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Padre Stefano: Catequesis

Padre Stefano 
Catequesis – Domingo 18 de julio de 2010

 

          Las palabras del Cardenal son bien ciertas, es nuestra historia. En el fondo, si nosotros, los chicos y chicas de la Comunidad, pensamos en todo lo que estuvimos buscando…esa palabra “¿A quién buscan? ¿Qué buscan?”  se dirige a nosotros.
          Recuerdo que al principio de la Comunidad Madre Elvira nos decía que el que cae más bajo en la vida, es porque busca una verdad auténtica, sólo que la busca en el camino equivocado.
        En el fondo todos hemos buscado, mucho. Y el hecho de que hayamos caído tan bajo, en la droga, en el mal, en tantos errores de la vida, en tantos engaños del maligno, es porque adentro había sed, hambre.
         
Buscábamos una casa, un lugar, donde nuestra vida finalmente pudiera encontrar la paz, perdón, alegría verdadera, plena, sincera, fuerza para llevar los sufrimientos de la vida.
         
Todos lo buscamos, y hoy con mucha alegría podemos decir: “¡Lo encontramos! ¡Lo encontramos!” En este lugar, en el Cenacolo, encontramos un amor más fuerte que nuestras fragilidades pasadas y presentes. Hemos encontrado un amor que sigue diciendo: “Creo en ti”, aún cuando nuestra fe en Él vacila, zozobra, como le sucedió a Pedro.
          
Cuando el Cardenal hablaba de la “Última Cena” de Miguel Ángel, me vino a la mente nuestra capilla de Vrbovec, en Croacia, donde Madre Elvira hizo pintar ese cuadro (“La Última Cena”)  por un muchacho húngaro que en ese tiempo estaba en la Comunidad.  El chico puso  el Tabernáculo en  las manos de Jesús, en  el cáliz. Cuando Madre Elvira lo vio por primera vez, con todos los chicos alrededor, se detuvo a contemplar la imagen y captó en ella justo el momento en que Jesús dice: “Uno de ustedes me traicionará.”  Ella nos preguntó: “Prueben de encontrar a Judas” y en esa imagen no alcanzamos a entender  cuál era, porque se veían todos los apóstoles que miraban a Jesús con la pregunta: “¿Seré yo?”. Después Madre Elvira se dio vuelta hacia nosotros y dijo: “Desgraciadamente,  todos nosotros podemos ser Judas.”   
          
Es la posibilidad triste de nuestra libertad, pero en Dios también  hay otro camino, el de Pedro, el de poder entregar nuestro pecado; Pedro que llora, frágil, pobre y le pide a María, como lo vimos en el recital ayer a la noche, “Perdóname.”
           
Recuerdo que cuando hicimos el “CREO” en una parroquia, el sacerdote nos dijo “Qué bello que fue ver a Pedro, justo él, regresar a los brazos de María, la Iglesia, que lo abraza y lo  recibe.”
          
Qué fortuna, qué don, qué privilegio que tuvimos nosotros, que buscábamos y nos equivocamos de camino, de ser recibidos por una Madre, que para nosotros es  Elvira, pero que es mucho más: es el corazón de Dios, es  la Iglesia que nos abraza, que se inclina hacia nosotros, que nos dice: “Yo creo en ti”. Qué bello también que la Comunidad nos haya recibido no sólo como pobres  golpeados por el mal a quienes se les  hace un poco de caridad; en el fondo nosotros buscábamos algo más y fuimos recibidos como personas capaces de luchar y reconquistar la propia libertad con Dios.
            
Mucha gente en la calle, en las plazas donde estábamos, nos dio algo: una moneda, un gesto de caridad, una sonrisa, un sándwich, aún cosas lindas, gestos de amor, pero que no bastaron para hacernos cambiar de vida. La vida busca a Alguien, busca a Dios, busca el Corazón de Dios.
            
Hace muchos años  sucedió algo que me conmovió: fui  por las calles con una de nuestras parejas de la Comunidad, que en ese momento estaban en México. Ellos iban por la noche a llevar leche y pan a los niños que tienen  como casa y familia  el andén, la calle, que viven bajo un puente.
            
Cuando llegamos, la bandada de niños reconoció a la esposa y  a la carrera vinieron al encuentro. Un niño vino y me abrazó fuerte, fuerte, fuerte. Me quedé casi  incómodo, porque no me soltaba más; me tenía fuerte y apoyó su cabeza, su oreja, su rostro, sobre mi pecho, sobre mi corazón y lo apretaba. Tenía más hambre de amor que de pan; tenía  hambre de abrazo, de bondad, de ver que su vida era amada, que tenía la dignidad de quien te abraza y te dice “Tu vida vale”.
             
Y lo que más me asombró es que, leyendo un artículo médico en  una revista cuando regresaba en el avión, hice un descubrimiento simple pero que me llenó el corazón.
              
Siempre había pensado que cuando un bebé nace y busca el pecho materno, era para alimentarse, en cambio, el artículo decía que el niño cuando se  apoya en el pecho de la madre busca el corazón, busca el latido del corazón. El niño en el seno materno durante nueve meses  escuchó el latido de ese corazón; desde el comienzo un corazón acompañó esa vida y cuando nace no lo siente más, no siente más el corazón de la mamá, entonces lo busca. El niño busca ese corazón y sólo  está seguro cuando lo encuentra, cuando apoya su cabeza sobre él, aún antes de aprender a comer, le da una inmensa seguridad haber encontrado ese corazón.
             
El niño que puso su cabeza  sobre mi pecho, me trajo a la mente que todos buscamos el corazón de Dios y que hasta que no encontramos ese corazón que sentimos  latir desde que nació nuestra vida, somos vagabundos, somos fugitivos, somos la gente que busca, que mendiga aquí y allá porque en realidad estamos buscando  el latido del Corazón de Dios.
             
Qué bello es tener la certeza de que Dios nos dejó Su Corazón en la Eucaristía. Algo que siempre me asombró  es que los milagros eucarísticos sucedidos en la  historia de la Iglesia, al estudiarlos, siempre eran un pedazo de corazón. Quiere decir que la Eucaristía es este Corazón. Si nos apoyamos ahí encontraremos paz, alivio, confianza, encontraremos la seguridad de que nuestra vida es amada, encontraremos la seguridad de que hay un amor más fuerte que nuestras traiciones.
             Apoyemos nuestro corazón, nuestro rostro, nuestra vida, nuestra historia en el Corazón de Cristo, en la Casa del Padre que es el Corazón de Cristo, destrozado en la cruz  que nos dice “Vengan, la puerta está abierta para todos, hay lugar para todos en la Casa de Mi Padre.” El Señor nos quiere a todos allí; ahora regresamos a casa para poder decirles a todos “¡Lo encontramos!”. “¿Qué buscan? ¿A quién buscan?” “¡Lo encontramos!”  Cuando la vida que buscaba encuentra, lo anuncia.

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