ItalianoHrvatskiEnglishFrançaisDeutchEspañolPortuguesePo PolskuSlovakia     

 

Estamos inmersos en el Espíritu Santo, que abraza cotidianamente el tiempo de nuestra vida. El Espíritu Creador resucita y hace nuevas las cosas todos los días  y hoy  la creación nueva que realiza somos nosotros.
Dios quiere entrar en la raíz de nuestra historia, en los momentos  de nuestra vida pasada, y a menudo herida porque el encuentro con Él es la semilla de una creación nueva, es la primavera permanente del corazón. Cuando voy al mar me gusta ponerme la máscara  para ver en lo profundo: a veces hay rocas que sobresalen del agua, pero después miro abajo del agua y veo que hay una montaña que no termina más. Nuestras raíces también son así: somos sólo pobres y pequeñas criaturas pero en la raíz de nuestra existencia, primero que todo, está la grandeza del Espíritu Santo que es amor.Por esto tomemos nuestra vida en nuestras manos y démonos cuenta de que es un don precioso, reconozcamos la profunda nostalgia de amar que llevamos en lo más íntimo, porque nacimos del amor.  No traicionemos esta aspiración profunda de nuestra existencia. Las resistencias escondidas  que  muchas  veces tenemos, que callamos y negamos, las vencemos si nos abrimos a Dios con libertad y coraje: se va el miedo y descubrimos en la fe que tenemos un corazón que late para los demás, una vida capaz de entregarse en la gratuidad, en la pureza y en la fidelidad. Si no habitamos y vivimos en el amor, nos perdemos viviendo por las cosas, por cualquier cosa fuera de nosotros: una buena posición social, un trabajo para hacer carrera, el dinero, el poder...pero nuestra verdadera realización es amar; si uno no ama no vive su razón de ser  ¡ permanece incompleto, permanece en la muerte! Por esto necesitamos vivir nuestra vida en la luz de la fe. La fe despierta la caridad y hace la vida dinámica y auténtica: ¡vida que actúa, que sirve, que se dona!  A menudo les digo a los jóvenes que esta es la verdadera sanación del corazón: cuando pasamos de “mendigar”, como pobres “pordioseros” el amor de los otros a  saber darlo.  El amor no es hacer una limosna, dar algo, es darse a sí mismo gratuitamente en el servicio. Haciéndolo, te das cuenta que lo que haces por los demás es un bien primero que nada, para ti, se enciende una nueva luz en tu  interior.Nosotros hemos creído en el amor de Dios para nosotros y continuamos creyendo, porque sólo el encuentro con Él, cambia el corazón, la mente y la vida del hombre, y nosotros este milagro de la vida que renace lo vemos  con nuestros propios ojos desde hace muchos años. La fe es creer que Dios actúa dentro nuestro, y verlo, no sólo sentirlo: son personas concretas las que cambian, jóvenes que deciden perdonar y perdonarse, familias que recomienzan a esperar, ojos y rostros que vuelven a brillar después de muchos años pasados en la oscuridad. Este es el milagro del amor de Dios, que genera en nosotros el deseo de amar. El mundo tiene sed de este amor verdadero, los jóvenes de hoy buscan el amor limpio y nosotros podemos darlo, comenzando con pequeños gestos concretos: una sonrisa, vivir en paz a pesar de “nuestras” razones…. Cuando estemos ante la posibilidad de elegir el bien, ¡hagámoslo!
¡Somos capaces de hacerlo y nos hará felices!

Imprimir esta páginaImprimir esta página