«Recorriendo el camino de estos últimos dos años en Perú, saboreé tantas veces eso que Jesús nos dice continuamente: “No se preocupen por el mañana”.
La vida misionera me da la gracia de vivir día por día, más bien momento por momento, y es para mí una novedad descubrir que de verdad logro hacerlo. Me doy cuenta que mi vida es más real y auténtica. Estoy aprendiendo tanto de todos: niños, pobres, amigos, profesores, tías, tíos, jóvenes, hermanas, médicos, enfermeras… y agradezco mucho a Dios y a la Comunidad por el privilegio de ser parte de esta historia, donde reconozco a Jesús vivo continuamente a mi lado, a través del rostro alegre, triste, pisoteado, enfermo, perdido… de la humanidad que encuentro cotidianamente. Hoy puedo de verdad decir qua la perla preciosa es la riqueza que siento dentro de poder vivir donde estoy, con quien estoy, una vida cristiana que me cambia, me transforma, me acepta en mi debilidad y se entrega.
La libertad de los niños va haciendo caer todos mis muros; me enseñan a ser coherente y me reprenden cuando no lo soy. Hasta los más pequeños perciben en la mirada y en los gestos cada cosa, y todo es para ellos ejemplo a seguir, a imitar y repetir. La responsabilidad y la belleza de vivir con ellos es tan grande como la confianza que Dios tiene en nosotros llamándonos a hacerlo. ¡Ellos son la sonrisa de nuestra casa!
Habiendo recibido con Sor Cintia el don de poder estudiar, de día no estoy tanto en casa y es siempre liadísimo regresar a la noche y sentirme recibida, amada por ellos incondicionalmente: saben dar verdaderamente todo sin pretender, deseando sólo que vos estés con ellos, que juegues un poco, que les dediques aunque sea sólo cinco minutos, tal vez casi dormida, pero de cualquier modo con ellos… y cuando ven que nos entregamos , se sienten apreciados, importantes, “nuestros”, hijos pensados y queridos. Señor, ¡gracias por todo y por siempre!» Sor Mari
|