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Testimonio de Madre Elvira

Cuando  a nuestros  jóvenes les piden que hablen de la Comunidad comienzan a hablar de su propia vida: de las tinieblas a la  Luz. Es lo que voy a hacer yo.  Deseo contarles sobre la Misericordia de Dios en  mi  familia cuando yo era pequeña, en los años ’40. Durante la guerra mi papá fue llamado al frente. Nosotros vivíamos en el
sur. . . .  y tenía que  presentarse en Piemonte.  Ni siquiera sabíamos qué era el Piemonte. Así es que mi papá le dijo a mi madre que nos íbamos todos con él.  Éramos siete niños, llenos de hambre, de frío, de todo lo que no tendría que tener un niño.  Pero teníamos una mamá fuerte, capaz de soportar el peso de  de todos.
 ¿Por qué les digo esto? Porque  mirando posteriormente mi historia he  comprendido que  en esos momentos  la Misericordia abundaba. Luego, mi papá se hizo alcohólico,     bebía. Nosotros no sabíamos, éramos chicos y veíamos a nuestro padre transformado, nervioso, con rabia.  Durante muchos años, mis hermanos,  lo juzgaron: “¡Qué padre que tuvimos! ¡Qué familia que éramos!”  Se avergonzaban. Hoy,  a  la Luz de mi encuentro con  Dios , cuando los encuentro les digo: “Se avergüenzan  de nuestro padre  porque no han podido transformar  con la fe esas llagas profundas que teníamos en el corazón .”
 En  un momento de  mi camino de fe  comprendí  que en mi vida la Misericordia ya estaba en ese momento, que el Espíritu Santo guiaba a mis padres  hacia la  fortaleza, en la humillación, porque vivimos muchas humillaciones, mucha marginación. Nadie quería a los del sur, nos dieron una casa que  era casi un gallinero ¡no nos querían en ningún lado porque éramos muchos hijos!
 Sin embargo hoy, luego de haber encontrado al Señor, leo esta historia con nuevos ojos y eso le propongo a los jóvenes: no avergonzarse de su propia  historia porque  justamente  está sostenida por la Misericordia que la transforma en amor.
 Hoy, las llagas sangrantes se  volvieron puertas y ventanas abiertas para darle a todos   misericordia, amor, justicia,  para dar mucho, mucho de mí misma.  Hay que  vivir la Misericordia en lo concreto de  la propia historia para poder expresar: “Lo pude  asimilar en mi propia carne.”
 Reconozco que el Señor fue muy bueno conmigo, desde chica me fue preparando para lo que Él sabía que yo iba a vivir en mi vida…
Me puse de novia con un joven bueno,  que me quería, pero en un momento me  dije: “Toda la vida  solo con este chico, con esta cara, con estas palabras…no. . .  jamás podré.” Sentía que mi corazón estaba dilatado al máximo, y en ese momento, en esa elección lo encaucé.
Ya habíamos programado tener  quince, veinte hijos, pero eran pocos. Veinte hijos ¿y después?  ¿Después?  Después la Misericordia me  alcanzó en la pobreza, en la humillación.  Es una Misericordia que  se mezcló con mi carne, con mis sentimientos, con mi amor. Y es por eso que hoy estoy aquí con  un “equipo”  de jóvenes.
Tenemos muchas casas de jóvenes que vienen de todas partes del mundo, sabiendo que la nuestra es una Comunidad exigente.  Nuestro amor, que es todo, total, incondicional, es  un amor  exigente  porque ellos deben sentir que les  tenemos confianza  a pesar de su fragilidad y debilidad. Ellos ya no eran personas, eran pedazos rotos.  Pero creo que tienen derecho no a los caramelos  para hacerlos sentir bien, sino a la fuerza de una propuesta educativa.
 En cuanto llegan, lo primero que les enseñamos – para no engañarlos, pues  anteriormente todo fue engaño  -   es la oración.  Afortunadamente, nuestros obispos, cada vez que abro una Comunidad, cuando de rodillas les pido que nos den la Eucaristía, siempre han dicho que sí. Nuestras capillas  a veces todavía no tienen los bancos, pero ahí vamos, de rodillas, en el piso, día y noche con Jesús Eucaristía.  Se hacen turnos, siempre con Jesús: y somos felices.  No tenemos nada… ¿no tenemos nada?  ¡Tenemos todo!     Pero  no hemos aceptado  el  dinero del Estado sino que hemos creído en el amor de Dios Padre. También creímos en el amor del hombre y, en efecto, a nosotros no nos falta nada porque todo  se vuelve Providencia y nosotros la podemos contemplar en  las personas que llegan.   Los jóvenes desean comer una buena pasta y no hay salsa de tomate,   quince minutos antes de la comida llega una señora con el marido y descargan una gran cantidad de “pumarola”.  ¡Así es todo, todo!! En veinticinco años que hace que recibimos a estos jóvenes, jamás fui  a hacer las compras.   Cuando algo falta, falta:  lo echamos de menos pero así experimentamos que no son las cosas las que nos hacen felices, sino la amistad, la paz…
Comencé con mi historia desde que era niña porque quiero que  cuando estemos tristes, o todavía no hayamos abrazado al papá o a la mamá, lo digo sobretodo por ustedes, chicos y chicas de la Comunidad: “Aprendamos a perdonar, a perdonar a nuestros padres por cualquier equivocación que hayan tenido.  Ellos  fueron más castigados que nosotros cuando eran chicos.”
Luego de  estar  un tiempo en la Comunidad, nuestros  jóvenes van a su casa para hacer la verífica. Yo siempre les digo: “Cuando veas a tu padre, desde lejos, corre, corre, corre hacia él y abrázalo. Y mientras lo abrazas, debes contar, sin soltarlo, hasta siete.” Y verás que tu papá llora: ¡todos se ponen a llorar!   Ya no podemos  decirle “¡Hola, papá! “   e  irnos.
¿ Quieres detenerte un momento?  Porque  tu papá debe hacer memoria y recordar que cuando eras pequeña o pequeño, no te  quiso, no dialogó, ni te miraba.  En un punto cuando el hijo lo abraza, el “hijo pródigo” es realmente el padre, quien se da cuenta de que es padre.  Estos jóvenes que hoy están rebosantes de oración, de compasión, de amor,  nunca más pueden tener un gesto que no entre en el corazón, en  sus vísceras , en las de sus padres.  Cuando regresan de la verifica me dicen: “Elvira, en cuanto lo vi a mi papá me dije, si no voy ahora no voy más.”  Se puso a correr, abrazó al papá hasta que los dos se confundieron en el llanto.  Debemos ser más humanos, más amantes del amor.  El amor es vida, gestos concretos, sacrificio, humillaciones,  a veces hambre: primero hay que vivirlo y luego  entregarlo a todos.  Dios es amor y nosotros elegimos a Dios. Más bien, es Él quien nos eligió ¡y estamos felicísimos de haberlo encontrado!
(. . .)
¿Cómo se hace para vivir con jóvenes que vienen de tantas experiencias del mal?  El cómo siempre es difícil pero hay Alguien que te lo va enseñando por dentro.  Cada minuto es una novedad, también para nuestros jóvenes. ¿Cómo se hace para reprenderlos, amarlos, abrazarlos, castigarlos, sonreírles y jugar con ellos?  Son todos momentos de amor. Pero  recordé  lo que una vez aprendí  en mi infancia. Tenía una madre santa, exigente. Especialmente recuerdo una oración que ella decía todos los días y varias veces al día:  “¡Santa Cruz de Dios , no nos abandones!”  Ella lo decía  en su dialecto del sur, yo soy del sur,   de Sora, cerca de Frosinone.
Mi padre muchas veces perdía su trabajo porque faltaba, pero ella no le pedía al Señor  un nuevo  trabajo para su marido, ¡no!! : ¡La Cruz! Ella amó la cruz, la abrazó.. Por eso les he propuesto a los jóvenes el encuentro con la Cruz de Jesús, con el crucifijo…
¿Cómo hice para vivir con los jóvenes? No fui yo a vivir con ellos sino que fue la Misericordia: ese rostro del Padre que se empeña en hacer florecer la misericordia junto a la miseria.  Ellos llegan ya sin más  dignidad, sin  más rostro, sin más  palabras, sin  más esperanza . Vienen y confían: no sé cómo  hacen para confiar pero confían, también para mí es  un milagro.  Y nosotros les proponemos el “camino” de la oración, de la fe viviéndola junto a ellos, porque los jóvenes hoy no  necesitan tantas palabras sino vida.  A los jóvenes las cosas le entran por los ojos, no más por los oídos: entienden con los ojos porque mira, observan si nosotros no hacemos lo que decimos. La coherencia , con ellos es muy importante la coherencia. . .
Comenzamos durmiendo en el piso, porque no había nada en esa villa que nos habían dado en comodato. Pero nunca pensé en eso:  ¡teníamos de más! Cuando no teníamos nada más, ¡había de más! Porque había de más solidaridad, amor, sonrisas, había de más lágrimas a veces, pero no importa, la vida es así:  con luces y sombras, hecha de coraje y de miedo, de  fortaleza  y  de debilidad, y nosotros  se la enseñamos tal cual es, también a través de nuestra vida.
Ahora debo  agradecer a la Virgen, que luego de algunos años nos mandó sacerdotes, seminaristas, hermanas consagradas que ya están en  las distintas   misiones. Yo no pensaba en todo esto, pero Dios ha dado mucho, justamente porque no pretendíamos nada ha dado todo para que se lo donemos a los demás.  Gracias por haberme escuchado.

Cardenal Schonborn:  “Una vez le pregunté a Madre Elvira: ¿Pero, cómo se hace para abrazar la Cruz? Espontáneamente ella me respondió: abrazando el crucifijo.”


Madre Elvira:  “Es verdad,  no les  propuse la cruz sino que les   dije a  ellos: “abracemos el crucifijo”. Abrazándolo nos volvemos más fuertes en nuestras cruces. Abrazándolo , también sentimos los clavos. La cruz sin Jesús es un oprobio. Nosotros abrazamos al Salvador, El que nos ha salvado en esa cruz victoriosa.”

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