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Testimonios de los chicos

Santiago
Cada  uno de nosotros es un milagro. Habíamos estado con un sello en la frente que decía “Incurable”, ya habíamos perdido la fuerza para seguir luchando, era un logro de la medicina el sólo hecho de que siguiéramos con vida. Hasta el bendito día en que Dios entró en nuestra vida y nos devolvió no sólo la fuerza sino también las ganas de vivir.
 Con ese amor con que la Comunidad nos amó, hoy nosotros los amamos a ustedes.
Los chicos prepararon un baile: “De las Tinieblas a la Luz”, que habla de las máscaras y que es muy  representativo. Es como una locura que  veinte  descartados, veinte  drogados,  veinte  muertos de hambre puedan expresar su resurrección con este baile.
Si hay algo que nosotros tenemos seguro, que vivimos y que tocamos es  la realidad del mal, la fuerza del mal. Cómo el mal te va alejando de lo único que te puede  dar fuerza y confianza en vos mismo: la verdad. Te va cubriendo, haciéndote mentir, falsificándote. Llega un momento en que ya no sabés quién sos ni en qué creer.
Esa es la historia de cada uno de nosotros  que siempre podemos testimoniar, por un lado, la fuerza del mal que te va alejando de la realidad, de la realidad del corazón, no la de la mente porque si la mente funciona sola… ¡mamita…así nos fue!... La fuerza del mal por un lado y la misericordia de Dios por otro. Porque nuestra vida fue un caer permanentemente en el mal  hasta que un día  Dios dijo: “De éste me ocupo yo”
Y la Virgen en su tenacidad empezó a cuidarnos…y hoy estamos acá.
Este baile quiere contar esto una vez más: que Dios quiso entrar en nuestras vidas para darnos libertad, alegría, vida…Para darnos algo que toda la ciencia no nos había podido dar: la alegría de ser hombres. Con todos los problemas y dificultades que tenemos pero que “haciendo piecito” en  el amor de Dios, en la Eucaristía, en la Palabra siempre se puede pedir perdón y volver a arrancar.
Es una excusa para contar lo que fue nuestra vida en el mal pero sobre todo lo que es la fuerza de Dios cuando entra en la vida.


Joaquín y Nivaldo: "cómo surge y crece una amistad"
Nivaldo:
Gracias a Dios puedo decir que  veo los frutos  de lo que Dios hizo en mi vida luego de todo lo que he luchado en este primer año: he aprendido a sonreír y a mirar a la gente a los ojos.
Antes necesitaba la droga para hacer cada cosa, en cambio aquí puedo luchar y superar las dificultades sin la droga. Porque acá en Comunidad nos mostramos cómo somos: nos mostramos débiles. Cada día que transcurre necesitamos a todos nuestros hermanos para caminar y seguir adelante.
Cuando entré creía que podía superar todas mis dificultades  solo, sin los hermanos que me rodeaban o incluso, sin Jesús. Ahora estoy contento de estar en otro país ,  de haber aprendido a luchar con mis problemas sin caer en las garras del mal.
El idioma es un problema pero lucho para sentirme en casa. Joaquín fue la primera persona con la que tuve que trabajar en cuanto llegué: no le entendía nada.
Pasamos muchas dificultades y muchos trabajos juntos lo que me hizo ver qué importante es la amistad. Yo enseguida me di cuenta de que era una persona totalmente diferente a mí por eso estoy tan contento con los resultados, ya que hoy estamos construyendo una hermosa amistad.

Joaquín:
Voy a hablar de lo que es esta nueva amistad con Nivaldo. Nueva por la nueva mirada  que los dos aprendimos en Comunidad.
Yo, que soy un “cheto porteño”, de clase bastante alta, que fui a buenos colegios ,  con  buenas relaciones  y me encuentro con una persona que venía de las calles de su  ciudad, San Pablo, que es de otra raza, otro idioma, totalmente diferente….una historia que yo no habría sido capaz de imaginar. Pero luego vi que las dificultades que él vivió fueron iguales a las mías.
Podemos ser totalmente diferentes, sin embargo, los dos necesitamos  el mismo afecto, amar y que nos amen.
Esta diferencia que hace tanto contraste empieza por lo físico: Nivaldo me puede levantar con una mano sin hacer fuerza. Empezamos trabajando en la huerta, luego hicimos un pozo :  en dos días  Nivaldo hizo un pozo de 2 metros cúbicos, yo no le podía seguir el ritmo ni siquiera con la carretilla, porque  con la  pala y pico era imposible. Luego lijamos y pintamos unas paredes: yo contento porque el trabajo era más liviano; él se volvía loco…éramos muy distintos pero yo veía en él a una persona madura que había aprendido mucho en Comunidad.
Cuando tenía una dificultad con un hermano la podía compartir con él y me ha ayudado muchas veces a ver que era mi orgullo lo que me alejaba de las personas, otras veces mi soberbia…Se daba cuenta porque es un chico que pasó por las mismas dificultades que yo.
Así empezó a crecer  nuestra amistad.
Otras veces, él me compartía cosas de su vida pasada. La amistad fue  naciendo entre bromas y trabajo, fuimos creciendo…es lo fundamental que aprendimos en Comunidad: que necesitamos de los otros para vivir, para crecer, para salir adelante.
El amor es lo que derrumba las barreras de todo tipo: es aceptar al otro como es y desvivirse en cada momento por tratar bien a cada uno de los hermanos.
Poco a poco, apoyándonos uno en el otro, corrigiéndonos, diciendo la verdad y amándonos  es que vamos creciendo.
Esto es una realidad diferente a la que se puede vivir afuera donde hay tantos prejuicios y tanto razonamiento.
Realmente se está dando esta amistad que nos hace crecer y nos acerca a Dios.
Antes de la Comunidad no hubiera tenido ninguna relación con Nivaldo, ahora doy gracias a Dios y a la Comunidad por esta amistad que tengo.


 

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