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Peter

Soy de Eslovaquia, me llamo Peter y hace unos años que estoy en la Comunidad Cenacolo. Crecí en una familia cristiana, pero de cristianos que sólo iban a Misa el domingo; muy pocas veces vi momentos de oración en casa y de la fe no se hablaba nunca. Se lograba  un cierto bienestar en familia que dependía sobretodo de los bienes materiales. En casa me consideraban un chico bueno al que había que proteger y darle todo lo que mi hermano y mi hermana más grandes no habían podido tener por la situación política anterior en Eslovaquia. Desde niño aprendí a tener de todo sin hacer ningún esfuerzo: sólo debía pedir. Y cada vez pedía más, pero ese “más” que eran cosas materiales, no llenaba mi corazón. Me faltó el amor, un amor que diga: “¡Te quiero mucho!” Un amor que se haga abrazo y simple caricia materna, que, recuerdo, recibí muy poco. Muchas veces en  casa había gritos y peleas.
Al crecer sentí que mi corazón estaba vacío y trataba de llenarlo con otras cosas; al principio con dinero que robaba en casa y después, a los doce años, descubrí el alcohol y la droga.
Los primeros meses me parecía que vivía una  bella aventura, pero al poco tiempo, esta aventura se transformó en una esclavitud cotidiana. Estaba perdido en una vida  de ilusión y desesperación y nadie se daba cuenta. Tuve que tocar fondo para que mis padres vieran cómo había caído en la drogadependencia. Pero en seguida me  dieron una mano y así, entre diálogos, intentos y lágrimas, escuché su ayuda y entré en la Comunidad. Tanto entrar como perseverar en el camino comunitario no fue fácil. Hoy reconozco que Dios me dio la fuerza para realizar esos pasos importantísimos para mi vida.
Desde los primeros meses en la Comunidad percibía algo “muy bello” en este lugar. Me asombraban muchos gestos de sincera amistad y de amor que recibía todos los días. Muchas sonrisas, palabras de consuelo, atenciones especiales... simplemente el amor, que nadie me lo hubiera podido dar sin Dios. Y como de a poquito  sentí hablar de Dios, recordé muchas enseñanzas casi olvidadas y sentí una fuerte voluntad de volver a creer.
Busqué con fidelidad en la oración la fuerza para seguir y resurgieron en mí muchos buenos deseos que tenía en el corazón desde niño y fueron mi objetivo. Luego de estar varios años en diversas fraternidades de la Comunidad, me parecía que estaba “listo”, para salir quizá, ¡pero sentía en el corazón una voz que me llamaba a algo más! En ese momento percibí la llamada a la misión ¡y hoy puedo decir que escuchar esa voz fue la mejor elección de mi vida!
Viviendo con las hermanas y las familias misioneras, en el servicio con los niños, tuve que ‘excavar’ profundamente en las raíces de mi vida y allí pude comprender bien mi historia, encontré la fuerza para pedir perdón a mi familia por todo el mal que les había hecho y me reconcilié profundamente con mis padres.
Hoy no cambiaría mi vida por nada: la misión para mí es un grandísimo don de Dios y siento la necesidad de caminar aquí, de aprender y de mejorar. De niño iba a una iglesia de los Salesianos, que tenía una gran pintura de María Auxiliadora; y hoy, después de tantos años me encuentro en Brasil en una misión que lleva su nombre “Nossa Senhora Auxiliadora”, cerca de Salvador de Bahía.
¡Creo que fue Ella que me tomó de la mano desde niño para conducirme aquí donde volví a encontrar la alegría de vivir y de servir la vida!

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