Homilía de Monseñor Airton José Dos Santos Obispo de Mogi das Cruzes, San Pablo 14 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas, niños y amigos que han viajado mucho para llegar a esta casa: Hoy es un momento muy alegre porque es el día del Señor y nos hemos encontrado delante de su altar. Todos somos niños delante de Dios y entonces queremos poner nuestra vida y nuestras acciones al servicio de Dios y lo hacemos a través de nuestros hermanos y hermanas que más sufren. El Evangelio de hoy es la historia de los diez leprosos: solo uno regresó para agradecer a Dios. En el mundo somos muchos, pero son muy pocos los que agradecen a Dios. El trabajo y las acciones pastorales que la Iglesia promueve en el mundo a través de los bautizados, que somos nosotros, significan fundamentalmente este Uno que agradece a Dios. Nuestro trabajo y estos niños con los cuales vivimos se vuelven signos de Dios porque Él no abandona a su pueblo; por lo tanto Dios quiere que nosotros nos acerquemos a ellos. Esta cercanía nuestra con Dios nos vuelve más hermanos entre nosotros, más responsables los unos con los otros, así no podemos abandonar estos pequeños hermanos que están en el corazón de Dios. Amar la vida, porque Dios nos pide a cada uno de nosotros un amor sin medida, un amor que pasa las fronteras y que hace que todos se sientan dignos de ser personas humanas. Cuando logramos con nuestro trabajo, con nuestras acciones ayudar a las personas a sentirse amadas por Dios, es el momento en que estamos realizando la voluntad de Dios. Nuestra responsabilidad en el mundo es hacer que todos los hombres y mujeres se sientan amados por Dios, es nuestra misión y viviendo de esta forma se realiza en nosotros la voluntad de Cristo: que todos sean uno. El mandamiento de Jesús no se refiere sólo a la Iglesia. Claro que queremos ser una Iglesia única y unida, pero es en nuestras acciones y en nuestro trabajo donde podemos promover la unidad, que haya un solo pastor y un solo rebaño. Dedicarnos a los que tienen más necesidades derrumba las fronteras de nuestros intereses, de nuestras ideologías, de nuestras costumbres hasta que todas las personas se sientan amadas por Dios. Este es el motivo por el que estamos aquí reunidos de muchos lugares y culturas distintas… pero igual podemos entendernos porque no es necesario hablar para poder ser comprendidos sino que es más importante transmitir, testimoniar con la propia vida este amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Si somos capaces de sentir el amor de Dios en nosotros, estos niños y muchos más que vendrán, sentirán que nosotros los amamos, porque de otra manera nuestro amor no es verdadero, es un amor con intereses personales. Cada uno de nosotros puede hacerlo de su propia manera; algunos se consagran radicalmente a este servicio, otros ayudan, pero de todas maneras se sienten colaboradores …Todos nosotros debemos agradecer a Dios por habernos tomado como instrumentos para contribuir a que este trabajo, esta acción de Dios sea de hecho un gran signo de Cristo que nos salva. Amén.
|