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Andrej

“Felices los de corazón puro porque verán a Dios”  (Mt 5,8)
Me llamo Andrej y soy de Eslovaquia. Fui un niño como otros, lleno de deseos que esperaba que se realicen. En la escuela, gracias a la ayuda de mi madre y a que me esforzaba, iba bien, muchas veces con las mejores calificaciones del curso. Hacía deportes, jugaba a la pelota, iba al oratorio y era feliz. El sufrimiento se abrió camino al ver las peleas entre mi madre y mi padre. Por dentro sufría con esta separación, especialmente cuando escuchaba a los demás llamar “papá” a su padre. Yo al mío, lo veía solo a la mañana, antes de ir a la escuela, y cuando se fue definitivamente sufrí mucho porque perdí una figura fundamental de mi vida. A partir de ese momento me aislé cada vez más. Me ilusionaba contando mentiras y falsedades con la esperanza de que las cosas cambiaran y siempre tenía miedo de  equivocarme y de no ser más el “buen muchacho” que siempre hace todo bien. Cuando mi madre se casó con otro hombre, volví a  esperanzarme. Quería vivir como una familia “normal” y, aunque a menudo sufría por la nueva autoridad en la casa, trataba de obedecer y de hacer amistad.
A los trece años conocí a un grupo de chicos más grandes que yo y con ellos comencé a fumar la mariguana. Al principio decía que no, pero después, al ver que estaban “tranquilos” dije que sí. La conciencia me  decía que erraba pero no la escuché, la sofocaba.  Al comienzo me parecía que tenía todo bajo control, pero después comencé a robar dinero en casa, a ponerme máscaras, no volvía cuando tenía que hacerlo y así comenzó un descenso que me hizo dependiente de las drogas sintéticas. Ya no eran “solo” porros, no me bastaba, buscaba algo “más”, algo nuevo. Comencé a frecuentar las “rave party”, creyendo que una “vida equivocada” era la verdadera diversión, que era la “vida bella”. No escuchaba a nadie y me ilusionaba con que era libre, creía que  podía hacer lo que quería hasta el día en que me arrestaron. ¡Allí terminó mi carrera!  Se me cayó todo, se hizo insoportable: la relación en casa, con mi novia y con los amigos. Para que mi madre se quede contenta iba al psiquiatra, pero le contaba lo que quería. Luego de dos internaciones para desintoxicarme entré en el reformatorio: viví un año con jóvenes que tenían los mismos problemas que yo, en una realidad muy dura donde se vivía con  mucha rabia; no aceptaba estar encerrado con solo dieciséis años. Me daba cuenta que no podía seguir en la falsedad, pero personalmente no sabía qué era la palabra “verdad”. Recuerdo bien una noche en que no me podía dormir por el remordimiento de conciencia; en ese momento pedí ayuda a Dios por primera vez: “¡Dios, si existes, hazme ver el camino!”
Luego de unos meses llegó un chico que me contó de la Comunidad, de la que él sin embargo, se había escapado. Me hablaba de chicos de todo el mundo que viven juntos en oración, trabajo  y amistad. Su testimonio me tocó mucho: aunque se había escapado no hablaba mal y me transmitía mucha esperanza, me decía que yo podría lograrlo.
Así, comencé a hacer los coloquios en mi tierra, Eslovaquia, y entré en la fraternidad de Austria. Todo era extraño: los rostros sonrientes de los jóvenes, sus ojos limpios y una paz que hacía mucho que no vivía. Me sentí aceptado como era, sin necesidad de aparentar lo que no era. Yo también quería ser como los jóvenes que me habían recibido pero creía que no sería posible sin sustancias. Limpiándome, aceptándome y especialmente aceptando mi pasado, empecé a dar pequeños pasos. Al principio pensaba que era suficiente dejar de drogarme. Pero después, formar parte del grupo elegido  para abrir la fraternidad de Loreto y el encuentro con Madre Elvira me hicieron cambiar. Siempre recuerdo sus palabras: “Tienes que arrodillarte  de verdad, con fe.” Desde ese momento, poco a poco empecé a rezar y a confiar mi pasado a las manos de Jesús. Todo cambió: el esfuerzo, las dificultades... todo tenía sentido. Era el paso que me faltaba para comenzar  en serio.
Hoy creo que si no fuera por la Comunidad yo no existiría. Aprendí a llevar mi cruz, encontré la fe que no tenía, fe que conocí a través de los chicos que me ayudaron en mis primeros pasos. Con la ayuda de Dios y de los hermanos hoy quiero vivir una vida limpia, en la verdad.
Quiero agradecer a mi madre y a mi padre porque me dieron la vida y me perdonaron; gracias a la Comunidad que siempre creyó en mí. Agradezco a la Virgen por los deseos limpios que tengo hoy en el corazón y por los hermanos que me ayudan en el camino.

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