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Patrizia

Soy “mamá” Patrizia, estoy feliz de compartir con ustedes mi “resurrección”. Vengo de una familia simple y humilde, también signada por muchas enfermedades y sufrimientos. Todo esto me hizo crecer con muchas inseguridades y miedos. Desde niña era muy tímida, tenía miedo de ser rechazada, de no ser querida. Recuerdo que siempre me ponía aparte y sentía mucha inferioridad y me dejaba arrastrar, al final los demás decidían por mí. Cuando fui más grande aumentó mi rebelión y quería parecer más grande. Así, comencé a seguir a mis “amigas” más transgresoras. Dentro mío había algo que me llamaba al bien pero era más fuerte la fascinación del mal. A los dieciséis años –vivía con un  chico, estaba enamorada, me sentía grande, segura, no me daba cuenta que era solo sentimientos: me encontré embarazada. Nunca pensé no tener a mi hijo, pero sentía  que era una responsabilidad muy grande y a veces me asustaba. Luego de un año de matrimonio descubrí que mi marido se drogaba. No sabía qué hacer, me sentía impotente. Tenía que luchar pero al mismo tiempo tenía miedo, entonces me refugié en los tranquilizantes y el alcohol. Me separé, fui a vivir con mis padres y para aplastar mis problemas vivía despreocupadamente sin hacerme cargo de las responsabilidades con mi hijo Alessandro. El mundo se me vino abajo cuando descubrí que Alessandro se drogaba. Fue un golpe difícil de aceptar. Si lo pienso hoy, no sé cómo permanecí de pie ya que en entonces no tenía ni la fe. Pero Dios rápidamente se hizo cargo de nosotros y, hablando con una queridísima amiga, conocí la Comunidad. Luego de unos meses entró mi hijo. Pero la Virgen también pensaba en mi conversión: yo también decidí entrar porque me di cuenta que lo necesitaba. Al principio no fue fácil ver mis fracasos y mis pobrezas. Tenía que luchar con mi orgullo y admitir que necesitaba ayuda. Iba todos los días a la capilla a “conversar“ con Jesús y también compartía con las chicas, fue lo que me ayudó a ver de nuevo luz y la belleza de la vida.  Me entendían, me tenían paciencia, me aceptaban como era, y así, también yo comencé a aceptarme más y a quererme. Después de mucho tiempo me sentía renacida y querida. Con los años fui creciendo en la fe y entendí que tenía que confiar en Dios. La prueba más grande fue cuando Alessandro se fue de la Comunidad y recayó: una vez más vi que se caía mi mundo, pero gracias a la fe que había cultivado y a la Comunidad, hallé fuerza y esperanza. Jesús venció, porque gracias a Él, Alessandro volvió a entrar en la Comunidad, ahora está bien y feliz. Sentí muy fuerte que debía entregar todo el amor que había recibido, así que luego de reconstruirme como mujer y reencontrado como madre, fui a la misión. Hace algunos años que estoy en la misión de Perú: hoy los niños son mi alegría. Todos los días aprendo de ellos el amor, crezco en paciencia y en misericordia y me llena el corazón vivir la simplicidad de lo cotidiano.
Agradezco a la Virgen por todos los sacrificios que mis padres hicieron por mí; agradezco ser parte de esta “gran familia” que me salvó a mí y a Alessandro y porque hoy me siento una mujer nueva, resucitada.

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