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Sábado

HOMILÍA DEL P. STEFANO ARAGNO  | 

Catequesis de Madre Elvira 
        
Bienvenidos una vez más. ¡Qué bello es sonreírnos cantando, si lo hiciéramos en familia, siempre habría paz!  Eso es la paz: alguien que  supera  el momento de crisis, canta y mira en los ojos a sus hijos. Qué bello es pensar que es  así de simple, sólo tenemos que darnos la orden. Tenemos la posibilidad y la capacidad de decirnos “quiero sonreír”. Por ejemplo, sales de casa con una espina en el corazón, pero antes de pensar sólo en ti, que te ofendió, que te hizo una provocación que no te gustó, que  te respondió mal. . . ¡no importa! Igual puedes decidir sonreír, pensar en quien te encuentres por la calle. Porque miren, todos queremos estar en la alegría, en la paz, todos queremos tener razón, todos queremos gratificaciones, ¡todos!  Pero no podemos pensar sólo en nosotros mismos y pretender o esperar que los demás se inclinen ante nosotros y nos aplaudan.

Muchas veces bajamos la colina a pie para ir a Misa y vemos jóvenes, a veces una pareja de novios, que van en el auto: están juntos, y sin embargo, están con mala cara . Entonces me meto un poco del lado de la calle en que ellos van para que vayan más despacio, y mientras pasan les hago una sonrisa de oreja a oreja. Ellos me ven, y después no me miran más a mí, se miran entre ellos y se sonríen. ¡Lo importante es salir de uno mismo, hacer un papelón, para darle alegría a  otros!

Queremos ver quiénes somos realmente en lo más profundo. Esta mañana es la mañana de “sacarse las máscaras”. Necesitamos espacio dentro nuestro, necesitamos luz y alegría dentro nuestro, pero son cosas que nadie nos puede dar desde afuera: el espacio, la alegría, la libertad. . . todo lo que buscamos está dentro nuestro. A veces buscamos nuestro bienestar en cosas exteriores. Por ejemplo, si llega tu madre a la Fiesta estás contento porque ves a tus padres. ¡Pero eso es una migaja! ¡La alegría la debes tener de antes! ¡Porque ya tienes tu vida con  tantos dones, tantos valores!  ¡Y dejas de lado todo este tesoro y crees que vas a encontrar la felicidad porque, pongamos por caso, una chica te sonríe!  ¡Antes de esa sonrisa está tu vida, tu ser, un valor enorme!!

Debemos vivir la  alegría, la confianza, la esperanza, el agradecimiento a Dios y a los demás, hacia todos. ¡Tendríamos que estar siempre de rodillas para decir “gracias, gracias, gracias”!

Primeramente, gracias a Dios porque estamos vivos y  el manantial  de nuestra vida es Él, nuestro Padre, ninguno se ha hecho a sí mismo ni vive para sí. Después, gracias a nuestros hermanos, nuestras hermanas, a todos, porque son el don más grande que nos ha dado el Padre  después de la vida, porque  en soledad se muere, en soledad  la vida pierde sentido.

Ahora, les decía, es el momento en que esta colina se transforma en un “océano de misericordia”, hoy queremos sacarnos las máscaras, porque necesitamos un lavado por dentro. Pensemos cuántas veces nos confesamos  olvidando o escondiendo siempre una parte de nosotros que todavía nos hace mal, que no queremos ver, que está pudriendo y entristeciendo nuestra vida.

Ahora, en esta mañana, vamos a decirnos interiormente “¡Quiero ser liberado, liberado!” Ayer se estaban confesando los jóvenes; llego en el auto y cuando desciendo, un joven  que estaba hablando con el sacerdote, se levanta y viene a saludarme. Le dije: “Recuerda que para confesarte debes hablar con él, estar allí.” También se los digo a ustedes hoy: vamos a confesarnos porque eso será lo más grandioso que veremos y que viviremos en estos días; será el más grande milagro: la misericordia de Dios, el abrazo de Dios, el amor de Dios, el calor de Dios.  Es lo que necesitamos, por eso le dije también a  aquel chico: “Comienza tu confesión con esa palabra, ese gesto que nunca pudiste decir a nadie.” Hay algo que hemos tenido escondido siempre, entonces, vayamos y primero digamos eso que ha pesado por tantos años, que nunca se lo dijimos a nadie o que para desahogarnos se lo dijimos a una amiga ¡pero eso no vale, no basta!

Si queremos vivir la libertad total, debe ser una libertad luminosa, inmersa en la verdad, en efecto, Jesús dice: “La verdad los hará libres.” Debemos vivir la verdad, no sólo en palabras sino en la realidad del día a día. Entonces seremos libres y esa libertad nos llevará a vivir el amor, a vivir el servicio y el sacrificio sin miedo, justamente porque tenemos lugar dentro nuestro. “La verdad los hará libres”  y si hay  personas que  buscan la libertad son justamente los jóvenes, pero para que no sea una ilusión debemos  ser sinceros.

¡Hay muchos sacerdotes y les agradecemos! Muchos sacerdotes que han venido para  brindar este servicio, para permitirnos vivir este don, entonces, hagamos este gesto de liberación. Quizá sólo debes decir esa cosa, pero lo debes hacer: vas y lo dices y  es el momento de la libertad, finalmente. No es fácil porque tenemos miedo, aunque Jesús continuamente nos dice “No tengan miedo, no tengan miedo”. Tenemos miedo del juicio, de que después no nos respeten más, tenemos miedo de que dejen de querernos. Pero allí, cuando le decimos nuestra vida en la confesión, no está sólo el sacerdote. Hagan como les digo: deben confesarse cerrando los ojos, y no comenzar diciendo “…mi marido hizo tal cosa…” ¡no! Cierra los ojos y  habla de ti, cuéntate  tu historia, tu vida. . .Cierra los ojos, no necesitamos la prédica en la confesión, necesitamos la absolución, necesitamos la misericordia, el abrazo de Jesús, necesitamos el abrazo del Padre. Cierra los ojos y habla con Jesús no con el sacerdote, y puedes decir: “Jesús, me recuerdo esto y lo otro. . .tengo algo que nunca se lo dije a nadie  y hoy te lo digo a Ti porque hace tantos años que me pesa  en el corazón... ...”siempre con los ojos cerrados, hablando con Jesús.  ¡Y Él te absuelve y te abraza!

Por eso esta mañana  nos espera  una montaña de misericordia , necesitamos la misericordia. Dios es misericordia, Él es la misericordia, no puede ser de otra forma porque nosotros somos unos miserables, que cada vez que hablamos nos herimos, nos hacemos el mal, pero Él es la misericordia en el acto, en seguida, siempre, en cualquier momento y en cualquier lugar: siempre estamos inmersos en la misericordia de Dios, por eso no debemos tener miedo.

Levanten la mano  los que tengan adentro algo que nunca dijeron. (Pausa, en la que numerosas personas alzan la mano. N de la R.) ¡Ahí hay uno que levanta las manos y los pies! Ahora, para todos ustedes llegó el momento de la libertad, también de aquello que sucedió hace muchísimo tiempo pero que todavía lo recuerdas, todavía esta presente dentro tuyo y ya quisieras  tenerlo lejos. . . quizá te  da miedo solo nombrarlo, y si no lo sacas afuera en la confesión, si no dices esa palabra que sabes que debes decir, bueno,  ciertamente, puedes decir otras cosas y pensar que te has liberado pero sabes que sigues con ese secreto que te atormenta. Ahora es el momento de liberar nuestro ser para ser verdaderos hijos de Dios.

Comprendo que no es fácil, pero miren que ustedes vinieron para esto, para liberar el corazón, la mente, todo el ser, para volverse personas nuevas. Porque cuando nos renovamos, se renueva también todo lo que nos rodea y todos tenemos necesidad de que la familia renazca, todos queremos llevarnos bien con el papá, la mamá, la suegra, los hijos. . .Sepan que es posible, es posible si tenemos el coraje de  hacerle e un espacio dentro nuestro a la verdad.

Miren que es algo muy bello vivir la libertad en la verdad: todos te quieren, porque  eres capaz de vivir a la luz delante de todos, de pedir perdón, de recomenzar. La vida es recomenzar cada día, muchas veces al día, pero te da una fuerza, una energía,  una libertad, una alegría que verdaderamente vale la pena no frenarnos, no ponernos máscaras, no aparentar.

La historia   de la apariencia se terminó. . .  todos te hacen reverencias. . .¡¿y qué te importa?! ¡¿Qué es lo que necesitas!? Lo que necesitas es tu ser limpio, libre. Ayer Mons. Giovanni dijo que la Virgen  aplastó la cabeza de la serpiente y verdaderamente lo ha hecho, pero queda la cola, que todavía se  agita  y que nos da fastidio. . .pero nada de miedo porque el mal ha sido vencido: Jesús lo venció con la Resurrección y María le aplastó la cabeza. Entonces no nos metamos de cabeza a hacer el mal nosotros, hagamos el bien, pero vaciémonos de aquel mal, confesémoslo y dejémonos liberar. Vayamos a vivir la confesión, que es la liberación, el perdón, la misericordia que el Señor quiere darnos a cada uno para hacernos criaturas nuevas.

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