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Jueves

Jueves 12 de julio de 2007

                                            La Bienvenida de Madre Elvira
Estamos aquí una vez más para celebrar y cantar a la vida.
¡La vida! ¡Esta vida que muchas veces  tratamos mal, cuando la explotamos para nuestras ambiciones, para nuestros placeres!
En  cambio  la vida es amor y el amor es la vida. Y cuando no queremos vivir de amor, vivimos como  muertos: no hay  más sentimientos,  no hay más sonrisas, no hay  voluntad ni frescura, no hay más ganas de bailar y cantar. Cuando no hay amor estamos muertos. ¡El amor es nuestra vida!
¿Cómo se hace para amar también a las personas que nos  dan  fastidio?   La  verdad: es difícil vivir el amor, pero vale la pena. Debemos aprender a amarnos, no en la superficialidad, sino en la verdad de nosotros mismos. Nosotros somos pensamiento, afecto, razón, voluntad, libertad y todo esto debería conjugarse en la verdad.
Debemos amar “dentro de nosotros”, no el amor que dura sólo un momento, un período, según  lo  que  me conviene. Estas cosas no hacen vivir el amor.
Nosotros somos hijos de Dios y todos sabemos que Dios es Amor. Entonces nosotros que somos hijos suyos, somos amor.
La fiesta es Jesús resucitado, vivo. La Fiesta es la Resurrección, aquella fiesta que podemos ver en los ojos, en la sonrisa, en los rostros de los chicos y de las chicas que hoy verán bailar, recitar y hacer cosas bonitas que vienen del corazón, que vienen de la vida y no para hacer  un espectáculo.
Nosotros queremos demostrar con la experiencia que Jesús ha resucitado y que no seguimos  a un Dios muerto, ausente, que no habla, que no abraza, que no sonríe. Nosotros conocemos un Dios que es Amor y que se llama Jesús, que ha venido a la tierra y nosotros lo hemos visto. Todos los días vemos la resurrección en estos jóvenes.
Les estamos diciendo: ¡vengan y vean! Es experiencia encarnada, viva, lo que verán en estos días.
Es todo “a la luz del sol”, en la verdad, porque cuando se habla de Jesús resucitado, cuando se habla de la fe, del amor, no hay nada que temer.
Preparémonos  para la  gran  fiesta que  comienza  con el pan que se llama Jesús, que nutre a sus hijos. En la Eucaristía que ahora viviremos, comienza la fiesta. Es Jesús aquí presente que quiere sanarnos. Déjenlo sanar la mente, el corazón, los sentimientos, los afectos, la vida. Permitan a Jesús que guíe y sane nuestro cuerpo y también nuestro corazón que tiene heridas profundas, que quizás ni nosotros mismos nunca nos hemos perdonado.
Pero Jesús nos perdona, saca el rencor, aquel  viejo odio, la venganza del corazón, que son las heridas más amargas, más dramáticas  para  llevar dentro.
La Eucaristía  comienza  la fiesta de la liberación. Piensen que estamos todos en un lugar donde nos golpean, nos las hacen “de todos colores”. Llega Jesús y dice: “¡Déjenlos libres! Muero yo por ellos” ,  nosotros durante la Misa somos personas libres, verdaderas. Cuando se dice “libre” no está solo la libertad, sino que también está la alegría, la paz, el perdón, la fuerza, el servicio, la sonrisa. No se puede estar tristes cuando estamos esperando una persona que es la única que nos puede dar la vida y que es Jesús de Nazaret.
Hemos perdido la alegría justamente porque hemos querido tantas cosas. Las cosas no nos dan la alegría;  en cambio nos la da el amar, el perdonar y el recomenzar. Acuérdense de dejar actuar a Jesús en la Eucaristía.
La Virgen está aquí con nosotros, vive la Eucaristía con su Hijo, Ella está siempre y pasa en medio de nosotros discreta, silenciosa, humilde, pequeña. Hagan un acto de fe: creo en la Virgen. Ella pasará para decirles aquellas cosas que ustedes esperan saber. Ella les dará la respuesta.

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