ItalianoHrvatskiEnglishFrançaisDeutchEspañolPortuguesePo PolskuSlovakia     

 

Josip

Soy Josip y vivo en la Fraternidad de Medjugorje, “Campo de la Vida”. Tengo veintinueve años y crecí en una familia pobre de Bosnia. Aunque papá y mamá siempre trataron de no hacernos sentir distintos de los demás, la diferencia iba creciendo y yo me daba cuenta. Mis padres se esforzaron en darnos una buena educación, basada en los valores cristianos; seguramente vivieron muchas pruebas en la vida: la guerra, algunas enfermedades de la familia y finalmente  mi drogadicción. Dejé la escuela a los dieciséis años porque pensaba que me enseñaba todo menos lo que yo quería saber y tener. Veía que el mundo alrededor se derrumbaba, la guerra había destruido a los jóvenes, las familias y la esperanza. El estudio no mejoraba lo que no funcionaba y  me parecía una gran pérdida de tiempo. Además, todo lo que ofrecía una vida “normal” no me  satisfacía. Me parecía banal  e inútil despertarse temprano a la mañana, ir a trabajar para después regresar a casa  para descansar y mañana . . .todo de nuevo. Entonces tomé otra dirección, a contramano, la fácil pero dura de la rebelión. Muy pronto empecé a fumar y a conocer otras experiencias de la vida de la calle. Vivir así me fascinaba, las sensaciones fuertes que probaba me  hacían entrar más en el mal; aunque a menudo nacía el deseo de cambiar, en pocos minutos me encontraba de nuevo en el mismo lugar.
¡Hasta los 22 años me golpeé muchas veces y todo empeoraba con rapidez!
Debo agradecerle a mi madre que un día me encontrara haciendo los coloquios en Mostar para entrar en la Comunidad. Durante muchos años ella rezó tres rosarios por día, escuchando por radio los testimonios de los chicos de la Comunidad Cenacolo. Yo había llegado a un punto en que ni siquiera la droga  me bastaba. Un día, al llegar a casa en pésimas condiciones, mi mamá me dijo: “Hay una Comunidad en Medjugorje, por qué no pruebas, ya lo has intentado todo, no tienes nada que perder” ¡Y era verdad!  Poco tiempo después llegué al portón de la Comunidad, con una gran confusión adentro y el desconsuelo de haber fracasado ¡pero con una oculta esperanza de poder cambiar mi vida! 
Al entrar en  “Campo de la Vida”  esperaba escuchar grandes discursos sobre la religión, ya que era un lugar de oración, en cambio lo que me impactó fue el recibimiento: vi muchas caras nuevas que me sonreían. Era la primera vez que me encontraba entre jóvenes así: el esfuerzo que hacía mi “ángel custodio”, el chico al que me encomendaron, para hacerme sentir querido y en familia me asombraba. ¡La limpieza de esos rostros y de todo el ambiente me impresionó!  ¡En seguida intuí que había llegado al lugar justo y la casa de Medjugorje  fue para mí el puente de la ilusión hacia la vida verdadera!  Al comienzo, como  es habitual,  tuve una gran batalla entre  la tentación de  solamente estar para pasar el tiempo o  confiar, recibiendo con libertad y  verdad lo que me proponían. Con el tiempo fui construyendo las primeras amistades y viviendo más intensamente la cotidianeidad de la vida comunitaria: la oración, el sacrificio, el diálogo limpio.  A los ocho meses recién me di cuenta que estaba caminando y que mi camino era una elección seria. Recuerdo que me levantaba a las dos de la madrugada para hacer la Adoración personal y me quedaba largo tiempo. ¡A menudo no entendía lo que  estaba haciendo, pero tenía mucha necesidad de ser ayudado y rápido!  ¡Así que me aferré allí donde parecía que todos  sacaban la fuerza! Observando el camino de los demás, viendo los dones que los chicos desarrollaban estando aquí, decidí yo también observar a las pequeñas cosas, tener el coraje de decir la verdad, tener entusiasmo también en el cansancio. . .
Hoy tengo el regalo de poder dar una mano a quien golpea la puerta de la Comunidad, haciendo los coloquios en nuestra casa de Medjugorje y de Mostar, ¡justo donde yo llegué desesperado hace muchos años!
La vida que vivo hoy en esta fraternidad es intensa, bellísima, hecha de carreras y de servicio, de profunda maduración también en el dolor y en la cruz de muchísimos imprevistos y situaciones que me ponen a prueba, de alegrías intensas y limpias que nacen del amor!
Vivo en la fraternidad más numerosa de la Comunidad, un lugar donde se me pide mucho, ¡pero donde recibo mucho más!   ¡Muchas veces un servicio para los peregrinos, para gente que no conozco, me incomoda  y me  trastorna todos los planes, pero es bello porque  me hace ver cómo soy,  reconocerme impaciente y pobre, pero con el deseo de hacerlo mejor!  Aquí vivo el regalo de poder conocer la ayuda de María, especialmente en las situaciones más complicadas, donde no basta la inteligencia o  los años de experiencia para encontrar la solución.
Siento el deber de agradecer mucho a la Comunidad que nunca me engañó, a mi ángel custodio y a todos los que me acompañaron en el camino.
Especialmente debo reconocer, Señor, que soy uno de los hijos de Tu Divina Providencia, soy hijo de Tu Misericordia, de Tu victoria sobre el pecado. ¡Soy un hijo de la resurrección!

Stampa questa paginaStampa questa pagina