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Maroš

 Tengo treinta y seis años, me llamo Maroš y vivo en una fraternidad de la Comunidad Cenacolo  en Eslovaquia.  La Comunidad para mí se transformó en el lugar de la Esperanza. Entré hace unos años pensando que lo importante era  lograr  alejarme de la droga.  Yo también vengo de una familia donde desde la infancia viví muchos momentos difíciles porque mi padre era alcohólico. Me avergonzaba mucho de mi familia.
         Al crecer me fui alejando de ellos y sentía mucha rabia hacia mi padre: no podía aceptarlo ni perdonarlo después que se había ido de casa. Y luego llegué a ser como mi padre; era egoísta y solo pensaba en mí. Formé una familia, pero mi pensamiento fijo más allá era la droga. Lo que mi padre me hizo sufrir a mí, yo se lo hice padecer a mi hijo. Entré en la Comunidad por un milagro. Estaba  completamente desilusionado, enojado con la vida y conmigo mismo, la tristeza y el vacío no querían dejarme.  Con sinceridad, no pensaba que la Comunidad podía ayudarme: lo tomé como un período en el que podría dejar de drogarme  y luego acercarme a mi familia. Pero veía en los jóvenes que tenía cerca algo que yo no tenía: las ganas de vivir, la luz en sus ojos, ser honestos y sinceros al compartir lo que vivían.  En cierto modo lo que veía me impulsaba a tratar de ser como ellos.
         Durante los primeros meses en la Comunidad,  al pensar en lo que le había hecho a mi familia y a mi hijo, tenía muchos sentimientos de culpa: pensaba que Adam, mi hijo, jamás me perdonaría. El era la única razón de mi vida, fue la fuerza para salir de la droga; pensar en él me ayudó a  quedarme en la Comunidad, aún en los momentos difíciles. La oración me ayudó a sentirme un hombre amado por Dios y por mis hermanos. En muchas ocasiones justo en la oración  me sentía muy cerca de mi hijo. El amor de Dios me perdonó antes de que yo me perdonara. La amistad y la paciencia que tuvo mi “ángel custodio”, el joven que me ayudó al principio del camino, me conmovió tanto que poco a poco fui aprendiendo a ser leal y sincero con él. Me dio mucha fuerza siempre sentir la confianza de la Comunidad y de los jóvenes con los que vivía; me ayudó a creer más en mí y a querer ser auténtico. Luego de unos meses también yo recibí el regalo de ser “ángel custodio” de un chico que entraba en la Comunidad. Me parecía ver crecer a mi hijo:  a través de este chico recién entrado vi todo lo que no había vivido con Adam por mi egoísmo. En ese momento comprendí que yo también era capaz de amar y de ser un buen padre.
         A lo largo del camino de la Comunidad comprendí que mi problema no eran  sólo las drogas; vi claramente que la droga fue el escape de tantos problemas vividos que llevaba adentro.  Percibí que  debía dar un nuevo sentido a mi vida. La Comunidad me ayudó a reconstruir mi vida en los valores sólidos y le permitió a la misericordia de Dios entrar en mi vida. Así  fue que comencé una etapa muy importante en la que siempre trataba de elegir el bien: fue la más importante de mi camino.
         En el sufrimiento aprendí a cargar mi cruz y llevarla, abandonándome y aceptando la voluntad de Dios. Aprendí que en los momentos difíciles  debo aceptar la voluntad de Dios con confianza, sabiendo que Él me ama como soy.  En estos años  vi cómo Dios escuchó mi oración dándome lo que más quería: acercarme a mi hijo, tener finalmente una relación limpia y sincera con mi familia y con quienes me quieren.  Hoy solo puedo agradecer de corazón todas las gracias que recibí.
         La   Comunidad hizo siempre todo lo posible para  relacionarme con mi hijo, en los últimos años  pasa largos períodos en la fraternidad donde vivo. Todo lo que aprendí con los  jóvenes, puedo vivirlo también en mi relación  con Adam.  Hoy me siento capaz de educarlo en la vida cristiana,  puedo escucharlo y entenderlo, pedirle perdón y perdonarlo, me siento un padre que puede sostenerlo en los momentos difíciles. Llevo una vida que  me hace sentir realizado, siento que Dios, a través de la Comunidad hizo en mi vida mucho más de lo que podría haber imaginado.
         Le agradezco a mi madre sus oraciones que me sostuvieron desde el primer día. Agradezco a Madre Elvira por todo lo que hizo y hace por nosotros, porque nos da la posibilidad de vivir una vida nueva.
         Agradezco a la Comunidad que me dio la posibilidad de encontrar a Jesucristo: ¡Él cambió mi vida!
 

 

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