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Audiencia General, 29 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

La experiencia de Pablo camino de Damasco cambió totalmente su existencia que quedó marcada por el significado central de la Cruz: entendió que Cristo había muerto y resucitado por él y por todos. La Cruz tiene un lugar principal en la historia de la humanidad y es objeto continuo de la teología paulina. La Cruz es “escándalo y necedad” (1 Co 1,18-23): donde parece reinar sólo el dolor y la debilidad, es donde está todo el poder del Amor infinito de Dios. La Cruz es el “centro del centro” del misterio cristiano. Ciertamente la encarnación y la resurrección son misterios centrales del cristianismo; pero San Pablo ve en la Cruz la manifestación más elocuente del Amor de Dios por nosotros.

Para el Apóstol, Cristo crucificado es sabiduría, porque manifiesta en verdad quién es Dios, y nos muestra el amor que salva al hombre de manera gratuita. Esta total gratuidad es la verdadera sabiduría. En la segunda carta a los Corintios (5,14-21), Pablo expresa en dos afirmaciones su experiencia del Crucificado. En primer lugar, Dios ha tratado como pecado a Cristo que ha muerto por todos, ha expiado nuestro pecado. En segundo lugar, Dios nos ha reconciliado consigo, sin imputarnos nuestras culpas. Los creyentes podemos decir con San Pablo: “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de Cristo, en la cual el mundo está  crucificado para mí, y yo para el mundo!” (Ga 6, 14)

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Queridos hermanos y hermanas: 
Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países de Latinoamérica. Que Dios, en este Año Paulino, os ayude a profundizar en el misterio de Cristo, muerto y resucitado por todos.

Muchas gracias.

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