “ángel custodio”, haciendo amistad, trabajando, sufriendo y creciendo junto a ellos. Esto nos da mucha alegría porque vemos que somos instrumentos pobres pero elegidos por Dios a fin que ellos puedan encontrarlo. Al inicio no ha sido fácil para Bernardette estar en una casa con tantos chicos, pero hoy ha encontrado su lugar entregando a esta fraternidad el toque de mujer que ningún chico podría dar. Su presencia en medio de nosotros es la de madre, hermana, amiga, capaz de una palabra de consuelo para aquellos que están en dificultad. No hay otra ocupación que pueda darnos una alegría más grande. Nos llena de alegría ver a un chico que comienza a sonreír, volverse él mismo “ángel custodio” de otro, verlo cambiar gracias a la amistad con los demás pero sobretodo a la amistad de Jesús. Nos sentimos útiles en la simplicidad de nuestro ser y aunque somos concientes de ser tan pobres, deseamos caminar todos juntos hacia Él, sintiéndonos parte viva de esta gran familia que es el Cenáculo.
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