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Catequesis de p.Stefano

Padre Stefano Aragno de la Comunidad Cenáculo
Le he  pedido al Espíritu Santo con el corazón ser un  instrumento pobre y frágil en sus manos para transmitirles lo que Él desea decirles y estoy  muy feliz porque el Espíritu Santo ha confirmado mi pedido.  Sin ponernos de acuerdo previamente  Elvira   les ha hablado de las cosas que yo tenía en el corazón para decirles,  que el Espíritu Santo es la creación nueva y  el origen de la hermosa historia de amor que es nuestra vida.
Estoy feliz de poder anunciárselos   porque estoy seguro de  que es lo que Dios quiere decirles hoy.
Hace dos días me levanté con este pensamiento y le   oré  al Espíritu Santo entonces, sentí dentro de mí una voz  que me decía: “Stéfano vuelve a leer y a  pensar  en  lo que  dijo el Papa en Roma  en  la vigilia de Pentecostés, cuando miles de personas llegaron para rezar con él.” En Roma  había una pequeña Comunidad. Estábamos  allí como una presencia en la Iglesia de esta  pequeña, nueva y alegre Comunidad, que somos nosotros.
Releí lo que  el Papa había  dicho,  pues  para nosotros es como la palabra del padre de la  familia ya que  la nuestra no es una comunidad de recuperación  para los drogadictos, no es un servicio social, sino que  es Iglesia, es el lugar donde encontramos el amor de Dios. No es una Comunidad que da la metadona (Es una droga que en Europa se usa para quitar el deseo de heroína. Su efecto es peor.) o que  a ustedes, padres, cuando desesperados traen a  su hijo también desesperado, les da un  librito para conocer todos los efectos  de las drogas.-
La Comunidad es una familia de Dios, es el lugar donde todos nosotros, como decía Elvira, llegamos  llagados, sufrientes: sobre esta colina hay 23 años de cruces, de dolor, de sangre, de confusión .
Quien llega a este portón encuentra la misericordia, encuentra a Dios, no a un doctor, a un psicólogo, o a un psiquiatra. Ninguna pastilla, decía Elvira en el Sínodo de Obispos en Roma, da la alegría de vivir.     Ninguna  metadona te dará la esperanza de una vida nueva.  Ninguna cura solo médica te hará finalmente abrazar la vida y volver a sentirla como   un regalo de Dios.
Lo primero que quisiera decirles es simple,  con la simplicidad de las grandes verdades. El Papa lo ha dicho así, y para nosotros vale  de  un modo especial porque nuestra Comunidad, no por casualidad se llama Cenáculo.
Ninguno de nosotros tiene un nombre por casualidad porque en el nombre  está la identidad; si el Espíritu Santo ha inspirado a Elvira para llamar Cenáculo a nuestra Comunidad,  es un signo evidente de  que en el Cenáculo está el Espíritu Santo y está María, porqué donde está ella,   el Espíritu está vivo, está presente. Donde está María hay un nuevo  Nazareth, Dios entra en la historia. Donde está María con la Iglesia  está el Espíritu Santo que cambia la vida y la transforma.
El Papa ha dicho: “Pentecostés, María con los  apóstoles en el Cenáculo, no es sólo el origen de la Iglesia, sino que también es  la fiesta de la creación.  Es el  mundo transformado, limpio, donde el Espíritu Santo barre toda la basura que se ha acumulado en nuestra vida. Es la fiesta de la nueva creación.”
La Comunidad Cenáculo es eso, es la  fiesta de la vida que renace. Fiesta de una creación que se había convertido en confusión, rabia, lágrimas, venganza, pecado y que a través de la misericordia de Dios se convierte en sonrisa, alegría, luz. La luz que tenemos en los ojos hoy, después de unos meses o años de Comunidad, esa  luz que ustedes, familias, están experimentando después de tantos años en la oscuridad, y que cuando uno se mira  por dentro siente que finalmente hay una nueva creación que está recomenzando a vivir.
Me viene a la mente el canto de Gilberto, un muchacho que después de haberse drogado durante   25 años  ha descubierto acá, en la Comunidad Cenáculo la nueva creación. Escribió una  canción donde  expresa su vida reencontrada y dice: “Acá, en la Comunidad Cenáculo, mi vida ha vuelto a ser como la  de un niño que abre los ojos al mundo.” Esa es  la fiesta de la nueva creación, volver a ser un niño. “La  niebla,  dice la canción, finalmente se te va de los ojos y aparece una nueva creación en torno tuyo y dentro tuyo.” Se te abren los ojos al mundo, revives, descubres la belleza de sentirte como  un niño renacido, resurgido, vivo. Me asombro siempre al ver cómo en los niños  está precisamente el estupor   de descubrir la vida, toman las cosas y se  las llevan a la boca porque quieren conocerlas. Más adelante viene el tiempo de las preguntas. El niño va creciendo en una constante búsqueda llena de asombro, para encontrar en la belleza de la creación la imagen de Dios que lleva adentro, que habita en cada uno de nosotros. Poco a poco la va descubriendo al crecer, al ver, observar, preguntar, vivir.
En una ocasión, estando en Brasil, en una de las Misiones,  una de las tías tuvo  la inspiración de hacerles ver a los niños un film cristiano de cómo nace la vida. Eran precisamente las imágenes  de lo que nosotros no vemos y no conocemos. Vimos cómo   nace la vida  dentro del organismo materno   y estos  niños, hijos de la calle, hijos del abandono, hijos de nadie, hijos traicionados y no amados, mirando el milagro de la vida han comprendido que aunque habían sido abandonados por el padre y por la madre., su vida era  de todos modos un milagro. Un niño, después de haber visto la carrera que los espermatozoides del hombre realizan en el útero  de la mujer, esta carrera por ser el primero que gana la carrera para  entrar a fecundar el óvulo y hacer nacer la vida, comprende que él es el fruto de una sola de estas semillas, que lo ha creado a él y que lo hace único e irrepetible, porque somos todos únicos e irrepetibles en medio de  miles de personas. Este niño, cuando vio el milagro de la vida, salió de la sala donde habíamos visto el film y con los ojos luminosos de quien los ha abierto finalmente sobre el mundo, dijo:  “¡Tío, yo soy un ganador! Soy hijo de la victoria, de la carrera, de la vida que corre. Yo soy hijo de Dios que corre, que da vida”.Este  es el asombro de la creación.- Nosotros todos somos  hijos del amor, de un milagro, de la victoria de la vida.
Escuchen lo que el Papa dice a cada uno de nosotros: “... hemos contemplado el esplendor de la creación, pero la buena creación  de Dios en el curso de nuestra vida ha sido cubierta por una capa maciza de basura que hace difícil descubrir en ella el reflejo del Creador”.-
¡Cuánta verdad! Y la basura nos imposibilita ver el regalo precioso que es nuestra vida.
La Hermana Elvira siempre nos dice que el período que va desde la concepción hasta los seis o siete años de vida, es determinante. Cuando recorro mi vida y las de los jóvenes, me sigo asombrando al ver que es así: allí está el niño que descubre el mundo y lo puede descubrir hermoso o quedar desilusionado.-
Las heridas profundas que hay en el  nivel de la creación  son las  heridas sobre las cuales nos jugamos la paz o la tristeza del corazón.
¿Cuáles son estas heridas?  Piensen en un niño, en ustedes...estamos descubriendo el mundo, tenemos confianza en aquellas personas que son nuestros padres, en el mundo que nos circunda. Yo como niño tengo confianza en ese mundo porque cuando vengo a la luz estoy limpio, transparente. ¿Qué sucede entonces? Las personas que uno creía que eran  el reflejo de la buena creación de Dios te desilusionan, te hieren.  Quedas herido, solo, abandonado, triste. Son las heridas que nos hacen sangrar por dentro.
Sus hijos,  son la viva  confirmación de cuán  determinante es  la buena creación de Dios en los primeros años de vida, porque siempre   que nos cuentan de sus vidas no  parten  del primer cigarrillo de marihuana sino  desde que  eran niños.
Cuántas heridas en una concepción que después el niño descubre que no ha sido fruto de un amor verdadero; en los meses de embarazo durante el cual el  niño ha sentido  que no era esperado, que no era amado y  ha vivido el miedo de ser rechazado.  En las violencias vistas  o a veces  sufridas por las personas que  debían ser la cara de la buena creación de Dios. O quizá la ausencia de aquellas personas, y entonces sus  preguntas se las hacía a una pared, a una cama, a un muñequito y no a su padre o a su madre, porque no estaban. Cuando el niño entra en la etapa de los “porqué” y nadie le responde. O también en la herida profunda que un niño vive al sentirse él la causa de la violencia y de la división en  la familia: es una herida que el niño  la carga encima. Esto provoca una  ruptura  dentro de la  vida, provoca un abismo, una vorágine, la pérdida de confianza en  los que tenían que ser los referentes de  la buena creación de Dios. Entonces sucede que rechazas tu vida, rechazas tu cuerpo. Cuántos jóvenes hoy rechazan su propio cuerpo, no lo aman porque rechazan la vida. Rechazan  la historia, la sangre, el cuerpo, porque lo culpamos, culpamos a  la creación y a los que nos han creado, y finalmente culpamos a Dios: “¿Por qué me has dado la vida si la vida es un asco?”.
Entonces, sigue  la fuga y la bronca. Escapas, te vas de casa como el hijo pródigo. Te vas porque aquel lugar te ha traicionado. Tú que has salido del vientre de tu madre para descubrir la belleza de la vida, has sido herido y entonces escapas y vas a arrojar tu vida en toda la basura que el mundo te ofrece. Escapas de un sufrimiento y te tiras en un fango que te ensucia todavía más. Sientes bronca hacia ti mismo, no te quieres, quieres hacerte mal, quieres matarte. Quieres hacer mal vengándote y vengando sobre tu cuerpo aquellas personas que en el fondo no te han sabido amar como  deseabas.
Entonces el joven escapa  de la buena creación de Dios. Escapa de la obediencia. No quiere escuchar a nadie más y piensa que si sus padres no son creíbles no lo es ni siquiera Dios, y así se va. No tiene más confianza en nada ni en nadie y quieres vivir su “libertad” y decidir sobre su vida.
El Papa nos dice otra cosa a nosotros: “Cuando   quieres ser el  dueño de tu vida, cuando  crees vivir la libertad convirtiéndote en dueño de tu vida, la vida se vuelve más pobre”.  Pensemos en nuestro pasado: siempre más vacíos, siempre más pobres.
Fácilmente se termina refugiándose en la droga, es la gran ilusión. El mal te espera del otro lado,  como ha esperado a Adán y Eva que han sospechado de la buena creación de Dios.
El mal está siempre listo para ilusionarnos y hacernos caer siempre más abajo con la gran ilusión: “... toma y todo pasa”. Es un hermoso flash y  finalmente ingresas a un paraíso artificial, no sufres más, no sientes más, estás atónito, “viajas” de aquí para allá, no sientes más tu cuerpo, el peso de tu vida, estás libre”. Sin embargo  eres una gran pompa de jabón que apenas explota te hace sentir desnudo y te hace retorcer por tierra como un gusano:  ¡te das asco!
El Papa tiene algo más que decirnos todavía: “En el momento en que  caes de la gran ilusión, ¿qué sucede? Surge en tu corazón la duda si vivir es realmente un bien. El mal te ha metido la sospecha.”.
¡La vida es un horror! No vale la pena vivir, y te preguntas para qué existir  si hay que  vivir así. 
Crece la sospecha de que la vida no sea más aquel  asombro  del niño, que  tocaba todo, que se  llevaba las cosas a la boca, etc. La vida se te volvió en contra, te ha herido. La buena creación se ha convertido en un puñal en tu corazón.
Estamos llenos de angustia. ¿Qué sucede? ¿Qué hacemos? Piensen  en el día en que descubrieron  que su hijo o su hija se drogaban. Cuando se quebró todo y  sentías que te arrastrabas por la tierra. Cuando  como  padres pensaron que no valía la pena la vida, ni la de los padres ni la del hijo, que nada tenía sentido. 
Cuando la creación ha sido ensuciada y herida, cuando  comienza este escape loco,  la gran ilusión falsa , parece no haber más esperanza, pero no es así. Para nosotros no ha sido así porque nuestro Dios no abandona a la buena creación. Nuestro Dios es el Dios de la vida.
Escuchemos   unas palabras más del Papa en la vigilia de Pentecostés, que  el Espíritu Creador trae  nuevamente en nuestra ayuda.
Jóvenes y padres, si estamos todavía aquí vivos es porque el Espíritu Creador ha venido en nuestra ayuda.
Dice el Papa: “Él entra de nuevo en la historia y nos habla de  un modo nuevo. El modo nuevo con el cual Dios nos habla es una vida que nace en el vientre de  María.”
Una nueva creación , una  carrera de la semilla de Dios que fecunda el óvulo en el vientre de María y allí comienza a latir el corazón de Dios. El Espíritu Santo entra en nuestra  historia haciéndose vida  de nuestra vida.  Se hace hombre sobre la cruz para entrar en las llagas que han ensuciado nuestra creación, que nos han herido también a nosotros, que nos han coronado de espinas, que nos han hecho sangrar desde niños y de grandes. Nuestro Dios nos habla haciéndose hombre. Esta es la fuerza de la fe cristiana que es una fuerza única, grandiosa. Dios se hace hombre.  Dios viene, Dios se hace Hijo, Dios se hace nuestra vida, nuestra historia, nuestra heridas, Dios se hace nuestra salvación.-
Se cumple la promesa de Dios, de aquel Dios que  habías acusado, al que  habías apuntado el dedo, porque muchas veces le has dicho, “¡me has empujado al mundo y te has lavado las manos! Me dijeron que la vida era un regalo, pero la vida es un asco. ¡Dios dónde estás!  ¡Qué Padre eres! ¡Qué Madre eres!” Y aquel Dios, haciéndose Hombre, entra en tu historia  como el Amor, como una vida que comienza a latir.  La gran alegría para nuestras parejas de la Comunidad, cuando descubren que esperan un niño, no es ver la foto del niño, sino que  la maravilla es sentir el corazón de ese  niño.
Aquel pequeño Niño en el vientre de María es el corazón de Dios que late. Tu hijo en tu vientre es un corazón que late, no es un montón de células muertas, es una vida que late, un corazón que vive, es el signo de Dios que entra en la historia con la fuerza de la vida. No importa si se ensucia  porque  Dios ha entrado y la limpiará  como limpia hoy nuestra vida.
Presten atención a las palabras que usa el Papa para contarnos cómo entra Dios en la historia: “El Dios misterioso, aquel Dios que  acusabas como  Aquel que te ha tirado a la vida sin pedirte permiso para vivir,  que te ha tirado allí y se ha ido, aquel Dios misterioso no es una infinita soledad, sino un evento de amor. El Espíritu Creador tiene un corazón que late en el vientre de María. El Espíritu Santo entra y fecunda aquella niña de Nazareth. El Espíritu Santo es amor que se hace vida, para que tú puedas revivir la nueva creación.”
Porque, como Gilberto después de veinticinco años de droga, cuando encuentras al  Espíritu Santo que se hace vida, que se llama Jesús de Nazareth, mirándolo a los ojos,  aprendes a conocerlo  no con la cabeza, sino poniendo tu corazón a latir sobre el suyo a través de la oración.   Conociéndolo a Él, en una relación de amor,  vuelves a ser el niño que redescubre la belleza de la vida.
Esta es la experiencia que hacemos en la Comunidad, después de un tiempo en la Comunidad  me doy cuenta de que un joven que ha entrado hace un mes se levanta a la mañana y comienza a canturrear. Lo encuentro delante de la ventana, que mira el milagro del sol que surge y se asombra. Durante muchos años no se había dado cuenta de la  nueva creación, la había perdido. Encontrando el amor de Dios, que él todavía no conoce, pero que siente a través del amor de la Comunidad que cree en el Dios de la vida, ese  joven comienza a ver la vida, la creación.
Para nosotros ese es   el día del regreso a casa. Nos habíamos  escapado de la casa de la buena creación, habíamos  juzgado padre, madre, hermanos y hermanas. Al regresar, Dios nos  dice hoy: “Finalmente has regresado a casa. Has regresado para poner tu oído sobre el corazón de tu verdadero Padre”.
Un día, mientras andaba por las calles de la ciudad de México, un pequeño niño que vivía abajo de un  puente  junto a muchos otros  , vino hacia mí, me abrazó y estuvo así por dos o tres minutos, apoyando su oído sobre mi pecho, sobre mi corazón. Y ha estado allí para escuchar aquel corazón, aquel abrazo. Mientras regresaba de México, leyendo en  el periódico un artículo de un médico, he hecho un nuevo descubrimiento: los niños cuando nacen no  lloran porque han sacado la cabeza afuera y descubren el mundo, sino porque no sienten más el corazón de la madre. Ese corazón que los ha acompañado por nueve meses,  al salir  afuera no lo sienten más y se sienten perdidos, lloran. Y cuando ponen al niño entre los senos de la madre, él se acurruca allí, come y siente aquel latido del corazón que había perdido por un momento.
Perder el latido del corazón de Dios significa llorar, significa extraviarse en la vida, significa estar solos en un mundo que nos hace mal.
La Comunidad Cenáculo es el inicio de una nueva creación. Cuando  entras no te das cuenta y no lo sabes, pero esto es un pedazo del corazón de Dios que late.
Hoy, en este día, en la Adoración, en el sacramento de la reconciliación, en la Eucaristía de esta tarde, apoya tu oído sobre el corazón de aquel Padre que ha hecho renacer tu vida como un milagro de amor. Regresa allí y te sentirás amado, abrazado y en casa.

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