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Matea

“Dios eligió lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes”  (1 Cor 1,27)

Vengo de Croacia, me llamo Matea, estoy contenta de poder compartir mi conversión, que le da sentido a mi vida. El señor había probado muchas formas de acercarme a Él, pero ninguna tan eficaz como la de confrontarme con mis pobrezas. Siempre estuve convencida que en la vida la pasa mejor el más fuerte, el más grande, el más poderoso ¡así quería ser yo! La vida a veces me llevaba a situaciones opuestas y me daba  cuenta que entre la cabeza y el corazón había una gran distancia, que lo que buscaba y quería ser era una gran mentira; mi corazón ya lo sabía, pero yo  sofocaba la voz de la verdad dentro de mí.
Nací de una mamá muy joven que  en muy poco tiempo se casó y se divorció: desde entonces, siempre viví con uno de mis dos padres, y esta fue una de las heridas que poco a poco  me fueron haciendo sentir cada vez más  débil y sola. La educación firme y decidida de mamá me colocaba delante de un modelo que no podía seguir. Más lo intentaba, más me daba cuenta que yo no era así y sofocaba la verdad de mi corazón viviendo de ilusiones.
Mis padres se empeñaban en satisfacer todas mis necesidades materiales, pero ninguna cosa podía  llenar el vacío que había adentro. La mayoría de las veces no supe comprender ni apreciar los regalos que recibía, porque en el fondo estaba buscando “algo más”. Me preguntaba si realmente había algo por lo que valiera la pena vivir ¡porque ese “algo” yo no lo tenía!  Sufría mucho pero  trataba de disimular ese dolor. Mirando a mis amigos me parecía que todos tenían algo que yo no tenía, me sentía distinta. El tiempo pasaba, las heridas aumentaban y mi mentalidad era cada vez más “tóxica”. Al crecer en un mundo sin Dios en el que el pobre valía poco, quería ser cualquier cosa menos pobre y débil.
Ocultando a todos mis caídas, mis pobrezas y mis errores, el corazón cada vez me pesaba más y la conciencia era muy frágil. . .hasta que caí.  A los doce años comencé a destruir mi vida con la droga. Por fuera crecía, pero la vida dentro de mí moría, se apagaba. Cuanto más débil y necesitada estaba, más me mostraba fuerte e independiente, aplastando y comprimiendo lo que tenía adentro, ilusa de que podría salir de aquel infierno en cualquier momento ¡como si una mañana me  hubiera podido despertar  sana y feliz!  Pero la vida no es un film y yo no lo logré, me había derrumbado y me encontré en la puerta de la Comunidad, que para mi significaba comenzar  de nuevo todo. Agradezco a mis padres porque no se contentaron con mis promesas vacías y falsas y me señalaron este camino.
Cuando entré lo que más me costaba era verme y que me vieran débil.  Fue difícil   cambiar mi mentalidad, olvidar mis razones, admitir que necesitaba ayuda, pero estaba harta del pasado, quería caminar y vivir  de una manera diferente.
Gracias a Dios comencé a experimentar que ser pobre me acercaba a Él y regeneraba en mí algo que había perdido hacía años: ¡la esperanza!  Empezaba a creer que todo había encontrado un sentido, que algún día lo lograría, y puedo testimoniar que ese día ha llegado.  Hoy conozco mucho más mi fragilidad pero estoy feliz de ser como soy, porque al dejar pasar a Dios por mis debilidades, ¡se transforman en más humanidad y más  capacidad de amar!  ¡Qué bello: con Dios en el corazón, todo es un regalo!  Tengo muchas ganas de vivir la verdadera y gran riqueza de la vida cristiana. Me hace feliz descubrir que primero  vino  Dios a mi encuentro, Él se me entrega y después me hace capaz de amar, de servir, de entregarme con alegría. Agradezco de corazón a la Virgen, la “gran mujer”, porque  aceptó todo lo que era  pobre y frágil en su historia diciendo “sí” al proyecto de Dios, abriendo  la puerta también para mi salvación.

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