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Cuneo: “Bienaventurados los que trabajan por la Paz”

Domingo, primero de marzo, estuvimos en los grandes festejos de la “Città dei ragazzi” en Cuneo por la llegada a casa de Sor María Teresa y de Sor Rinuccia, después de ciento dos días de secuestro en Somalía.
Había una atmósfera de  emoción, de gratitud y de paz, y sobre todo una gran alegría en  el rostro de Padre Gasparino y de todos los hermanos y hermanas de su Comunidad.
La Santa Misa fue presidida por Mons. Cavallotto, Obispo de Cuneo, con la presencia del Obispo Emérito Mons.Pescarolo y de muchos sacerdotes amigos de la Comunidad del  Padre Gasparino, especialmente el Padre Fredo Olivero, hermano de Sor María Teresa.
Agradecemos a Dios por habernos regalado  la alegría de verlas  regresar sanas y salvas. Sobre todo agradecemos por la fuerza de la fe que las ha sostenido en la cruz de estar privadas de la libertad y con la vida en riesgo.
Gracias Señor porque fueron capaces de perdonar, porque su fe se convierte hoy en testimonio de tu amor para el mundo.

Al término de la Santa Misa, las hermanas dieron un breve e intenso testimonio, registramos algunos extractos significativos.

Sor María Teresa:
Estábamos en el auto ensangrentadas y sin calzado, en un momento, los raptores nos preguntaron con un poco de arrogancia, “…¿Son musulmanas o paganas?”… Respondimos: “Somos personas que aman a todos en nombre de Dios”. Con esta respuesta entró en mí una benevolencia hacia esas dos personas,  no era una frase que yo hubiera  preparado sino que  venía del Espíritu Santo. Percibí  claramente el  fruto de la plegaria de todos, de todos ustedes que nos sostenían.
Estamos sin palabras frente a la solidaridad que estamos descubriendo todos los días.

Sor Rinuccia:
Nos encontramos  sin nada, pero este desprendimiento nos hizo entender que cuanto más libres estamos  de las cosas,  Dios puede obrar más en nosotros.
Nos hemos colmado de la presencia de Dios, casi lo “tocábamos” en la realidad de comunión entre nosotras.
Nos dimos cuenta que estábamos haciendo una experiencia de comunión entre nosotras  como nunca lo habíamos vivido:  en un momento  me dije… ¡pero esto es justamente el paraíso!
Ha sido una experiencia muy fatigosa, muy dura, pero de una riqueza increíble.
Durante el tiempo de la prisión, también en los momentos de angustia terribles, experimentamos la fuerza de la oración y de la fe. Nunca tuvimos un sentimiento de odio, de rencor contra las personas que nos habían raptado, y esto es obra de Dios,  fue el primer milagro de Dios.

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