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Para conocernos más

S.E.R. Mons. Diego Bona  |  S.E.R. Mons. Robert Baker  |  Padre Andrea Gasparino  | 

Encontrarán en esta sección algunas entrevistas ya publicadas que nos ayudan a comprender mejor la historia de la Comunidad y como se ha desarrollado el carisma en estos años.

Madre Elvira, tienes  setenta años de vida, de los cuales cincuenta vividos como consagrada al servicio de Dios y la humanidad. Mirando para atrás, ¿qué nos puedes decir?
Primero que nada mi gran agradecimiento a Aquel que me ha dado la vida. Creo que ya en el momento en que fui concebida, estuvo presente la voluntad de Dios para algo hermoso, grande y fructífero para los otros. Soy feliz de vivir una vida donada,  siento que es un enriquecimiento para mí: soy rica, porque desde niña los sacrificios me han enseñado a entregarme, a servir, sonreír, a superar las dificultades sin “trompa” y estoy feliz de continuar aún hoy en la escuela del servicio.

Iluminando tu historia familiar a la luz de Dios y el Evangelio ¿qué quisieras contarnos?
Desde que era niña, por las situaciones vividas, puedo decir que ha sido una historia hermosa porque estuvo tachonada de muchas sombras. Yo veía que había otras familias, otros niños como yo, que vivían otra realidad, que parecía más rica en paz y bienestar que la mía. Hasta que me di cuenta de que la paz y el bienestar verdaderos son una dimensión del corazón, que se viven cuando se es bueno y generoso.
Mis amigas del colegio, aunque tenían la misma edad, tenían una mejor posición económica. Cuando en casa había un pedazo de pan, cosa que no era fácil en tiempos de guerra, o cuando había cerezas, “mamá” me decía: ¡“Rita, recuerda que las bocas son todas hermanas! No puedes llevarte nada a la boca sin dar algo a las demás”. Aún en la intranquilidad de la pobreza, educaba a sus hijos en gestos de solidaridad. Nos enseñaba que cuando se ayuda a los demás nos convertimos en parte de la familia universal que puede rezar unida: “Padre Nuestro”.

Ya eras una “buena” religiosa y estabas bien en tu congregación. ¿Cómo nació la idea de dar vida a la Comunidad?
No ha sido seguramente una idea mía. Y esto lo quiero decir y repetir: lo que está sucediendo, la historia que estamos viviendo no puede nacer de las ideas o de las intuiciones de un pobre ser humano.
Soy la primera en sorprenderme a cada momento de lo que está sucediendo en esta Comunidad, porque es la obra de Dios, del Espíritu Santo, de María: ¿cómo habría podido yo inventar una historia así? La dirección de mi corazón era la gente joven que se perdía: los veía “sin pastor”, sin punto de referencia, desordenados. Con mucho bienestar, dinero en los bolsillos, el auto, la cultura, con todo lo que se puede tener materialmente, sin embargo tristes y muertos en el corazón. Yo estaba en agonía mientras esperaba dar a luz lo que el Espíritu Santo estaba moldeando y desarrollando dentro mío, que también era una novedad para mí.

Pasaron muchos años antes de que se pudiera comenzar concretamente. ¿Para una mujer valiente y de acción fue difícil esperar?
Difícil no, más bien fue sufrido, porque me parecía una pérdida de tiempo. En realidad, era el tiempo de Dios y yo tenía que esperar el momento oportuno para los jóvenes, para protegerlos, para educarlos, para amarlos. 
Esperé con mucha confianza y esperanza. Me llegaron a decir: “¡Pero Elvira, salga de su congregación, así puede hacer lo que usted desea!”. Pero yo no intentaba “hacer lo que quería”, lo que sucedía en mí era algo muy diferente. Por eso esperé, rogué, sufrí, amé: y mis superiores tenían razón cuando me decían que no estaba preparada para estar con los jóvenes.
No faltaron los momentos de las tentaciones, cuando pensaba: “Pero como es posible, que no me tengan confianza”. En realidad, porqué debían tenerme confianza a mí, que era una pobre criatura que deseaba volar. ..  
Ahora, a los setenta años, razono un poco más y comprendo que todo ha sido una bendición, han sido los dolores del parto. Hoy somos muy amigos con mis superiores, tenemos una hermosa relación, muchas hermanas se asombran como yo, porque me conocen y entienden que esto viene de Dios.
Desde hace muchos años las hermanas de “Santa Juana Antida Thouret” tienen  una fraternidad del Cenacolo en el convento donde yo hice el noviciado. Les agradezco la amistad, el amor y la generosidad que nos demuestran.

¿Qué pensaste cuándo llegaste por primera vez a la puerta de la casa de Saluzzo, el 16 de julio de 1983?
No pensé nada, en ese momento ni siquiera pensaba. No había programado nada, ni en mi cabeza, ni mucho menos en un papel, menos aún con el apuro del momento.
Cuando vi aquel portón di un gran suspiro de alegría ¡recuerdo que todo me bailaba por adentro! Inesperadamente estalló en mí la plenitud de la vida, era la felicidad conquistada tras una la larga espera, el momento en el que el deseo se hacía realidad. Los que me acompañaban se agarraban la cabeza al ver la desolación y el abandono del lugar, pero yo ya lo veía reconstruido, lleno de jóvenes, de vida, de alegría, como es hoy.

¿Por qué elegiste el nombre de “Comunità Cenacolo”?
Un sacerdote que estuvo un corto tiempo con nosotros para estar con los  jóvenes sugirió este nombre y lo acepté. Aceptaba todos los consejos que me daban,  pero luego hacía lo que deseaba el Señor.
Pensé en la Iglesia, los Apóstoles reunidos con María en el Cenáculo, encerrados y llenos de miedo después de la muerte de Jesús.
Para mí fue una profecía porque también los muchachos y las chicas que llegan a la Comunidad tienen tantos miedos, tantos encierros, tanto mutismo en el pensamiento y la palabra, mucha soledad e inquietud en el corazón.
Pero sucede que en el Cenáculo, con María, el Espíritu Santo llega y transforma a los Apóstoles en testigos valientes. Entonces vi que era justo el nombre que mejor representaba lo que queríamos ser.

Comenzaste de la nada, sin  dinero, sin seguridad humana, confiando en la Providencia. ¿Por qué has hecho esta elección y quién es ésta “Señora Providencia”?
Esta “Señora Providencia” es el corazón de Dios que golpea en el corazón del hombre, en el corazón de la humanidad. Confiamos porque la fe nos llevó a no tener miedo, a cultivar la esperanza, la confianza y la paciencia, a poner la seguridad en  Dios, que estaba en nuestro corazón. Él garantizaba mucho más que todas las seguridades humanas.
A Dios Padre lo había descubierto cuando era niña, y aprendí a confiar en Él.  En los momentos de mayor pobreza, cuando no había nada, sentía a mi madre repetir a menudo una letanía: “¡Santa Cruz de Dios, no nos abandones!” Nadie desea sufrir pero  comprendí cuán importante es en la vida aprender a vivir la cruz, es nuestra madre y debemos amarla para vivir bien todo el resto de las cosas.
Yo no quería solo hablarles de Dios a los jóvenes que recibía sino que ellos experimentaran Su Paternidad concreta. Le dije: “Yo los recibo, pero Tú,  ¡demuéstrales que eres el Padre!” ¡Nunca nos ha decepcionado!

¿Qué recuerdas del principio, de los primeros tiempos?
Al principio estábamos Nives, que era profesora y todavía enseñaba, y sor Aurelia, que era de mi misma orden. Estuvieron cerca de mí y juntas cometimos tantas equivocaciones…  Como me decían mis superiores, no sabíamos nada de la gente joven y mucho menos de los drogadictos y alcohólicos.
Al principio sabíamos que todas las comunidades daban diez cigarrillos y también lo hicimos; entonces alguien dijo: “Son hombres, es necesario que beban una copa de vino,” también se las hemos dado, pero entonces surgieron las discordias, peleas, y nosotras mirábamos asombradas. Entonces sentí que la autoridad que el Señor me había dado para la gente joven herida, debía ejercerla con verdad y fortaleza.
Hay un momento particular que recuerdo. En 1986, gracias a algunos amigos que nos ofrecieron el viaje, fui por primera vez con un grupo de muchachos en una peregrinación a Medjugorje. En ese lugar percibí dentro de mí que debía ser más fuerte, más exigente. Al volver, una tarde me arrodillé en la capilla de Saluzzo delante de los jóvenes y les dije: “Muchachos, los he traicionado, porque no he tenido confianza en ustedes. Ustedes vinieron para que los ayude a vivir la  verdadera libertad de todas las dependencias, y yo, por miedo a que alguno de ustedes se fuera, les he dejado los cigarrillos. ¡A partir de esta tarde no se fuma más!”. Después llamé a un muchacho para que recogiera los cigarrillos y vi, con mucho asombro y alegría, que todos metieron la mano en el bolsillo y los tiraban. Hicimos un hermoso fogón cantando y agradeciendo por la libertad de esa dependencia.

¿Alguna vez pensaste que la Comunidad iba a crecer tanto?
No lo pienso ni siquiera ahora, es algo superior a mí. Pensé en abrir una casa, por lo tanto cuando alguno se fuera, entraría otro.
¡Pero cuando la Casa Madre estuvo completamente llena, con colchones en el suelo, hubo un momento en que no pude decirles que se fueran! Porque esos jóvenes pedían la vida, no pedían comer o un lugar para dormir ¡¡sino que pedían poder vivir!! Entonces encontramos otra casa, luego otra, y. . . ya no las cuento.

¿Cómo lograste convencer a los muchachos que venían de la “calle” de que rezaran? ¿Por qué les propusiste la fe?
Realmente no lo propuse con los labios, sino en la práctica, viviendo la oración. Todavía no teníamos la capilla cuando comenzaron a llegar los chicos. Sor Aurelia, Nives y yo rezábamos el rosario y leíamos el Breviario. Fue una gran sorpresa cuando un muchacho, en lugar de ir a trabajar, a la mañana se sentó a mi lado y me preguntó qué hacíamos. “¡Rezamos!” le contesté. Se paró y escuchó el Salmo que rezábamos y él también leyó una frase, después de él otro, otro y después otro.
Nosotras no lo habíamos pensado, pero allí entendí que los jóvenes me pedían que los ayudara a encontrar a Dios, que tenían hambre y sed de Él. Así fue como la propuesta de la oración y de la fe se convirtió en parte fundamental del camino del renacimiento.
Cuando entran en la Comunidad, muchos dicen: “¡Pero yo no creo en Jesús, en mi casa había muchas peleas, no quiero rezar!”. Yo les contesto: “Viniste aquí para ser liberado no sólo de la droga, sino también de tus miedos y de todo tu pasado. Arrodíllate: yo, nosotros, creemos por ti, ponemos nuestra fe por ti. Intenta confiar, prueba y verás”.

¿Por qué has querido involucrar en el camino de los hijos, también a sus padres? ¿Qué le pide la Comunidad a las familias?
Esto es importantísimo. ¡Les pido verdaderamente mucho, pido la conversión! Casi todos preferirían pagar una cuota, sobretodo cuando están desesperados; todos nos ofrecieron dinero y les contestábamos: ¡“La vida de los hijos no se paga con dinero, ya han tenido bastante de eso, y los ha arruinado!” Deseamos en su lugar una colaboración que involucre sus vidas, sus opciones, sus pasos cotidianos, en un camino de fe cristiana, porque entrando la verdad a la familia hará que veamos que en algo nos equivocamos, que ha sido una falla de toda la familia, que su hijo se salva solamente si se convierten también sus padres.

¿Cómo te sentís al ver hoy a tantos jóvenes de diversos países, que se hacen ellos mismos misioneros para otros jóvenes o niños?
Sé muy bien que puedo sólo asombrarme porque todo esto no nació de mí, y es mi único deseo dejar que Dios continúe suscitando en el corazón de muchos jóvenes intuiciones santas y honestas. Las misiones, por ejemplo, nacieron del corazón de un muchacho que llegó a la Comunidad herido y desilusionado del mundo de los adultos, quien, después de haber encontrado la Misericordia de Dios y haber perdonado a su padre, sintió cada vez más fuerte la necesidad de hacer algo por tantos niños que en el mundo sufren a causa del egoísmo de nosotros los mayores. ¡Así nacieron nuestras fraternidades misioneras para los niños de la calle! Ciertamente, sé que mi deber lo debo cumplir. Ser el “corazón”, la voz que sacude la conciencia de los jóvenes, pero no tengo de qué jactarme, porque nada se hizo por obligación o a la fuerza. Todo ha llegado, día a día, como un río pacífico que corre por su cauce.

La última sorpresa del Espíritu Santo fue el nacimiento de las hermanas y de los hermanos consagrados: jóvenes que desean entregar su vida al Señor en este carisma de la Comunità Cenacolo. ¿Qué siente tu corazón con esta sorpresa?
Al principio no sentí mucho asombro. Porque pensaba que todo lo que podría darse en la Comunidad ya estaba: los muchachos, las chicas, las parejas, las familias, los niños . . . solamente nos faltaban los ancianos, porque ya no falta nada más. Cuando algunos jóvenes presentaron el deseo de consagrarse en nuestra Comunidad, sentí un pequeño titubeo y me pregunté cómo se haría eso.
Hoy agradezco porque las hermanas y hermanos son los “pilares” que sostienen a toda la Comunidad, son el corazón del Cenacolo. No me alegré en ese momento, lo hago ahora, porque entonces me había metido de lleno en la apasionante y variada vida que el Señor ya me estaba regalando. Ellos vinieron a pedirme un paso más, porque a ellos los enviaba el Señor. ¡Hoy esas muchachas y muchachos son capaces de sufrir, de entregar sus vidas sin quejarse, de dar alegría, amor y sacrificio, son una gran riqueza!

¿Qué es para ti la fe? ¿Quién es Jesús para ti?
La fe es Jesús muerto y resucitado. Mi fe es total, no tengo ninguna otra cosa más que la fe, me sostengo en ella, no puedo actuar si no en la fe, no puedo vivir nada si no es en la fe. La Providencia que nunca nos ha abandonado, la Providencia que nos asombra a diario, que llega de todas las partes del mundo, es una muestra de la fe. Agradezco porque la fe es carne, la fe es sangre, la fe son las lágrimas, la fe son los momentos en que Dios me ha liberado del miedo, la fe es vida.

La Eucaristía es el corazón de la Comunidad Cenacolo, por eso fuiste invitada como oyente por el Santo Padre Benedicto XVI al Sínodo sobre la Eucaristía en octubre de 2005. ¿Qué es para ti la Eucaristía y por qué se la propones a los jóvenes?
La Eucaristía es el alimento, más completo que las pastas y la comida para el cuerpo. Se la he propuesto a los chicos porque primero me transformó a mí. Todo lo que les pido a ellos primero lo experimenté en mi propia piel: con la lucha, luego con la alegría, después viendo y viviendo una transformación continua. Hoy lo llamamos la “resurrección cotidiana” que sucede en el corazón de nuestros jóvenes. La Eucaristía es pacificación, encuentro, asombro, belleza, fuerza, riesgo. . .  da todo lo que se necesita para vivir cada día y hace aprender mucho.

¿Qué les pides a tus colaboradores, a los que Dios ha llamado y está llamando para servirlo en esta Su obra?
Les pido todo: inteligencia, la voluntad, los brazos, los ojos. . . porque estoy segura de que si nos guardamos algo para nosotros mismos, el don se altera, se envilece, se empobrece. Lo que no se da, se marchita dentro y entonces se convierte en malestar, tristeza, miedo, pretensión, egoísmo, prepotencia, ambición, poder…
Por eso pedimos todo en la fe, en la confianza. Cuando algo nos falta, solo hay que esperar: la paciencia ya es oración, el amor es oración, el esperar los tiempos de Dios es oración y nos ponemos en condición de vivir todo en la fe, porque aunque estemos en la oscuridad sabemos que existe la luz.

¿Proyectos para el futuro inmediato?
Nunca los he hecho, pero desearía abrir la puerta del corazón, del amor, a toda la humanidad, para poder recibir a los que todavía están perdidos y solos. Sé bien que digo cosas que en palabras parece fácil, pero que en realidad son posibles solamente con un milagro de Dios. Conozco muy bien mis límites humanos, mis pobrezas en el amor y en darme totalmente. Pero también soy consciente que antes que yo muchas mujeres y muchos hombres se han dejado llevar por el torbellino del amor de Cristo y se entregaron a sí mismos, yo desearía ser una de ellos, en mi simplicidad y fragilidad.
Me siento una privilegiada, es una gracia vivir como vivo, en el amor, tener una familia con quien compartir la abundancia de la vida ¿qué más puedo pedir?
“El proyecto”, el único y permanente es el de continuar caminando, siguiendo con amor y confianza al Espíritu Santo, junto a María, donde quiera llevarnos.

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