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p.Stefano

Catequesis de padre Stefano
Me siento muy feliz de encontrarlos aquí pero también  lamento no estar acompañado por  sor Elvira  pues tenía que cumplir con  otros  compromisos de la Comunidad. Los que la conocen saben  cuánto amor  ella tiene  a este lugar, a esta tierra.   Hoy estamos nosotros, sus hijos, para testimoniar lo que Dios ha puesto en nuestro corazón a través de ella, y así dar a conocer un poco más a nuestra “madre” en la fe.
El tema de este Festival es la búsqueda que cada hombre tiene de la luz y el deseo del corazón del hombre por encontrar un camino de luz.
Esta mañana en la oración pensaba qué puede decir la Comunidad sobre la Luz. Todos nosotros, los  jóvenes  de la Comunidad, habíamos perdido la luz,  caminamos muchos años en la oscuridad, hemos escapado de la casa de Dios pensando que encontraríamos  la libertad pero hemos encontrado nada más que  tristeza. Escapando de Dios nos hicimos mucho mal, dando la espalda a la luz hemos caído en lo más triste   de la vida.
Pero hoy estamos aquí, en esta tierra bendecida por María, para decirles, para anunciarles, para testimoniarles que la luz de Dios es más fuerte que cualquier tiniebla, que el amor de Dios vence la muerte. Nosotros estamos aquí vivos, contentos, con ganas de vivir,  con ganas de bailar, de cantar,  como esta noche  lo verán en el recital.
Nosotros, que estábamos muertos, nosotros, que queríamos morir, nosotros, que hemos rechazado el don de la vida... ¡hemos encontrado a Dios! ¡Dios existe,  nosotros lo hemos encontrado y Él nos ha salvado! ¡Él ha resucitado, ha hecho resurgir nuestra vida, nos ha arrancado de las cadenas de la muerte! Estamos aquí, jóvenes, amigos, para ser hoy el testimonio viviente de que si  Dios nos salvó a nosotros, si Él  logró  arrancar nuestra vida del mal, ¡también  puede salvar a cada uno de ustedes!
Nuestras manos han hecho mucho mal, nuestras manos han golpeado, han “despachado” la muerte, han robado... Sin embargo estas manos, ahora, tocan  a Jesús vivo.
Nuestros ojos han visto todo lo  malo, caminaron en la oscuridad pero  hoy  ven la Luz.
Nuestros oídos que permanecieron cerrados  por muchos años, que ya no querían escuchar  a nadie más ni a nada más, al encontrar la   misericordia de Dios se abrieron para  escuchar el viento del Espíritu Santo que por  donde pasa hace renacer la vida.
Entonces, jóvenes, estamos con ustedes para decirles que lo que  ustedes  buscan, como  que también nosotros lo  hemos  buscado, no lo encontrarán  en las propuestas falsas del mundo, ese    camino   nunca  dará la alegría. Nosotros nos revolcamos en el barro del mal, nos hemos ensuciado en el sexo, hemos corrido detrás de todas las propuestas falsas del mundo y lo único que  cosechamos   fue  tristeza, la tristeza que luego nos llevó a drogarnos, a destruir nuestra vida.
Luego  hemos encontrado una Comunidad que nos acogió y nos ha abrazado en  nuestra desesperación. Nos propuso  un método que no ha sido  inventado por ningún  hombre,  un método que no es psicológico,  sino que nos ha propuesto la vida cristiana, el encuentro con Dios en la oración.
Piensen en  los drogadictos, los ladrones, los presidiarios  que  entran en Comunidad y se encuentran con esta mujer, Elvira.  Le dicen: “...hermana, yo no creo en Dios, no creo en la vida, no creo en la Iglesia, no creo en el amor. Estoy muerto y no creo más en la vida”.
Y esta pequeña hermana de corazón grande nos mira a  los ojos y dice: “A mí no me interesa si  crees o no crees. Yo creo por ti. Confía, obedece, ten el coraje de confiar en el amor de la Comunidad que te abraza, que es el amor de la Iglesia.” ¡La Iglesia te abraza, la Iglesia te ama, la Iglesia cree por ti, la Iglesia invoca a Dios por ti, la Iglesia desde hace dos mil años derrama su sangre por nosotros  y si nosotros creemos Dios salva el mundo!
Esta mujer ha creído en el amor de Dios, esta hermana un día sintió  el viento de Dios entrar en su corazón, el mismo Dios que ha escuchado el grito de dolor de nosotros los  jóvenes como había escuchado el grito de dolor del pueblo esclavo en Egipto. Este Dios que escucha al hombre que sufre, este Dios que es un Padre que desea que seamos verdaderamente libres. Dios, mirando nuestra tristeza y desesperación ha llamado a  esta mujer y ella le contestó lo que cada hombre y cada mujer puede decirle a Dios, lo que también nosotros podemos decirle hoy. Cuando decimos esta palabra cambia la historia, cambia la vida, la personal y la  de las personas cercanas,  que son las que Dios nos ha confiado.
La palabra que hace dos mil años una pequeña muchacha de Nazareth,  de  quince años, le dijo  a  Dios, que entró en su casa. María ha dicho: “He aquí…”
  Y  al igual que  María, sor Elvira le  ha dicho a Dios: “¿Cómo haré? ¡No es posible!”  Porque cada  uno de nosotros cuando delante de Dios se siente pobre, débil...  se pregunta cómo podrá hacerlo.   Dios nos dice  a través de María, presente en la historia  en todas las épocas  de la humanidad: “No tengas miedo, yo estoy contigo, yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo”.
Jóvenes, Dios espera mucho de nosotros, Dios llama a la puerta de nuestro corazón como ha llamado a la puerta de Nazareth, Dios busca jóvenes que tengan el coraje de decirle: “Estoy aquí”. Para la Comunidad la mayor alegría  es dar esa respuesta a Dios.
Los chicos y chicas de la Comunidad que nos hemos arrodillado delante del mal por tantos años, que hemos adorado una dosis de droga que ha destruido a nuestras familias,  podemos decirles, anunciar, testimoniar, que desde que comenzamos  a doblar nuestras rodillas delante de la Eucaristía, desde que caminamos de la mano de   Dios y desde que comprendimos que Dios es nuestro mejor  amigo, nuestra vida se ha vuelto una fiesta.
Nuestros ojos que estaban muertos como los ojos de los drogadictos que ustedes conocen y encuentran por las calles, brillan gracias a la Luz de Dios. Nuestras manos tienen ganas de trabajar, de servir, de amar; nuestros pies que estaban cansados, pesados por haber caminado tantos  kilómetros en la oscuridad, estos pies ahora están llenos de vida, tienen ganas de correr, de bailar, de decirles que nuestro Dios no es una idea, no es un fantasma, no es una filosofía, no es una religión inventada por los hombres.
Nuestro Dios es una Palabra viviente, es la vida de Cristo, es una vida que  cuando la encuentras te cambia de pies a cabeza.  Dios te transforma en una criatura nueva, te asombras  cuando te miras porque te sientes vivo, te sientes finalmente libre.
Los jóvenes son  amantes de la libertad, hijos de la libertad...   cuando escuchan  esta palabra les  brillan los ojos, se enciende el corazón... nosotros les decimos que la libertad tiene un nombre: Jesús de Nazareth. ¡Él es la libertad, Él es el hombre más libre porque  ama también a los que le hacen mal, porque es el hombre que  frente al mal ama y perdona! ¡Eso  es la libertad!
Antes de venir le pregunté a Madre Elvira que mensaje tenía para los jóvenes. Me respondió: “Dile a los jóvenes que yo, Elvira, que tengo la edad de sus abuelos, de sus  padres,  les pido perdón, porque  les hemos dado muchas  cosas materiales haciéndoles creer que la alegría está en las cosas. ¡No es verdad! La alegría no está en las cosas, la alegría está en Dios y  ¡el corazón del hombre tiene necesidad de Dios!”.
Somos los que hemos tenido “todo”  antes de la Comunidad,  el teléfono, la computadora, nuestra habitación, música, revistas, chicas…de todo. Teníamos todo y estábamos tristes y muertos.
Hoy en Comunidad tenemos un o dos pares de pantalones,  no tenemos los documentos en el bolsillo, no tenemos dinero en el bolsillo, no tenemos el celular, no tenemos computadora…. pero tenemos la alegría porque hemos encontrado a Dios, hemos aprendido a vivir nuestra vida en la verdad.  Cuando te arrodillas delante de Él sientes que Su luz entra en tu corazón  y hace renacer las ganas de vivir, las ganas de amar… te hace renacer, te hace estallar por dentro. Es lo que el Papa ha dicho a los jóvenes en Colonia, que la Eucaristía hace estallar una bomba atómica en el corazón del hombre. La oración delante de la Eucaristía desencadena en nosotros una revolución atómica  para el bien.
Prueben, jóvenes: esas respuestas que buscamos, la  paz que ansiamos, esas ganas de reconciliarnos, de perdonar nuestra historia, el deseo que tenemos de  poder regresar a las páginas más heridas de nuestra vida pero  sin  miedo, sin escapar más de los recuerdos que están en nuestra memoria , que todavía nos hacen vivir con ansiedad, con miedo, los recuerdos de una familia que ha traicionado la vida, que cuando  eras niño se ha dividido, el sufrimiento que ha roto tu corazón, la violencia que has recibido de quien debía amarte y ha traicionado el amor, ese deseo que tenemos de encontrar finalmente la paz sólo  nace  del encuentro vivo y verdadero con Dios.
Lo que les digo no son sólo palabras, hace veintitrés años que  en nuestra casa sucede este milagro. Los que llegan con  grandes heridas, llagas que sangraban, los que desde niños han tenido grandes sufrimientos,  los que no lograban perdonarse  ni  perdonar, al encontrar a Jesús de Nazareth sienten que se abre la oscuridad que ocultaba   su vida, así como se ha abierto el cielo aquí en esta mañana. ¡El encuentro con Dios te abre de par en par a la Luz!
Entonces, jóvenes, la Libertad, la Luz, el Amor, que tantas veces mendigamos de los demás, que queríamos  encontrar en un hombre, en una mujer, ese amor que  buscamos en las experiencias afectivas de nuestros frágiles  sentimientos , el amor   que sacia nuestro corazón, que hace soñar y volar, que nos da ganas y alegría de vivir, es el  amor de nuestro Dios , que en Jesús ha extendido los brazos sobre la Cruz, que ha dado hasta la última gota de sangre por cada uno de  nosotros. La sangre de Cristo no se debe desperdiciar: nuestra libertad ha sido pagada, rescatada por Jesús a  un precio muy alto,  ¡Él ha dado su vida por nosotros!
Esta es la más hermosa historia de la vida. Somos hijos de un Dios que no sólo nos  ha dado el mar, la luna, las estrellas, el cielo, las montañas; somos hijos de un Dios que se ha dado a sí mismo por nosotros, para decirnos, jóvenes, que la alegría verdadera está en  donarnos nosotros mismos.
La verdadera alegría del corazón no es regalar cosas a nuestros hermanos, no es regalar algo a quien amas, no es sólo esto. ¡Sólo serás feliz si te entregas  a ti mismo, si pierdes tu vida donándola, dándola por los hermanos, entonces el corazón  estalla de alegría!
Entonces, queridísimos y amados jóvenes, estamos felices de caminar con ustedes, estamos felices de que estén aquí con nosotros, estamos  felices de que el Espíritu Santo haya puesto en el corazón del  p.Slavko hace muchos años el deseo de pensar en los  jóvenes inventando esta fiesta para nosotros.  Estoy seguro de que Dios viéndonos está feliz. Dios viéndonos unidos en su nombre, viéndonos en la búsqueda de una vida cristiana verdadera, hoy hace fiesta: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador convertido que por noventa y nueve justos”.
Benditos nosotros los que  hoy nos sentimos pobres, frágiles, débiles, pecadores que necesitamos  de la misericordia de Dios. La alegría de Dios es perdonarnos, es correr al encuentro y abrazarnos. La alegría de Dios es sacar finalmente de nuestro corazón aquellas piedras que han aplastado nuestra vida.
Jóvenes amigos, Dios nuestro Padre, María nuestra Madre hoy están de fiesta con nosotros: ¡estábamos muertos y estamos vivos! ¡Amén, aleluya!
¡Ahora nos ponemos de pie y cantemos con alegría a nuestro Dios!

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