Domingo 16 de julio
Madre Elvira, saludo final y conclusión El augurio que queremos hacernos recíprocamente es aquel de escuchar la profunda nostalgia de amar que cada uno de nosotros lleva en el corazón. Recordemos que cometemos un error con nosotros mismos cuando esperamos los demás nos amen, que sean los demás quienes vengan a pedirnos perdón, a dar el primer paso, a servirnos mejor... Eso no es amor, es una pretensión absurda, porque el amor es gratitud. Comencemos expresando nuestra necesidad de amar y luego seguramente seremos amados nosotros también, porque el Señor no se deja vencer en generosidad. El amor es dar… pero sobretodo donarse, por lo tanto no sólo dar la limosna ¡demasiado fácil! sino entregar gratuitamente nuestra existencia. El mundo tiene necesidad de amor, los jóvenes de hoy tienen necesidad de amor y nosotros podemos darlo con una sonrisa, comenzando por las pequeñas cosas. Y ahora un abrazo grande, un gracias de corazón a todos aquellos que han vivido seriamente estos cuatro días para aumentar la fe, para que no sea una fe adormecida sino dinámica, que actúa, que sufre, que sirve, que entrega su vida. Y no tengamos ni un cabello, ¡porque aquel cabello se vuelve una cuerda que nos ata! ¡Cuando el Señor dice «todo» es todo! “Si no pierdes tu vida...” desde los cabellos hasta los callos de los pies... entonces, cuando tenemos en frente la posibilidad de elegir el bien, ¡hagámoslo! Crean que somos capaces porque estamos inspirados por el instinto de amar que Dios ha puesto en nosotros. No traicionemos nuestra vida; la fe es donar la vida, la fe es creer en la maravilla que Dios obra dentro de nosotros, cuando somos capaces de amar y de perdonar. Por lo tanto la fe es también ver y ustedes en estos días han visto, no solo escuchado, sino visto con los ojos la fe, el crecimiento de la fe! La fe que son las personas vivas que cambian, que deciden perdonar, perdonarse y amar.
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