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Educarse para educar

EDUCARSE PARA EDUCAR  -  Resurrezione  -  dic 2011

En estas páginas dedicadas a la educación, consignamos algunos puntos simples y concretos tomados de las catequesis de Madre Elvira a los jóvenes sobre la importancia de la educación.
Creemos que estas reflexiones, nacidas de la experiencia vivida, pueden ayudarnos a darle importancia y a  valorar  gestos simples pero  fundamentales para nuestra vida.

“Enseñarles que existe Alguien a quien se le puede pedir perdón por tus errores, ayuda en el momento de sufrimiento, da fuerza en el momento  de debilidad, significa ofrecerle  un apoyo seguro a la vida.”
Madre Elvira

Educar en la presencia de Dios
Es necesario  inculcar a los niños desde chiquitos el  gran regalo de la oración.
Debemos vivirla en familia: ellos tienen que ver, sentir, que Dios habita en su casa, que existe, para  después aprender a hablar con Él, elegirlo, seguirlo.
Ellos deben conocer la verdad: los padres no son todo.  Por eso ver que papá y mamá se arrodillan, que hablan y escuchan a Otro, que también ellos piden perdón, agradecen, le piden ayuda a Dios que es el Padre de todos, los abre a una presencia más grande que nosotros.  Igual llegará el momento en que el niño crece y ve nuestros defectos, nuestros límites, nuestra pobreza, nuestros pecados, pero todo eso no lo hará caer porque ya vio a  papá y mamá reconocerse pobres, pedir perdón a Dios y reconciliarse, tener necesidad de aferrarse a  Él en la oración y pedirle ayuda.
A menudo les digo a los padres cuando dicen “mi hijo, mi hija”  que no es verdad: “¡No es tuyo, Dios te lo ha regalado!”  Lo recibiste de Él y es la verdad que le debes anunciar a tu hijo: que antes de ser hijo tuyo es hijo de Dios. Hicieron muchas cosas en sus casas: hagan también un rincón para la oración, pongan un crucifijo, la imagen de la Virgen con el Niño, y cada tanto dile al niño: “vamos a  charlar un ratito con Jesús.”  Den un tiempo y un lugar a Jesús en su casa, que si ustedes, padres,  lo hacen, los niños crecen sintiéndolo parte de su vida, lo reciben como amigo porque respiran su presencia  entre ustedes.
Debemos formarlos a hablar con Jesús, pero ellos no pueden hacerlo si no ven que  nosotros lo hacemos. Ellos aprenden lo que ven, “escuchan con los ojos”. Y cuando está tu niño, debes rezar con una sonrisa: entonces él  percibe que es bello rezar, que es importante la presencia de Jesús.  Si los niños crecen en amistad con Dios no se harán mal, no se pondrán en riesgo, no harán cosas  por las que después  llorarán.
Muchos jóvenes de la Comunidad me dicen: “¡Si hubiera aprendido de niño lo que estoy aprendiendo ahora cuánto menos mal  habría hecho, a mí mismo, a mis padres y a la sociedad!”   Enseñarles que hay Alguien a quien pedir perdón por tus errores, ayuda en los momentos de sufrimiento, fuerza en la debilidad, es ofrecerles un apoyo seguro en la vida. Así el niño tiene un punto de referencia  verdadero para su vida aunque papá y mamá no estén con él; cuando vive los contrastes y las dificultades de la vida, las provocaciones y las caídas, las desilusiones y las elecciones  ¡sabrá a quién pedir ayuda, a quién pedir perdón, a quién pedir fuerza!  ¡Aunque tus padres ya no estén más, Dios  siempre está!

La Fe es la vida verdadera
Enseñando ya desde niños que la  vida cristiana es respeto por  las cosas de los demás, respeto por la persona, amor a los demás, perdón, les enseñamos que  la fe es vida verdadera.
Las oportunidades para educar en la fe son infinitas.
Quizá acaba de pelear con el hermano: “¡Mira, aunque tu hermano te pegue, no debes darle en seguida una patada!  ¡Si en ese momento tu hermano no quiere justo una caricia, te das vuelta y te vas, pero no devuelvas en seguida, porque tú eres bueno!”  No le tienes que decir : “Debes ser un hombre bueno.” Sino: “Tú eres bueno, tú eres bueno.”  Entonces, él dice: “Yo soy bueno.”  Puede  también decir: “Yo no quiero ser bueno, ese  siempre me da una patada.”  Y tú le dices: “Tú eres bueno ¿por qué le vas a devolver una patada? ¡No lo hagas!”   Y si él también devuelve la patada, le dices: “Anda a pedir perdón. Porque , mira, cuando uno perdona se  pone sonriente, alegre. ¡Estas más contento si vas a pedir perdón!”  Y el niño descubre desde pequeño que perdonar le da la paz.
Y si sucede que el niño lleva a casa cosas que no son suyas, no hagan de cuenta que no las ven. En cambio le dirán: ¿”Dónde tomaste estas cosas? No son tuyas. ¡Devuélvelas!” Él te dice: “¡No!” Entonces lo tomas de la mano, con paz pero con firmeza y le dices: “Vamos juntos a llevarlas  donde las has tomado.” 
No hagan como que no pasa nada, porque el niño sabe que hizo algo que no va, sabe que necesita que lo corrijan y necesita confirmar con tu  acción lo que  ya percibió en su conciencia. 
Lo llevas  donde  el sacó la cosa y le dices: “¡Déjala!”  Y si llora, no haces ni una gesto, te quedas en paz y lo dejas allí llorando hasta que devuelva lo que sacó que no es suyo.
Así aprende la honestidad, aprende a no robar. Cuántos jóvenes terminan en la cárcel porque nadie les dijo cuando eran chicos que no se saca lo que no es de ellos, porque muchos padres vieron que el hijo tenía cosas que no eran suyas  y no le dieron importancia.
En cambio, si tú lo educas, desde chico ya es un apóstol, ya testimonia: a los seis, siete, ocho años, diez años, le dicen: “Dale, hagamos esto, agarremos aquello”  y él dice: “No, yo no lo agarro, no es mío, no quiero ser un ladrón.” 
Es bellísimo porque después se recuerdan estas cosas. Quizá  en algún momento las harán igual, a los quince, dieciséis años, se  desviarán un poco, pero no importa.
Lo que de verdad vivieron de niños quedó registrado para siempre y volverá, volverá, volverá …¡y vencerá!
(Catequesis de Madre Elvira)


Una cosa que amo, aquí en la misión, es cuando a la noche, antes de dormir nos ponemos delante de un cuadro de la Virgen con los niños, para agradecerle lo que vivimos y recibimos en el día. Sucedió que una noche  yo no tenía ganas de rezar y pensé para mí: “¡Bueno, si los  acuesto directo, está bien!”  Pero ellos, sin decir nada se arrodillaron delante de la Virgen. Yo pensé: “¡Mira lo que hicieron!  ¡Qué pobre eres!”  Los niños no rezan por costumbre sino porque sienten que es un momento importante y lo desean, tienen una semilla de fe adentro que los hace dirigirse a Dios.
¡Cuánto me enseñan los niños cada día!
Ivana

Se dice que la oración de los niños llega directo al corazón de Dios…¡entre los de corazón puro se entienden!  Cuando se dirigen a Jesús los niños no usan oraciones o fórmulas establecidas. Simplemente hablan con Él como con un amigo y le presentan las situaciones de la jornada, a las personas que necesitan Su ayuda, los deseos de sus pequeños corazones, llenos de vida y de ideas. Observando la simplicidad con que  ellos se dirigen al Cielo, los grandes aprendemos a hablar con Jesús y a confiar en Él.  Me parece en efecto, que cuando los niños encomiendan al Señor a alguien o algo, lo hacen y basta. No vuelven más sobre el tema. Porque saben que Jesús los escuchó, saben que su oración no se perdió en la nada.
¡Y la  confirmación de que Jesús escucha la oración de los niños la  tenemos  cada día! Para dar un ejemplo, hace un tiempo aquí en la misión se especulaba con la llegada de un caballo, mejor dicho, era  un sueño. Se pensaba que podríamos ponerlo en la casa donde viven los chicos más grandes, que lo cuidarían, pero la idea era usarlo con los niños.
Solo que en Brasil, como en Italia,¡tener un caballo no es como tener un gato! Bien, los niños rezaron, algunos más otros menos . Nuestros hijos lo tomaron en serio, esperaron el caballo, le pidieron a Jesús con simplicidad y confianza…¡y luego de unos meses, el caballo llegó! ¡ Lindo, blanco, de raza…y regalado! Otro día, en un momento de oración en la capilla había algunos niños pequeños, entre los que estaba Benedetta, nuestra hija de tres años.  Parecía que estaba en las nubes, completamente distraída, sin embargo, en un momento, en voz alta, sonriendo y lentamente, dijo: “Por mi mamá, por mi papá, por los hermanitos, por las flores, por los juegos, por el caballo, gracias Jesús.”  Fue un canto de alabanza, simple y verdadero. Pocas palabras, simplicidad y claridad, los mejores ingredientes para una  oración bien hecha.
Como padres tenemos el deber de acercar nuestros niños a Jesús, para hacer que se encuentren con Él como con un amigo que los ama y los escucha: ¡les habremos trasmitido el  secreto para una vida plena de alegría!
Gaia y Gianluca

Enseñarles a los niños a rezar fue para mi una experiencia rica en  fe y  lucha porque se trata de  dar confianza a niños que nunca tuvieron el rostro confiable de un padre o una madre que los ama.
Pero pronto fueron ellos los más  enamorados de la oración, aunque a veces es difícil hacerlos rezar.  Es necesario encontrar un espacio de oración donde ellos se puedan expresar, donde la oración  no esté ya “hecha”.  Allí saben abrir el corazón a una relación simple, profunda y auténtica con el Señor. Siempre me asombra la capacidad que tienen de acordarse  de quien tiene necesidad, de quién más sufre. La grandeza de los niños está en que no tienen miedo de pedir mucho o lo imposible. ¡Su fe es grande!
Jerome
 

Cuando Laura tenía tres años yo perdí a mi madre viviendo un grandísimo dolor; me alejé muchísimo de la fe y decidí no rezar más a la Virgen. Así crecieron mis hijos, en la miseria del corazón y sin una educación cristiana.
Cuando fue más grande, Laura cultivó amistades equivocadas, siempre encontraba  personas sin vida de oración, sin Dios. Se sentía perdida porque no tenía alegría en el corazón y yo seguía sin entender de donde venía su disgusto. Trataba de darle todo: plata, diversión,  ropa, todo lo que deseaba o pedía, y pensaba que esa era su felicidad y su realización. Cuando un día descubrimos que se drogaba se nos cayó el mundo, nos sentimos derrotados y fracasados, impotentes frente a un problema tan grande. Pero gracias a Dios en ese momento dramático encontramos la Comunidad y percibimos que era la realidad justa para Laura ¡porque se hablaba de oración!  Sentí la necesidad de que ella hiciera entrar en su corazón la oración. Recuerdo bien que Laura nos dijo: “Yo no rezo…y aquí hay mucha oración!” Yo le respondí: “Bueno, aprenderás…”  “Pero toda la gente  se arrodilla…” “¿Y? Respétalos. Si no quieres no lo hagas, nadie te obliga.”
Llegó el día en que entró en la Comunidad. Ese día fue triste y alegre a la vez, porque sabíamos que  finalmente estábamos eligiendo el bien para nuestra hija. Luego de un tiempo, pidiendo alguna información sobre mi hija, la responsable me dijo : “Tu hija se puso de rodillas y reza.” En ese momento me puse a llorar pensando: “¡Señor, estás trabajando en su corazón!”
Gracias Jesús por el don de tu Resurrección en la vida de nuestra hija.”

La educación en la fe sucede en el contexto de una experiencia concreta y compartida. El hijo vive dentro de una red de relaciones educadoras que desde el comienzo marca su futura personalidad.  También la imagen de Dios que llevará dentro será caracterizada por la experiencia religiosa vivida en los primeros años de vida.
De aquí la importancia que tiene que los padres se cuestiones sobre su tarea educativa con respecto a la fe: “¿Cómo vivimos la fe en familia? ¿Qué experiencia cristiana viven nuestros hijos?  ¿Cómo los educamos  en la oración?”
El mejor ejemplo es la familia de Nazareth, donde   “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres.” (Lc 2,52)
Conferencia Episcopal Italiana-Educar en la vida buena del Evangelio

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