El 6 de enero del 1996 fuimos a Brasil siete jóvenes acompañados por Sor Elvira. Pasamos dos años en Itapetininga (a 200 km de San Pablo) en una misión que aloja ciento cincuenta niños de la calle. Después, el Espíritu Santo le sugirió a Sor Elvira comenzar una experiencia nueva para nuestra Comunidad que hasta ese momento se había ocupado de recibir jóvenes, drogadictos o no, pero en la búsqueda de sí mismos, de lo más bello, auténtico y profundo que existe en el corazón del hombre. Abrir una casa para recibir a los niños abandonados significó para nosotros, un servicio de prevención: educando hoy a los niños se evita el tener que “corregir” mañana a los jóvenes. Por lo tanto partimos con padre Stefano a la búsqueda del terreno que pudiese satisfacer las exigencias y la espera de una casa para niños. Después de haber recorrido el estado de San Pablo a lo largo y a lo ancho, encontramos finalmente una hermosa casita con un maravilloso parque verde donde nuestros niños podrían jugar felices: tres lagos y un pequeño bosque completaban el terreno. Hacía falta resolver varios problemas legales y burocráticos que en Brasil no son pocos ni simples. La Divina Providencia algunos meses antes había puesto en nuestro camino a una fantástica pareja, Giacomo y Ana Luisa, que desde el primer día nos asistieron, aconsejaron y auxiliaron legalmente, financieramente pero lo más importante ¡¡cristianamente!!! Son abogados competentes, pero lo más hermoso es que se dedicaron con todo el corazón a esta obra de Dios. En un “histórico” encuentro en San Pablo en la oficina de ellos, sor Elvira lo nominó Presidente de la recién nacida “Asociación San Lorenzo”. Una vez lograda la personería jurídica y la adquisición del inmueble para poder desarrollar legalmente nuestro servicio en tierra extranjera, nos instalamos finalmente en la nueva casa tan esperada para recibir a los primeros niños de la calle que la Divina Providencia nos mandara. Paso a paso, cotidianamente nos acompañaron la Paternidad de Dios y la ternura de María, de la cual ha tomado el nombre la primera casa del Brasil: “Nuestra Señora de la Ternura”. Una serie de milagros hizo aumentar nuestra fe y nuestro poco coraje para comenzar desde la nada, sin seguridades humanas: aparecieron alimentos, materiales de construcción, un sacerdote que nos acompañó espiritualmente los primeros meses… en fin todo lo que necesitábamos. Entonces recibimos los primeros cinco niños de la calle y con dificultades, pero también alegrías, comenzó la primera “Misión del Cenacolo” para recibir a los más pequeños. A la semana, el padre Luciano, misionero de la Consolata, celebró la primera Santa Misa, que la Providencia quiso que fuera el día que la Iglesia conmemoraba la Jornada Mundial Misionera. En nuestro asombro no dimos cuenta que la apertura de la casa era el 12 de octubre: fiesta de Nuestra Señora Aparecida, patrona del Brasil y día nacional del niño. Al padre Luciano y a nosotros se nos caían las lágrimas al ver estas “extrañas” combinaciones”. Fue un momento profundo y hermoso de agradecimiento.¡Personalmente nos sentimos privilegiados, tremendamente pequeños, elegidos por un Dios inmensamente Grande, para una aventura Eterna! Uno de los primeros problemas prácticos que se presentaron fue la escuela. A la noche estudiábamos la lección en portugués que el día siguiente debíamos explicar (mejor dicho tratar de explicar). Hoy nuestros setenta niños y adolescentes concurren a una escuela estatal, municipal, los más pequeños al jardín de infantes… gracias a Dios la familia ha crecido mucho. Hoy tenemos cinco casas-familia, la carpintería, galpones de trabajo, una huerta con muchas verduras, campo frutal con cien plantas de banana, frutas tropicales y cítricos. El gabinete de informática y el taller de arteterapia los hicieron realidad los amigos voluntarios. También está la biblioteca, lavandería y cocina industrial, el horno a leña y dos canchas de fútbol. La capilla toda en eucalipto y vidrio para orar contemplando la naturaleza, el parque de juegos también construido en madera. ¡La “Divina Providencia” en estos años ha trabajado verdaderamente con amor y generosidad! Junto al crecimiento material , sobretodo ha crecido la vida de los niños que a causa del egoísmo de los grandes habían perdido la confianza y la esperanza. Hoy es maravilloso ver a los niños correr, jugar felices, realizar con dedicación los trabajos en casa y en la escuela, es conmovedor ver las sanaciones que Jesús obra cotidianamente en los corazones. La dignidad de ellos para sufrir, para llevar la cruz, la obediencia y confianza luego de los primeros días de dificultad, son verdaderas lecciones de vida para todos nosotros, tíos y tías. Es el servicio que ellos nos hacen a nosotros, que a veces tenemos la presunción de creer que venimos a ayudar, y en cambio somos ayudados por ellos a ser más buenos y a educar nuestra vida. Con un poco de emoción recuerdo el día que entró el primer niño: Felipe. Mientras ordenaba sus cosas (que traía en una bolsita de nylon) me dijo: “¿Volveré a ver a mi mamá?” No pude contener las lágrimas, al final él me consolaba a mí. Deseo compartir dos de los tantos milagros que sucedieron en estos años. Hubo algunos días que faltaba la leche y los niños con simplicidad rezaron el rosario a la mañana con esta intención. La más simpática fue una niña que dijo claramente a Jesús: “Esta mañana deseo tener leche para el desayuno ¡a mi no me gusta el té! Al salir de la capilla encontramos una torre de cajas de leche que nos esperaban delante de la cocina. El portón estaba cerrado desde la noche anterior. Hasta el día de hoy , y pasaron años, nadie nos dijo que lo hubiese llevado, ni tampoco nosotros lo habíamos pedimos a nadie… Otra cosa maravillosa sucedió a Rodnei, que no veía a su hermano desde hacía más de cinco años y que sabía que estaba en la mala vida y la droga. Aquella mañana la “Palabra de Dios” decía que le pidamos cualquier cosa con fe que el Señor nos la daría. Terminada la oración se reza el Padre Nuestro, todos de la mano, tuvimos un momento hermoso y profundo. Con los ojos cerrados, después de haber cantado, cada niño pidió algo a Jesús. Rodnei pidió el milagro: “Jesús, haz que mi hermano entre hoy en Comunidad”. La tarde de ese mismo día, mientras jugaban al fútbol, llegó un chico mal vestido, flaco y desesperado: ¡era el hermano de Rodnei! Hoy es un chico que está bien y está afrontando con seriedad las dificultades y conquistas del camino de renacimiento. Falta espacio para describir todas las maravillas obradas por Jesús en estos años. Con los años, las fraternidades se multiplicaron y hoy son tres. Se abrió una casa para chicos con problemas de drogas y alcohol, en el municipio de Dos Corregos, en Jaú, a trescientos kilómetros de San Pablo. Hoy hay veintidós jóvenes. Luego se abrió una casa en Bahía, en el municipio de Catú para niños de la calle que terminaron su camino y de a poco se insertaron en la sociedad, ayudados por la Comunidad a encontrar trabajo y vivienda. Algunos nos presentaron a sus novias, otros compartieron las dificultades y alegrías de la vida que llevan hoy. Juntos alabamos y agradecimos al señor por todas las maravillas que realizó en nuestros corazones. Hoy, hay aquí setenta niños que corren, ríen, ríen, comen, juegan, pelean, se piden perdón, rezan y recomienzan cada día, junto a nosotros, los tíos y tías. Es el milagro de Dios que se cumple cuando alguien tiene el coraje de decirle: “¡Aquí estoy, mándame!”
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