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La misión es un viaje, es salir de nosotros mismos.

     


La misión es un viaje, es salir de nosotros mismos. Por eso todos estamos llamados a ser misioneros, y no tenemos que ilusionarnos con estar en países lejanos pero permaneciendo en nosotros mismos, cerrados en nuestros pensamientos, recuerdos y deseos: así nos bloqueamos y haremos las cosas solo con el cuerpo, las manos, los pies…. ¡con lo que tenemos, no con lo que somos! En cambio, la misión es tu ser que se entrega, que no piensa más en sí mismo, que se interesa con cuerpo y alma por la necesidad de amor, esperanza y paz de los otros.
Esta es una realidad de todos y el Señor ve cuando queremos entrar en la vida para donarla como lo hizo Él. Y no tengan miedo de entregar la vida, porque cuando la das….. ¡te  devuelve el ciento, el mil por ciento! Lo dijo Jesús: “El que pierda su vida la encontrará.”
Ser misionero es primero que nada “perder la vida”, donarte  al punto de olvidarte hasta de  cómo te llamas, hacer todo por amor, en el amor. Vivir un amor desinteresado, libre, fuerte, un amor que nunca se ofende….¡y que nos hace mucho bien!
En el fondo, todos fuimos niños y permanece todavía en nosotros la pureza y la generosidad del niño, que busca el amor verdadero porque los niños necesitan “oxígeno”, un clima de vida que hable de paz, fortaleza, amor, libertad, espacio. Nosotros tenemos que ser hombres y mujeres capaces de defender la vida, de amarla, de  creer en nuestra vida y la de todos.
Jesús necesita nuestras manos, nuestro corazón, nuestra boca para anunciar. Que nuestra sonrisa haga pensar, haga reflexionar a las personas con que nos encontramos, que se pregunten: “¿Cómo puede ser que en un mundo tan triste todavía hay jóvenes  que quieren partir, amar, donarse, servir, sonreír?”
Somos responsables de la vida de cada persona que nos cruzamos, pidámosle a la Virgen que con su bondad nos regale ser misioneros de corazón.
Salgamos de nosotros mismos, si Dios quiere, de nuestros países, vayamos donde están los hijos de Dios que no fueron amados. También nosotros somos hijos de Dios y también hemos experimentado la falta de amor, sabemos lo que quiere decir. Entonces, vamos, sin hacer proyectos ¡solo damos la vida y basta! Dar la vida: la vida son los ojos, la palabra, las manos, los pies, las lágrimas, la sonrisa, el abrazo….¡sin razonar mucho! Que nos guíe el Espíritu Santo, salgamos de nuestra comodidad: allí nos enseñarán qué es el amor verdadero, qué es la vida. Donar la vida es lo más bello del mundo porque, como dice Jesús, la reencontramos centuplicada dentro de nosotros para siempre.

Madre Elvira

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